Finalizada ya la temporada de glotonería que involucra el tan alabado maratón Guadalupe–Reyes, me he puesto a reflexionar sobre lo que implica ser un Oaxaqueño Gastronómico, y es que, además de haber coronado mi maratón con un par de kilos extras y varios muñecos de la rosca, me he dado cuenta que las tradiciones, aunque perfectamente fundamentadas en la cultura en las raíces, también son el pretexto perfecto para “pecar” aunque sea solo un poco, y romper lo que tantas y tantas veces intentamos respetar: la dieta.
Y esta última palabra viene a mí con un eco especial. Me resultó tan gracioso cómo los días subsecuentes al 07 de enero, mis contactos dedicados y dedicadas a la nutrición proceden a publicar, quizás con más énfasis que otras veces, que es hora de “retomar” los buenos hábitos alimenticios.
Entonces… ¿Acaso no habrá más tentaciones?, ¿Qué tan débiles somos y qué tanto nos define nuestra cultura dentro del plato del buen comer?
Analicemos un poco. Para Oaxaca como sociedad (quizás para el resto de México también), el plato del buen comer y comer un buen plato se ubican en definiciones tan distantes como lo están nuestro estado y la Sultana del norte (Monterrey). Empecemos pues con que en ambas frases la palabra buen no significa lo mismo.
Haciendo en la primera referencia a la salud, el bienestar y lo balanceado que podría significar realizar el acto mas natural de la existencia humana, tiene su contraparte enfocada sobre todo en la vastedad, sin tomar en cuenta balances o incluso siquiera racionamientos.
No hablemos de números cuando normalmente comer un buen plato es incluso consumir más de un platillo en una sola sentada, un número indeterminado de tortillas, aderezos, salsas y acompañamientos, y no quiero sonar regañón porque, como usted, yo también disfruto de la variedad y vastedad de nuestra cocina y, también, como usted seguramente, he alardeado de mi capacidad de ingerir en exceso alguno de nuestros tan exquisitos manjares tradicionales, sin embargo como mencionaba con anterioridad, “retomar los buenos hábitos” es por lo menos internarnos en un complejo contrato no escrito pero religiosamente respetado entre el comensal y la cultura local.
Empieza pues el año con los gimnasios abarrotados, hasta hoy no conozco profesional de la nutrición que no tenga bien ocupada la agenda de enero, los supermercados brillan por sus productos bajos en grasa o libres de azúcares e incluso los mercados hacen su primer agosto en vegetales… aunque el enfoque inicial no tardará en caer en la primera tentación pues se avecina la primera de tantas tentaciones del año, y muchos de los ESTRICTAMENTE renovados comensales deben pagar la que fue probablemente la única deuda involuntaria del año, el día de la Candelaria.
02 de febrero, domingo para acabarla de amolar, se cierne sobre las dietas y los ejercicios con un objetivo claro, retar a la voluntad y a la disciplina de cada quien por ingerir al menos un trozo de esa tan deliciosa y anhelada bomba calórica que son los tamales. Y los hay para todos los gustos, tradicionales con carne o sin ella, manteca y mole, o en sus versiones mas actualizadas con componentes 100% vegetales, los hay bajos en azúcares, porosos o pesados, alargados o en bola, comidos con celeridad en una servilleta o montados cubiertos de refinadas salsas en platos costosos, el tamal pone a prueba a quien sea.
Es completamente válido decir, sólo por hoy, se vale un día a la semana, solo un cachito para el antojo, lo bajo en la semana en el gimnasio o la ya clásica “para eso hago ejercicio”.
Y como ésta podríamos mencionar por lo menos una tentación al mes, un pretexto para romper la dieta y presumirlo en redes sociales incluso, pues somos una sociedad glotona, no suena feo, hay que aceptarlo.
Si usted ha salido de los bordes perimetrales de nuestro estado por un periodo prolongado seguramente lo entiende con lujo de detalle, uno extraña la comida, a veces más que a los seres queridos. Se vive comparando la carne, las tortillas, las salsas, no sabe igual. ¿Soñamos con volver a probar una suculenta ensalada de berros y jitomates? Probablemente no, pero anhelamos un mole, unas tlayudas, los tacos de doña X o los caldos de doña Y, pues resulta que el mayor estimulante de la memoria es sin duda, el gusto.
Finalizando, amamos comer, y cómo no, estoy muy seguro que es más necesario que el sexo, el celular o el alcohol. Después de mi paso por restaurantes y experiencias puedo aseverar que para como están los tiempos actualmente, el amor por la comida es de los amores mas puros y sinceros que existen.
¿Buen comer? Sí, deberíamos hacerlo con regularidad, es parte de lo que podemos llamar amor (esta mágica palabra otra vez) propio. ¿Comer un buen? Totalmente permitido exagerar siempre y cuando se asuma lo que significa llenar el estómago 3 milímetros más allá de lo humanamente posible. ¿Periodicidad? La que usted, mi querido lector, considere apropiada.
Me despido con una frase del célebre escritor Mark Twain para su reflexión: El secreto del éxito en la vida es comer lo que te gusta y dejar que la comida combata dentro.