Es el primer lunes posterior a la desgracia, ella está acostada, las gotas de lluvia caen por la ventana, es difícil distinguir entre la tormenta y la tempestad que hay en su alma. Se aferra a la almohada y grita, es un grito áspero, desgarrador y violento. Le hace daño, le duele, le destroza el alma.
Quiere odiarlo, quiere que el mundo gire y que el recuerdo se evapore en el ocaso. No lo extraña, dice que no lo extraña. El teléfono suena con insistencia, ella responde y escucha una voz que desde la distancia intenta calmarla. “No te merece, no te conviene, no te amaba…”, no dice nada, pero siente que se desgarra.
Él está en otra cama, abrazando a la dueña de sus ansías, haciendo la guerra donde solo había calma, la atrapa, se pierde entre su cuerpo y murmura esperanzas. Ella lo mira con coquetería, se sabe deseada, se piensa querida y se cree amada. Él la toca, le susurra al oído palabras que son nada, la mira a los ojos y siente que ha perdido el alma, algo falta, en el fondo intuye que el corazón lo dejó en otra cama.