Dice Agamben en El fuego y el relato (Sextopiso, traducción de Ernesto Kavi) que “lo que queda del misterio es la literatura” y que “eso”-aquello que permanece luego de la enunciación- “puede ser suficiente”.
Hora de las tortillas, colonia Margarita Maza, segunda sección, San Martín Mexicapam, mediodía; en la calle se escuchó el pregón de las naranjas, “naranjas dulces, naranjas de jugo, venga o mande por las naranjas” que salió de una camioneta siniestra, destartalada que rodó por la calle que arde; ella lleva un pequeño bolso de manta, él, huaraches, sombrero y lentes oscuros. A la hora de las tortillas el viento se deja caer sobre la loma que desciende de Monte Albán, las piedras antiguas, piedras que arden. Luz de mediodía, a la distancia se levanta el cerro que funda la colonia Pintores, calles con nombres que le dieron fama a la plástica oaxaqueña, cicatrices que ocultan violencia, crimen y pandillerismo; junto a esa loma otra loma, la colonia Monte Albán asciende el mismo camino que abriera Antonio Caso, 1932.
Desde los ojos resecos las lomas miran el agua que se escurre como gargajo sobre la arena caliente del Río Atoyac; junto a la arena una avenida que lleva el nombre del fundador de un partido de derechas, Gómez Morín, junto al puente Valerio la terminal de mototaxis que pertenecen a la gremial Lázaro Cárdenas.
– Mira, tantos tamarindos tan chulos en el árbol y nadie los corta -dijo ella.
– Todo esto fue agua, abajo hay agua –dijo él.
Antes de llegar a la colonia Margarita Maza, Primera Sección, junto al depósito de cerveza del Centavo, pasan por el puente del arroyo; el camión materialista se pega a la banqueta, en la sombra de la cabina el conductor escudriña su teléfono celular.
– ¿La calle Zapotecas? No, no lo sé -responde ella.
Esquina de la calle, esquina de los ebrios, patio limpio a la sombra del aguacatal; el montón de piedras verdes dormidas bajo la luz del mediodía, mediodía del domingo, hora de las tortillas, crecido el silencio.
– Dicen que Berna arrojó sangre.
– Será cierto, mira cuánto tiempo ya pasó. ¿Cuántos años llevas sin beber?
A la derecha la calle se levanta en el Fraccionamiento Colinas de Monte Albán, hacia la izquierda la loma que cae a la colonia Jacarandas, el sitio de la delincuencia; el sol desciende, desnuda las almas, la misma calle que sabe historias de crímenes y pendencias, fiestas y amores bendice a los dos que caminan rumbo a las tortillas.
Se pregunta Agamben si en estos tiempos que corren “¿es creíble que aún pueda satisfacernos un relato que no tiene ya ninguna relación con el fuego?”.
Tras una cerca de láminas una mujer hace su sombra con restos de madera y ramas, la sombra desciende de los retazos de carteles, viejas campañas políticas; a la mujer la acompaña una mujer joven, las dos pegadas al fogón cuidan el oloroso tenate cubierto por la manta blanca; el joven abonero las acompaña.
– Hace calor -dijo el abonero.
– Desde que amanece las cosas hierven -responde la mujer.
Ella y él se detienen, el cerco de láminas levanta una lengua herrumbrosa, sombra de la sombra.
– ¿Tiene tortillas?
Día domingo, calle solitaria, mediodía, la alegría del mezcal se fue a dormir la mona; por la tarde, cuando baje el calor, los ebrios saldrán a la esquina, volverá a las piedras del lote baldío cargados de historias, narraciones extraordinarias acontecidas a familiares y vecinos, conocidos de la colonia; con sed, mucha sed que se apagará hasta la madrugada, con la luna repleta de mezcal.
En la covacha de las tortillas la oscura sombra oculta el rostro de la mujer que inclinada cuenta las tortillas; demasiadas operaciones al mismo tiempo, cuenta y saca tortillas del tenate, saca tortillas y cuida sus manos del calor de la olorosa materia mientras la calle la mira repleta de sol que intenta mirar sus pequeños pechos olorosos a nixtamal y viento y misterio.
Sol del mediodía, día domingo sobre las calles que aportan triunfos electorales para llegar a la presidencia municipal de Oaxaca de Juárez, camino de regreso.
– ¿Pasas por las verduras? -dijo ella.
– ¿Me acompañas? -dijo él.
Calles pobladas de historias y sol y secretos, cargadas de silencios que enmarcan con otros sentidos a las palabras, como si después del silencio se levantara un silencio más hondo, infranqueable; en la esquina, terminal de los autobuses Sertexa, dos cuadras arriba de la Secundaria 106, territorio de San Martín por la Secundaria, un hombre duerme sobre la banqueta. Silencio, mediodía, domingo, colonia Presidente Juárez, San Martín Mexicapam; frente al hombre tirado en la banqueta una casa con muro azul levanta el moño negro.
– ¿Murió la gorda?
– Murió, pero dejó el negocio.
El viento corre en la esquina, bendice el negocio y bendice al hombre que duerme tirado en la banqueta, bendice a la pareja que camina por la asoleada calle.
El hombre pide plátanos y manzanas, dos atados de espinacas; la mujer que atiende la verdulería pregunta con tono de reproche:
– ¿Naranjas no va a llevar?
Dice Agambem: “Al decir de todo esto podemos contar la historia”. Todo esto significa pérdida y olvido, y lo que el relato cuenta es precisamente la historia de la pérdida del fuego, del lugar y de la oración. Todo relato -toda la literatura- es, en este sentido, memoria de la pérdida del fuego”.