GABRIEL ELÍAS*
Tras un periplo que incluyó estudios en la Casa de la Cultura de la Paz, Baja California, y la Casa de la Cultura del entonces DF, así como su inclusión en la Academia de San Carlos, Armando Guerrero (CdMx 1968) llegó a Oaxaca donde estableció su familia, definió el camino de su pintura y consolidó lo que se convertiría en su obsesión más definida: plasmar árboles.
Pero su camino no estaría limitado a encontrar la torcedura arbórea en cada pintura, sino a hacer lo propio con su carrera. Seguir la intuición de mudarse-de entorno creativo, de materiales- lo preparó para mudar la certeza de sus rasgos pictóricos.
Cuidadoso de entregarse al difícil logro de disfrutar y vivir de la pintura que le gusta, Armando Guerrero se coloca ahora en una orqueta que se bifurca, por lo menos en parte, hacia un espacio de incertidumbre fértil, que de entrada le ha recordado las sabidurías consolidadas de su historia.
Pocas cosas le son mas nocivas al impulso creativo – a su capacidad liberadora- como saberse orquestador de un estilo. Encontrar qué pintar es tan peligroso como alojar la ilusión de que sólo se es pintor, sólo escultor, solo performer. Tras casi toda carrera en las artes se revela bajo observación minuciosa la universidad de medios. Un pintor escribe. Un músico pinta.
Este impulso de romper disciplinas conduce el proceso al cual se aboca Armando Guerrero con esta exposición para codificar exuberancia, volumen y emoción fuera de los contornos hasta ahora familiares para él.
Asistir al proceso de reconfiguración de un artista revela aspectos clave de su entendimiento artístico. Cuando se busca activar el asombro vía el retorno a la incertidumbre, las estrategias mas eficientes son las oblicuas.
Esta transición implica para Armando Guerrero que cada respuesta a la pregunta “por qué abandonar los árboles” sea un océano de ilimitadas limitaciones que comienza a abrirse.
La incógnita tiene una sensación de abandono de la zona de confort en polaroid; se trata de un proceso de riesgo a través del cual cada punto de retirada queda comprimida instantáneamente y es ahora nuevo rumbo.
Si miramos parte de las obras que constituyen la desviación autoimpuesta por Armando, asistimos a un proceso de autocontaminación que implica reventar referencias. No sólo obras identificables por su estatus de cita, sino ecos familiares a la obra reconocible de otro artista, están ahora condensados, vertidos a códigos de barras de color. O en vías de encontrar su manera de leerse.
El modo condensado de Armando Guerrero es una manera de hacer interferencia, de atajar con líneas. Una invitación a experimentar la pintura sin la intermediación de lo ilusoriamente definido. A apretar la pintura no solo hasta que se vea como piel, sino también como código. Apretarla hasta que regrese a la línea. Hasta que la serie de giros inesperados le recuerde que en realidad sólo ha variado de foco.
Y cuando apretamos “reset”, una opción es la estática, otra las barras de color. Otra es que todo se apague. Aun las computadoras reinician por un momento a cuadro negro. Cuando comenzamos, el cursor es siempre una línea.
Texto de sala de la exposición de Armando Guerrero, abierta al público del 24 de mayo al 22 de junio en Galería CuatroSiete, Reforma 407 centro histórico de la capital oaxaqueña.