Darle a la sangre paciencia
hasta hacer de la piel
una sombra…
EDUARDO CASAR | Darle a la sangre
Una forma superior de engañar a los días será salir de madrugada, caminar las calles del barrio: las estrellas bendicen los pasos del que deambula. En las esquinas las sombras forman tumultos que salen a buscar la dicha de lo oscuro. Y es rico enredarse a horas con un cuerpo ajeno, fresco: aparecen mujeres vampiro, fantasmas, zombis que aúllan antes del alba. A esa hora la mano se extiende presurosa como quien saluda a la muerte que llega a casa por la mañana a beber café con leche con nosotros. Las sombras nos seguirán con su sonrisa como gente alegre que marcha muy temprano tras las moneda (antes que la luz del sol maldiga su cuerpo).
Ambulante
Cambiamos de domicilio. El puesto de ropa usada está a reventar, asisten clientes varios. Mujeres y hombres compran prendas. Acuden los de alta, los de la baja. Los viernes de cada semana llegan al parque público municipal comerciantes de ropa de segunda. Los jóvenes ansiosos de estar al último grito de la moda participan como los principales clientes. La mercancía la traen de ciudades americanas, Los Ángeles, Nueva York, Chicago. Ofrecen ropa casi nueva para cada temporada. Precios bajos, desechos de colores firmes que adquieren por pocas monedas.
Mediodía
La imagen del maniquí con los cabellos color naranja se esparce por la ciudad de calores y calambres, vuela tras las gotas de una fuente que carga el mediodía húmedo y fresco para nadie. El maniquí se transporta en el asiento del urbano, me mira desde los altos cristales polarizados que reflejan la imagen de una ciudad perdida como aguja en el pajar.