Con el escenario político a su servicio, con medios en busca sólo de ataques y contrataques y sumando a Morena a personal de la mafia priísta en el poder, Andrés Manuel López Obrador está construyendo una coalición partidista y política que sólo reproducirá en la presidencia los viejos vicios priístas.
López Obrador es una personalidad política priísta; es un opositor sin propuesta alternativa; cuando fue jefe de gobierno del DF no hubo gobernante más institucional y priísta que él, operó como palero de Fox y gobernó con la mafia priísta en el poder.
La única ambición de López Obrador es ganar el poder por el poder mismo. Los mecanismos de corrupción del PRI son los mismos que maneja López Obrador: dinero oscuro procedente de instancias de poder, recolectores de fondos que a veces chantajean a sectores sociales, cobro de intereses políticos en cash a políticos que ganaron posiciones gracias a él.
Su proyecto de nación es populista, asistencialista, presupuestalista, depende del apoyo de los empresarios vinculados al PRI, no tiene un modelo industrial, carece de una política económica alternativa y basa su popularidad en el engaño a electores pobres porque su perfil es bonapartista: llegar al poder con el apoyo de los pobres pero para servir al modelo de acumulación privada de capital.
La estrategia política de López Obrador está sostenida por el oportunismo político: aprovecha los tropiezos de sus nerviosos adversarios, quiere colocar en el centro del repudio popular al presidente Enrique Peña Nieto y luego se presenta como el único opositor antipeñista, su lenguaje vulgar –“paleros”, “mafia”– quiere alimentar el repudio contra el presidente entre las clases bajas que se mueven por pasiones y que carecen de capacidad de reflexión. Si en la elección del Estado de México logra fijar en el imaginario colectivo el tema anti Peña, en las presidenciales tendrá una importante ventaja competitiva.
López Obrador ha sido muy hábil para tomar el control mediático del país desde hace un año; como el PRI se mueve como paquidermo con los viejos protocolos presidencialistas, el tabasqueño ha fijado el espacio de debate político diariamente; el PAN y el PRD padecen conflictos internos que les impiden tener una figura de disputa del espacio público con López Obrador.
Acicateados por la dinámica pasional y nerviosa de las redes cibernéticas, los medios tradicionales –prensa, radio y televisión– obedecen los ritmos impuestos por López Obrador, quien ya descubrió que su lenguaje ofensivo sirve a los medios que buscan el escándalo y entonces se apodera de la iniciativa periodística. Presidencia, PRI, PAN, PRD y otros grupos se marginan del debate. López Obrador entendió que el resorte de atención mediática es el escándalo y por eso sus intervenciones no decepcionan a quienes buscar amarrar navajas trasmitiendo acríticamente los mensajes de López Obrador.
Como el flautista de Hamelin, López Obrador atrae a una sociedad que está transformando su rechazo al modelo económico y político del PRI en un resentimiento y repudio que queda más o menos satisfecho con la injuria. López Obrador aplica el modelo de La Cucaracha, la película donde la revolucionaria María Félix le contesta a sus soldados cuando le dicen que ya no tienen balas: “pues miéntenles la madre, que también les duele”. Como López Obrador carece de una alternativa, satisface al pueblo con el insulto a los gobernantes.
Lo único que quiere López Obrador es el poder.
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Política para dummies: La política es el arte de hacer que las cosas malas se vean como buenas y no al revés.
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