Para Ina y Tlacuache, hasta la infinidad y fragilidad del universo
Cuando Ina, forma cariñosa en que nos referíamos a mi abuela, lo miró, dijo que tenía hocico de Tlacuache y así llamaron al cachorro de perro que mi hermana encontró en las inmediaciones de su universidad en San Pablo Huixtepec.
Era un perro mestizo, a mi parecer, algo raro conforme creció: con orejas grandes, patas larguchas, cola enroscada, pelaje grisáceo grueso y el característico hocico alargado.
Yo he preferido los gatos más que los perros. Pero de mi abuela aprendí que aunque no me gusten debo respetarlos. Durante mi infancia ella solía contar esta historia:
Cuando morimos, llegamos ante un río de aguas crecidas que debemos atravesar. En la orilla hay dos perros, uno de pelaje negro y otro blanco. Si le pides al de color blanco que te ayude, te dirá que no porque su pelo se ensucia. El que aceptará ayudarte será el perro negro, siempre que uno haya sido bueno con los animales, de lo contrario sólo te va a gruñir.
Hasta varios años después encontré la similitud de la creencia de mi abuela con la leyenda mexica del Xoloitzcuintle ayudando a las almas a llegar al Mictlán.
Tlacuache era un perro sano, inquieto y excesivamente cariñoso con mi abuela. Lo adoptamos en 2017 y según se estima, los canes viven hasta veinte años, yo visualizaba mucho tiempo con él.
En octubre del año 2021 mi abuela tuvo una caída que la postró en cama. La atendimos y cuidamos con la añoranza de que pronto se recuperara. En uno de aquellos días de espera, notamos que el perro estaba muy decaído. El veterinario no encontró algún padecimiento grave, sólo necesitaba vitaminas y descanso.
Los días transcurrieron y llegamos al mes de diciembre, aunque en la habitación parecía que el tiempo estaba en pausa: en cama mi abuela, a sus pies, Tlacuache, ambos con semblante demacrado.
Sin embargo, la salud del perro empeoró inexplicablemente en pocos días, tuvo un par de ataques convulsivos y mi hermana enfrentó la decisión de dormirlo, era 9 de diciembre de 2021. Para evitar que esa tristeza afectara la salud de mi abuela, le dijimos que el perro estaba internado en la veterinaria, pero, luego de unas semanas ya no creyó esta excusa. Las últimas lágrimas de la vida de mi abuela, fueron para su perro.
Ina, mi querida abuela, partió de este mundo terrenal el lunes 31 de enero de 2022.
En mayo de ese 2023 visité por primera vez el Museo Nacional de Antropología e Historia, en CDMX. Entre el cúmulo de información se encuentra una placa con datos sobre los rituales y ceremonias de los aztecas ante la muerte. Cito textual:
Cuando algún integrante de una familia moría, sus deudos iniciaban un riguroso ritual que duraba 40 días. El ritual daba inicio con el sacrificio de un perro xoloizcuintli…”. En otra placa dice: “Del mismo modo, al término de la vida, los xoloizcuintli, perros sin pelo conducían a los muertos hacia Mictlán”.
Permanecí de pie varios minutos releyendo esas palabras. La melancolía y el dolor del duelo golpearon mi corazón. Quizá a modo de consuelo, ¡por fin! pude atribuir un propósito a la inexplicable muerte de Tlacuache.
En mi imaginación, fantasiosa y literaria, veo a ambos. El perro aguardando a la orilla del río, cuando ve llegar a mi abuela se levanta agitando la cola con emoción y ambos cruzan hacia lo que existe más allá de la muerte.