“Solía tener un buen puesto en el gobierno, un buen salario, una buena casa, pero le faltaba un sabor especial a mi vida, un sabor que encontré en las hebras de té, y entonces todo lo demás lo dejé.”
Fernando Gaitán me cuenta sobre su experiencia en Shaktea, empresa dedicada a compartir y vender la experiencia del té en México, el té tal como debe ser.
“En México creemos que té es toda aquella materia que sumergimos en agua hirviendo normalmente y que usamos para sanar algo, como remedio casero, pero estamos equivocados, el verdadero té viene de la planta del té, camelia sinensis, todo lo demás es una infusión y en el caso de las bebidas más específicamente, una tisana.”
Fernando ha recorrido el mundo buscando ese sabor especial que le faltaba a su vida, me cuenta que cuando le dijo a su familia que dejaría el puesto en el gobierno hubo un gran escándalo, “lo tenía todo, y decidí apartarme para alimentar mi espíritu y mi alma y entonces me preguntaron, de qué vas a vivir. Hoy sé que el té por sí solo es vida”.
“Entonces me fui, crucé las fronteras y comencé a aprender de cata y degustación, pasé algunos años entendiendo lo que era degustar hasta que encontré a mi maestro, chino de nacimiento, pero criado en San Francisco, Roy Fong, y al más puro estilo de Karate Kid me dijo, olvida lo que has aprendido y practica Tai Chi, y entonces me di cuenta de que el té también es movimiento, es calma y espacio. El té es un mundo, mi mundo y lo vivo a cada sorbo, a cada instante, siempre descubro cosas nuevas y me dejo sorprender por su sabiduría, por su historia.”
Cuenta la leyenda que un viajero experto en medicina y herbolaria china viajaba por los terrenos del antiguo imperio experimentando y probando los frutos de la naturaleza y apuntándolos en sus diarios, para así poder expandir su conocimiento, y una tarde, cansado y enfermo por lo que había ingerido decidió reposar bajo un árbol, encendió un fuego y puso agua a calentar, y del árbol que lo cubría, impulsadas por el viento cayeron dentro del agua un par de hojas, el sabio, curioso de lo que sucedería dejó las hojas y decidió probar el resultado, de inmediato sintió bienestar, el malestar se aliviaba a la par de que su energía se renovaba. Tal leyenda es la que hace referencia a la creación del primer té en China.
Fernando vierte con ceremonial delicadeza un poco de hebras perfectamente aromáticas en un cuenco de cerámica, y agrega un poco de agua caliente que nunca alcanzó a hervir, solo un poco, me explica que ese proceso se llama despertar el té, y se hace para lavar del polvillo que genera la transportación de las hebras, y comienza a emerger su poder aromático, el cual revive a la hoja de su estado casi criogénico.
Luego desecha el agua y agrega una cantidad suficiente, lo cubre con una tapa y lo deja reposar, pasados un par de minutos toma de la tapa y sumerge un extremo para revisar su contenido, el agua toma tintes amarillentos, casi dorados y el aroma explota como el mejor de los perfumes, realiza un movimiento similar a la bendición del buda y vuelve a colocar la tapa, está casi listo.
Había una vez, en el viejo imperio, un cazador al servicio del emperador, era un hombre noble y gentil pero fuerte y disciplinado, este cazador era diferente, su cacería se enfocaba en las variedades de té del imperio para deleite del emperador. Una tarde, montado en su caballo recorría lejanas tierras cuando de pronto miró al lado del camino a una niña desconsolada y llorándole a un cuerpo que le acompañaba, era su madre quien había muerto de una enfermedad extraña. El cazador bajó de su caballo, observó la situación y con seguridad desenvolvió un par de mantas de su equipaje, con respeto envolvió el cuerpo y lo subió junto con la niña al caballo, él caminó a su lado en silencio, con respeto, al llegar a un pueblo cercano encargó a un hombre que cuidase de la niña, entregó algunas monedas para los gastos funerarios del cuerpo y se despidió. Pasado el tiempo volvía el cazador por aquel camino, cargado de té y acompañado de otros dos caballos, curioso, decidió visitar a la niña y al llegar preguntó por el hombre, quién al verlo, con tristeza en los ojos informó al cazador que la niña había fallecido del mismo mal que su madre, y el corazón del cazador se rompió, agradeció al hombre por sus servicios y partió desconsolado de vuelta a las bases del imperio, pero antes de irse el aldeano lo detuvo, le entregó una pequeña caja y dijo que la niña lo había dejado para él. Era té.
Al llegar al imperio, el emperador lo recibió con vítores y fiesta pero el cazador no sonreía, ya en los altos aposentos contó a su majestad lo que había sucedido y mostró al emperador la cajita de té. El emperador lo olió y de inmediato esbozó una leve sonrisa. Solicitó al cazador que se dirigiera a las cocinas y preparase un poco para probar. El cazador reverenció a su soberano y se retiró, ya en las cocinas comenzó a preparar el té y al servirlo, del vapor apareció un hada que tocó el rostro del cazador para después desaparecer en el viento, apresurado el cazador subió a los santos aposentos y compartió al soberano lo que había sucedido. El emperador tranquilo se sentó en su silla, caló su pipa y comentó al cazador, “Esa es el hada de la gratitud, se le aparece solo a aquellos que han obrado desde el corazón sin esperar absolutamente nada a cambio”, el té en cuestión era té de Jazmín.
Impresionado con unas palabras calmadas similares a las que mi madre recitaba antes de que yo fuera a dormir cuando niño, Fernando me cuenta que el té es la historia de una nación, de varias incluso, que el té es disciplina de las mujeres que hábilmente lo cosechan en las madrugadas y hombres que cargan con él en enormes cestos de bambú, pero que también es ritualismo y misticismo mientras me habla de emperadores y dragones, de guerreros y cazadores.
Con destreza toma el cuenco que contiene té ceremonial de Jazmín, y lo vacía sin quemarse en una pequeña jarra de cerámica, la jarra de la justicia, de la cual se ha de repartir el líquido a todos por partes iguales a la misma temperatura en pequeños cuencos de cristal.
Me asombra que al beberlo pueda sorberlo, que esté a la temperatura indicada, que sepa a flores, pero también tenga un ligero amargor, que me refresque y me haga sudar.
Para hacer negocios, para una visita, para cualquier momento en China se toma té, es como aquí cuando compartimos un mezcal, y los hay para el diario y los hay para los momentos especiales, variedades y colores, sabores y texturas.
“Shakti, nombre del cual desprende la empresa, es la diosa femenina en el hinduismo de la creatividad, el poder y la creación, opuesta a Shiva, dios de la destrucción y de los cuales todos tenemos una parte de ambos en nosotros, tal como el Ying y el Yang.
“He llegado a Oaxaca porque como el té, es una tierra de misticismo e historia, donde confluyen ambos mundos, entre la realidad histórica y el misticismo tradicional.”
Me genera una tranquilidad especial beber té y escuchar a Fernando hablar de historia y contarme las leyendas y conforme va menguando la tarde le vamos dando cierre a la experiencia.
“Quizás escriba un libro algún día, pero el libro en el que me enfoco, metafóricamente, es en el libro que escribo día a día, mi vida, el té que bebo por la mañana, los versos que dedico a mi ser amado, las risas que comparto con mi perro y las reflexiones que realizo al cerrar el día”.
Oscurece en Shaktea y nos despedimos con una frase memorable del gran escritor e historiador japonés Okakura Kakuzo: “El té no tiene la arrogancia del vino, el individualismo del café o la inocencia del chocolate, sino que es una bebida que nos eleva y nos une como personas”