Fotografía: EDUARDO GONZÁLEZ
Era una tarde de principios de otoño y yo solo era un crío. No había velaria en el estadio y el cielo estaba claro. Mi madre se encontraba en el terreno de juego cubriendo la nota y mi padre habría ido a buscar algunas bebidas. El lugar era majestuoso y yo estaba encantado, en mi memoria era inmenso, rodeado de tanta gente y en el centro todos veían al diamante. Un par de equipos jugaban a la pelota. Cómo olvidar los uniformes, cómo olvidar los gritos, cómo olvidar el sonido del madero y los vítores de ganador.
“En Oaxaca, TODOS SOMOS GUERREROS”
Acudimos a otra cita con la historia, acudimos a la culminación de un espacio que reconocimos con cariño; la terapia de unos, la cantina de otros, el lugar de esparcimiento de todos. Testigo de tantos amores y cura de tantos dolores. Casa de los Guerreros de Oaxaca, hogar de la tribu zapoteca.
El estadio Eduardo Vasconcelos albergó por 75 años a los eternos seguidores de un deporte inmaculado desde su creación, aquel estilo de vida basado en la lucha por Doña Blanca, el béisbol, y luego de tantos jonrones, luego de tantos gritos y tantos llantos llega a su momento, es hora de un cambio, como tantos otros que ha experimentado.
El pasado jueves 05 de septiembre se apagaron sus luces, el plan es conservar su fachada, a modo de monumento, de recordatorio de lo que una vez fue, pero es hora de evolucionar, cambiar y mejorar.
Con una inversión millonaria y el sueño de toda una sociedad leal al deporte llega el nuevo proyecto, el estadio Yu Va, sin embargo, esa tarde magnífica quedará en nuestra memoria por siempre.
La llegada fue puntual y ordenada, era raro no tener que comprar un boleto para acceder y aun más, que la fila fuera por debajo de las gradas en vez de caminar hacia ellas. Luego de un pasaje ligeramente claustrofóbico llegamos al campo, fresco, verde, solo que esta vez no había jugadores, no había umpires, éramos los aficionados quienes se arremolinaban ante el pasto y la arcilla, y nadie perdió oportunidad, fotos en home, en las bases y frente a los nombres históricos del equipo, filas para entrar al club house o para firmar la gorra gigante o el muro que a la posteridad serán exhibidos en el museo del beisbol con el que contará el nuevo recinto, todos con el sentimiento a flor de piel y compartiendo tantos recuerdos.
¿Recuerdas como saltó para robarse ese Home Run?
¿Recuerdas al abuelito de las botanas?
¿Recuerdas las empanadas de doña Lupe?
Y entonces llegó quien nos acompaña en cada juego, una consistente llovizna que nos hizo recordar que no hay béisbol en Oaxaca sin una buena empapada.
Para cuando llegó la hora sonó el “Oaxaca vives en mí” y luego la cuenta regresiva, y se apagaron las luces definitivamente. Con fuegos pirotécnicos se alumbraban las lágrimas mientras se recordaban a aquellos que dejaron huella, a quienes nos acompañaban a los juegos y ya no están. Y entonces avisaron que las luces no se volverían a encender.
El equipo no se va, no es una despedida, es más una ceremonia de agradecimiento. Es un sentimiento de ansias por ver materializados los planos…
Habrá una nueva dirección del campo, una nueva entrada, amenidades espectaculares y esperemos también comida y bebida increíble. Se ha prometido que todo estará listo para la próxima temporada, y aunque parece una carrera contra reloj se espera que pueda ser la primera carrera anotada en el nuevo estadio, la nueva casa de los Guerreros de Oaxaca.