HUGUET CUEVAS / ESPECIAL
I
Al profesor Hermilo Rojas Aragón muchos lo recuerdan por su cabellera lacia y larga, y el carácter alegre y sencillo que lo caracterizaba. Usaba camisas de manga larga en talla grande que le llegaban hasta las rodillas y a menudo lo hacían lucir particular por el contraste de su delgadez. Era bajito, pero sólo de estatura. Le gustaba la fiesta y como buen oaxaqueño, bebía mezcal. Pero sobre todo, estaba convencido, en pleno auge de la Guerra Fría, y con las heridas recientes de un octubre del 68 y un Jueves de Corpus, que la única salvación para los problemas contemporáneos de la humanidad era el acceso al conocimiento a través de la educación.
No resulta difícil entonces imaginarse a un joven estudiante de 16 años contemplar, sobre los muros de la ahora Sala “José Clemente Orozco” de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM) -construida por el arquitecto Mario Pani- el otro mural del también litógrafo mexicano titulado “Muerte y derrota a la ignorancia”, un fresco sobre bastidor que expone el acercamiento del pueblo a la escuela. Para él, el único instrumento liberador para el flagelo de la pobreza.
“Milo”, como lo llamaban sus amigos, no sólo fue un maestro de educación primaria egresado de esta magna institución, también fue coordinador del Taller de Danza “Tezcatlipoca” de la BENM, además de director, coreógrafo, promotor cultural, constructor de planes de estudio de educación artística, investigador de las raíces artísticas de Oaxaca, pero sobre todo, ferviente activista y difusor de la danza tradicional de la Villa de Zaachila, su tierra.
Colaboró en la Dirección General de Educación Primaria, participó en el Proyecto “Plan de Actividades Culturales de Apoyo a la Educación Primaria (PACAEP), además de formar parte de la grabación del disco “Los Concheros del fin de milenio” en el año de 1996, como homenaje a Carlos Bonfil. Su experiencia y profesionalismo lo llevaron a países como Suiza, Grecia Italia y algunas naciones de África, donde se convirtió en un digno representante de la cultura mexicana y embajador de su propio estado.
Aunque radicó desde los 15 años en la Ciudad de México, donde fue cobijado por Francisca, una de sus hermanas mayores y su esposo, siempre estuvo ligado de manera directa con el lugar donde enterró su ombligo.
Zaachila representó para él un vínculo con la raíz, su motor e inspiración. En una forma teatralizada y coreográfica, trataba de exponer, en todos los espacios donde hubo oportunidad, dos partes tradicionales que la identifican: el jarabe y la Danza de la Pluma.
“El hacer un trabajo en este sentido generó muchos desencuentros, se enfrentó a muchos prejuicios, a la desvalorización de una cultura propia. Pero él se sentía orgulloso de quién era, poseedor de una gran sensibilidad por el arte popular frente al oficial”, afirma en entrevista su hermano Rodrigo Rojas.
Hermilo murió en junio del año 2002 debido a complicaciones de salud, pero en reconocimiento a su legado cultural, desde hace 15 años, se lleva a cabo en la Ciudad de México”, el Son para Milo, un Encuentro de Música Tradicional Mexicana.
II
“Milo”
Como muchos jóvenes que vieron nacer las décadas de los 60 y 70, a Milo le gustaba escuchar la trova cubana y la música de protesta; Pablo Milanés y Silvio Rodríguez eran sus favoritos. Era un joven normalista que, como muchos estudiantes de aquella época, soñaba con ideales de libertad, justicia e igualdad social, sobre todo porque él, siendo el sexto de nueve hijos, supo lo que significa compartir un hogar donde la comida y las necesidades básicas nunca están satisfechas. Conoció y padeció también la pobreza, como muchos mexicanos.
Como adulto, le tocaron los tiempos del surgimiento de las dictaduras latinoamericanas, de los pantalones acampanados y los lentes redondos estilo John Lennon. Pero también la década en que surgieron grupos revolucionarios en América Latina y la esperanza de jóvenes por transformar la realidad social. No obstante, las ideas que revoloteaban en su cabeza no surgieron por generación espontánea. Su padre, un campesino convertido después en tocinero, sembró en él las primeras semillas de inconformidad social y comenzó a cuestionar al sistema establecido.
“Mi hermano era un subversivo” afirma Rodrigo Rojas. Y no lo menciona como un cliché. Lo dice porque entre 1978 y 1979 Hermilo fue también dirigente de un movimiento estudiantil que defendía el normalismo en México.
-Ya me informaron que se fueron a robar unos botes de pintura para andar ahí pintarrajeando…
-No cuñado, ¡no fuimos a robar, fuimos a expropiar unos cuantos botes de pintura!…
La anterior fue una de las conversaciones que mantuvo Milo con Viviulfo, esposo de una de sus hermanas, quien a pesar de simpatizar con los mismos ideales, no veía con buenos ojos lo que estaba realizando.
Pero también Milo fue un revolucionario en el arte. Como maestro de danza y promotor cultural, siempre intentó compartir con México las expresiones culturales más destacadas de Zaachila y también promovió la aplicación de nuevos modelos educativos en la enseñanza de las artes. Fue fundador y artíficie de uno de los cursos de danza mexicana denominado “La danza como integradora de arte”.
Como catedrático de la Normal participó como colaborador en la elaboración del libro de educación artística para la educación primaria. Además de compilar textos referentes a costumbres y tradiciones de Zaachila para la producción del disco “Lani Zaachila Yoo” que se grabó en el año de 1990 con el auspicio del INAH. Fue merecedor de reconocimientos por parte de instituciones como la UNAM, el INBA, la UPN y la BENM.
Lo rebelde, por cierto, es también un asunto de familia. En el 2006, en el contexto de la revuelta magisterial y popular que dejó como saldo una veintena de asesinatos y múltiples violaciones de derechos humanos por parte del gobierno priísta de Ulises Ruiz Ortiz, algunas de sus hermanas, radicadas en el estado de Oaxaca, participaron en la llamada marcha de las cacerolas, una protesta particular a la que asistieron mujeres oaxaqueñas, que desembocó en la “toma” del Canal 9 de televisión, medio de comunicación público que extraoficialmente estaba bajo el mando del gobierno estatal.
III
Taller “Tezcatlipoca”
Ciudad de México, octubre del 2016.- En la Sala “José Clemente Orozco” de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros –antes una torre de investigación que se deterioró tras varios sismos- todo es algarabía y movimiento. El edificio está impregnado del olor a pintura que un grupo de jóvenes mezcla en el piso para decorar los altares que se expondrán en la “Jornada Cultural de Ofrendas” a realizarse a propósito del Día de Muertos.
En la entrada están colgadas algunas calaveras hechas de cartón y se observan estructuras de metal y madera que servirán como soporte para instalar los altares representativos de diversas partes del país.
Cuatro días después de haber concluido los festejos en honor a Hermilo, los integrantes del “Tezcatlipoca” trabajan a marchas forzadas para tener todo listo para tal fecha. En medio del estrés, la profesora Consuelo Martínez Sánchez, coordinadora, se permite un descanso para compartir su experiencia al frente de este proyecto artístico en el que lleva 15 años a cargo y que apenas en septiembre pasado cumplió 50 años.
Precisa, que como formadores de docentes, el taller busca realizar un trabajo integral de rescate cultural y difusión de las expresiones artísticas tradicionales. Señala asimismo, que tras jubilarse el fundador de este taller, éste cede el control del proyecto a Hermilo, quien continúa y agrega algunas variantes al trabajo que ya se venía realizando desde años atrás.
Explica que si bien el Encuentro de Música Tradicional ya no se realiza al seno de esta normal desde hace dos años, conserva el mismo espíritu gratuito, colaborador y sustentable. “Los primeros años nos dedicamos a buscar a los grupos musicales y sólo se realizaba un día, actualmente el grado de aceptación y participación ha sido tan elevado que se ha tenido que alargar y afortunadamente veces ya no nos damos abasto”, agrega.
IV
El alumno
Apoyado en una silla de ruedas, su mentor, el profesor y fundador del grupo “Tezcatliploca”, Eduardo Ruiz, suelta sin dudar: “¡Yo no he visto bailar a nadie la Danza de la Pluma como Milo la bailaba! ¡Era… era el mejor! “Venía de la mera mata de la Danza de la Plu…”
No logra completar la oración. Bajo los lentes de armazón negro que utiliza, se asoman las lágrimas y la voz se quiebra hasta hacerle imposible pronunciar palabra. Basta escuchar su nombre para que el llanto abunde; no intenta ocultarlo. Le duele. El sentimiento aflora y se convierte en perlas saladas que ruedan salpicando el pantalón color verde olivo que usa en ese momento.
En 50 años de trabajo, he visto a muchos danzantes, pero él, él era el mejor; bailaba con el corazón.
Entrevistado en las instalaciones de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, donde realiza una visita ocasional, el maestro Eduardo Ruiz afirma que “Milo” fue como su hijo, y como su hijo –recalca- “me dio grandes satisfacciones, porque representó con orgullo a México en diversos escenarios artísticos”, toda vez que tras retirarse él de la dirección del taller de danza “Tezcatlipoca”, es el oaxaqueño quien se queda a cargo del proyecto. La intensidad del cariño y respeto que ambos se tenían, era recíproca. Eduardo Ruiz lo arropó cuando éste llegó a la Ciudad de México, proveniente de Zaachila. A su vez, Milo, lejos de su familia nuclear y en un contexto tan contrastante para él, se deja proteger y guiar por el profesor.
El profesor Eduardo Ruiz, hombre sabio que lo mismo dominaba la herrería que la carpintería, el vestuario y la música, asegura sin titubeos que el alumno superó al maestro.
V
Los hombres que bailan sobre las nubes
Son las 7:38 de la noche del 15 de octubre del 2016, y en la Explanada de la Delegación Iztacalco, se celebra el XV aniversario del Encuentro de Música Tradicional Mexicana Son para Milo. Proyecto que, todavía dos años atrás se realizaba en la Nacional de Maestros, emblemática institución de educación pública fundada por Ignacio Manuel Altamirano en el año de 1887.
Los Zancudos de Zaachila entran en calenda, con una banda de música precediéndoles. El público aplaude y se emociona porque acaba de ver que uno de ellos se desplomó pero se reincorporó rápido y sin quejarse; aplaude otra vez, porque el más pequeño, que no rebasa los 7 años, mantiene el mismo rigor y enjundia con la que bailan sus compañeros, pero sobre todo, porque este grupo de adolescentes está representando a un pueblo zapoteca de los Valles Centrales de Oaxaca que vio nacer al maestro Hermilo Rojas Aragón, responsable de que más de 300 músicos en escena se reúnan anualmente para conmemorar su legado a través de este Encuentro de Música Tradicional Mexicano.
Los zancudos son niños y jóvenes cuyo talento dancístico radica en bailar “sobre las nubes”, apoyados en enormes zancos de madera que atan a sus huaraches y que alcanzan una altura de más de 2 metros. A algunos de ellos, les toca asumir el rol de mujer, vistiéndose con falda y blusas para bailar en pareja el Jarabe del Valle, el Son Calenda o la Víbora de la Mar, melodías típicas de las calendas de Oaxaca.
Es la primera vez que los integrantes del grupo “Buin Zaa” (gente nube en zapoteco) asisten a este festival que se realiza año con año, en honor a un hombre común que trascendió no sólo barreras geográficas, sino también con el tiempo.
“¿A poco ese maestro era de Zaachila? ¿Y por él hacen todo esto?” se preguntan asombrados.
VI
El Festival
El profesor Rodrigo Rojas Aragón es el coordinador general del evento. Junto con sus hermanas Francis, Malena, Felisa, Gloria y Silvino, se mueve de extremo a extremo de la explanada; organizando, acomodando, haciendo sugerencias y dando algunas indicaciones.
Es el tercer día del Son para Milo, y la música no deja de sonar desde las 9 de la mañana. Cada 30 minutos un grupo nuevo releva al anterior y así consecutivamente. El público no deja de llegar, solos, en familia o pareja. De forma paralela se han instalado puestos de comida, artesanías y se llevan a cabo talleres de zapateado, chilenas, tejido de tapiz en bastidor, de multipercusión y de etnomusicología, entre otros. La entrada ha sido siempre gratuita.
Es una romería. Hay dos grandes escenarios y uno alterno, un poco más pequeño. Una puede escoger si escuchar a los “Nuu Davi”, “Los Tigrillos de Yautepec” o a la “Banda Aires Serranos” mientras se degusta una tlayuda de Oaxaca, un tejate, una nieve de limón, taquitos de cochinita pibil o un pedazo de pan relleno de queso de Zacatlán de las Manzanas.
Rojas Aragón afirma que Son para Milo es un movimiento musical incluyente que respeta las formas puras y tradicionales, pero también da cabida a todas aquellas nuevas propuestas de creadores, intérpretes o compositores que renuevan nuestro amplio patrimonio musical.
Se trata de un festival que surgió como parte de los cuatro grandes proyectos del taller de Danza “Tezcatlipoca” de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, generados a lo largo de medio siglo.
Son para Milo es un movimiento cultural que permite acercar a los ciudadanos al encuentro con su cultura, costumbres y tradiciones. Es un caudal de emociones donde se manifiesta la alegría de la música, los colores de sus vestuarios, los olores y sabores de su comida tradicional, que es rica y extensa.
Sentado en el comedor del edificio delegacional de Iztacalco, donde se ofrece un desayuno a los grupos folclóricos que asisten al XV aniversario, el profesor Rodrigo Rojas explica que éste surgió como un homenaje y reconocimiento a la trayectoria del profesor Hermilo Rojas Aragón.
Sostiene que a raíz de su muerte, en el año 2002, familiares, amigos músicos, bailarines y personas allegadas, iniciaron estos encuentros de música tradicional mexicana. Cada vez se fueron sumando más grupos musicales, artesanos, gastrónomos y especialistas en temas relacionados con las tradiciones mexicanas, hasta convertirse en uno de los festivales autogestivos más importantes a escala local y nacional.
VII
Nadie es profeta en su tierra…
Paradójicamente, en la tierra materna del profesor Hermilo Rojas, muy pocas personas conocen el festival, menos aún saben que se realiza en homenaje a un zaachileño. Históricamente, esta es la primera ocasión que un grupo de este pueblo participa en Son para Milo.
La primera vez que se realizó, sólo contaba con 5 grupos, 10 años después, esta cantidad ascendió a 56; en tanto que, el año pasado se presentaron 105 agrupaciones. Los organizadores siguen esperando que un día, lejos de la burocracia institucional, la historia por fin haga justicia al profe “Milo” y este festival pueda ser llevado a la tierra que lo vio nacer.
PARA SABER MÁS…
Zaachila es un municipio conurbado que pertenece a la región de los Valles Centrales. Está ubicada a unos 20-25 minutos de la ciudad capital de Oaxaca y es famosa por su gastronomía, su Danza de la Pluma, su Danzón “Nereidas” -cuyo autor Amador Pérez Torres fue oriundo de esta comunidad-, su mercado y sus fiestas tradicionales, entre otras cosas más. De Zaachila, se sabe que fue la última capital zapoteca que aún estaba habitada a la llegada de los españoles.
La edición 2017 del Son para Milo se llevará a cabo del 1 al 4 de junio en la explanada de la Delegación Iztacalco, Ciudad de México.