Al canciller Marcelo Ebrard Casaubón le llegó la hora decisiva para abrir su juego: aceptar las reglas del presidente López Obrador y Morena de las encuestas o anunciar de manera pública su decisión de buscar la candidatura presidencial fuera del partido en el poder. El punto estratégico de inflexión será el resultado electoral en el Estado de México el próximo domingo 4 de junio, dentro de escasos nueve días.
La reunión de Ebrard con militantes del Partido Verde no contó con el beneplácito de las tres áreas de poder en esa organización: la de Manuel Velasco, la de Jorge Emilio González (ex) Niño Verde y la del propio presidente López Obrador que ha sumado con la alianza de ese partido desde el 2018, luego de que el PV había sido partido comodín con el PAN, el PRI, el PRD y Morena.
A Ebrard lo persigue el fantasma de 1994: su jefe Manuel Camacho Solís se rebeló contra la decisión del presidente Salinas de Gortari de poner como su candidato presidencial a Luis Donaldo Colosio, pero su enojo no llevó a la ruptura y siguió dentro del régimen; sin embargo, usó la crisis de Chiapas para construir una figura política que jugueteó con la posibilidad de candidato independiente, pero al final, político de estrategias, Camacho pactó con Colosio, aunque ese acuerdo se ahogó en el escenario de Lomas Taurinas.
A pesar de haber militado en el PRD y en Morena, Ebrard no es un hombre de partido y tiene un proyecto político personal que tendría que pasar por el cierre inevitable del ciclo de López Obrador y desde luego de lo que representa Morena y la reforma de la 4T.
Ebrard no es un político de ideas, sino un funcionario de gobierno; carece de un enfoque de política económica y de política social y su gestión en la Jefatura de Gobierno del DF 2006-2012 estuvo basado en el modelo lopezobradorista de asistencialismo presupuestal; y como canciller no ha tenido ninguna nueva línea estratégica de política exterior.
Hasta antes de las elecciones estatales en Estado de México el próximo domingo 4 de junio, Ebrard tendrá la oportunidad de decidir su propio destino político, porque los resultados de esa competencia incidirán, en cualquiera de sus variantes, en el fortalecimiento del presidente López Obrador para cumplir con su tarea prioritaria de su administración: poner candidato oficial de Morena y hacerlo ganar.
Lo malo de este mapeo político es que Ebrard no tiene posibilidades: si Morena gana las elecciones mexiquenses, el presidente López Obrador tendrá un gran impulso; y si Morena pierde, el presidente de la República tendrá que reconstruir su poder político al interior del partido para poner a un candidato que le garantice la continuidad de su proyecto.
Ebrard nunca se consideró cuadro del PRD, del Verde o de Morena, siempre se movió en función de su propio prestigio personal, aunque jugando en la cancha de López Obrador. En el 2012 cometió el error estratégico de competir con López Obrador por la candidatura presidencial, pero no se atrevió a romper a pesar de indicios de que habría ganado alguna de las encuestas.
Ebrard ya dejó señas muy claras de que no es 4T, tampoco es Morena y sólo podría ofrecerle a López Obrador lo que el precandidato Camacho le ofertó al presidente Salinas de Gortari antes del destape: “¿contigo?, cierre menos difícil, una buena elección y un país en paz; mantener tu prestigio nacional e internacional; retiro no, (sino) formas nuevas de aprovechar tu capital político en beneficio de México; admiración por tu talento y tu trabajo”. Es decir, en pocas palabras, Ebrard le diría a López Obrador: “gracias por participar”.
La gran pregunta ya tiene respuesta: Ebrard no tiene recursos, estructura o partido nacional para competir contra Morena.
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Política para dummies: La política es poder, no sentimientos.
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