MARTÍN VÁSQUEZ VILLANUEVA
El martes de la semana que pasó, día 19 de noviembre, se dio un conflicto violento en los linderos de la zona arqueológica de Monte Albán, balacera incluida. Resultado: un muerto y un herido, casas vandalizadas y destruidas, vehículos incendiados. El Coquito, El Mangalito y El Quío, parajes del municipio de Santa Cruz Xoxocotlán, convertidos en un auténtico campo de batalla entre grupos antagónicos que disputan esos fragmentos de tierra.
No es una historia nueva. Siendo diputado federal, el 19 de febrero de 2013 presenté en el Pleno de la Cámara un punto de acuerdo relativo a la preservación de nuestros lugares que han sido declarados patrimonio cultural de la humanidad, donde advertí: “El complejo cultural de Monte Albán sufre el acoso de grupos que amenazan con invadir su zona protegida, lo que hace necesaria una acción más eficaz de los tres órdenes de gobierno.” Consecuentemente, en el numeral primero de ese punto de acuerdo decía: “Se exhorta al titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, así como al director del Instituto Nacional de Antropología e Historia, al gobierno del Estado de Oaxaca y al Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez, a efecto de que implementen las medidas necesarias para preservar la integridad territorial del polígono de Monte Albán, en el marco de un plan rector de reordenamiento urbano.”
El área protegida por el INAH en la zona arqueológica de Monte Albán es una poligonal envolvente de 2 mil 078 hectáreas que abarca porciones de los municipios de Santa Cruz Xoxocotlán, Oaxaca de Juárez, Santa María Atzompa y San Pedro Ixtlahuaca. Así quedó establecido por decreto presidencial del 24 de noviembre de 1993, aunque no fue sino hasta 25 años después —el 9 de febrero de 2018— que se suscribió un convenio entre el INAH y el gobierno del Estado de Oaxaca para la colocación de una malla ciclónica que garantizara la protección.
Los trabajos de enmallado están a cargo del INAH y el Instituto del Patrimonio Cultural del Estado de Oaxaca, de conformidad con los levantamientos de la Procuraduría Agraria y del Registro Agrario Nacional, en coordinación con la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano a nivel federal, dependencia a cargo del procedimiento de expropiación. El conflicto deriva de que el trazo de esa malla ciclónica de ocho kilómetros de longitud en la zona de Xoxocotlán —de la que todavía faltan por levantar dos kilómetros— impide el acceso a asentamientos dispersos en una superficie de alrededor de 200 hectáreas.
Lo que hay que entender es que esto va más allá de la pugna entre los grupos que representan a las personas afectadas. El asedio a los límites de la zona arqueológica es un asunto grave, con resonancias que van más allá del ámbito local e incluso del nacional. Monte Albán está inscrito en el Registro Internacional de Bienes Culturales Bajo Protección Especial de la UNESCO, el llamado Escudo Azul, que “protege el patrimonio en situación de guerra y desastres, a través de un Comité Internacional que abarca la prevención y la respuesta en situaciones de crisis y post crisis”.
Aunque lo sucedido la semana pasada no es, desde luego, una situación de guerra o de desastre natural, sino una cuestión de gobernanza y reordenamiento urbano, la gravedad no es menor. Estamos hablando de la integridad de uno de nuestros grandes tesoros culturales, por el que nos debemos enorgullecer profundamente, sí, pero por el que también debemos hacernos responsables. Por eso refrendo aquí, desde esta humilde trinchera, el exhorto que hice casi siete años atrás en la más alta tribuna de la nación para que los tres niveles de gobierno terminen de resolver por la vía del diálogo y la concertación un conflicto que, si bien afecta directamente a un grupo puntual de personas —cobrándose lamentablemente la vida de una de ellas en los recientes disturbios—, en realidad nos perjudica a todos.
A pesar de que conozco bien Monte Albán, me gusta regresar de cuando en cuando a visitarlo y siempre vuelvo reconfortado. Es la arquitectura monumental, por supuesto, y la estimulación de la imaginación histórica que me lleva a visualizar la vida de la ciudad en su momento de mayor florecimiento, pero es también la geografía del cerro, la vista de los tres valles que en él confluyen y la sensación única de estar más cerca del siempre espectaular cielo oaxaqueño. Una maravilla que simplemente no podemos permitirnos dejar que se destruya.