En la calle observo la demolición de los edificios, la maquinaria trabaja bajo el mismo sol y el mismo polvo que avanza sobre la gente anónima; ando entre cascajos, camino en la calle, veo una casa, lo que fueron tres plantas de una casa, la puerta emparejada con las ventanas entrecerradas resguardando de miradas extrañas alguna intimidad de sus habitantes. En el patio espera una mesa y una hamaca, las moscas revuelan sobre los trastes recién olvidados, la casa en ruinas inútilmente espera a sus moradores.
Sobre el ruido de la maquinaria escucho voces, creo escuchar voces sobre el sol del mediodía que avanza entre la destrucción. No hay nadie. Momentos antes de que el brazo hidráulico alcance y golpee el techo de la construcción en mi cabeza corren historias que tratan de ocupar la casa vacía.
___ Te digo, abuela, él es un hombre bueno.
___ Ya lo sé, sólo te cuido, la obligación de las mujeres viejas es cuidar a las mujeres pequeñas.
La abuela María tiene buena vista, en la hamaca del patio ensarta la aguja, dibuja flores y golondrinas sobre papel de china y luego los borda en la manta. Me acerco con el canasto de hilos, estoy descalza, desde el fondo de la hamaca me mira y lanza suspiros. Con el brazo derecho aparta presagios, dice:
___ Ay, los hombres comen y se van, ten cuidado, niña, no hay hombre bueno.
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___ El gobierno tiene la culpa.
Un hombre con la camisa sin abotonar, sentado a la mesa, habla sus pesares con la mujer que lo escucha entre sus quehaceres.
___ El gobierno –dijo ella.
La mujer en la cocina se seca las manos con la falda, abre la puerta del refrigerador, coge la jarra del agua fresca. Mientras sirve el agua en vasos altos de cristal mira por la ventana, claramente escucha el tintinear de los hielos en los vasos; lanza un suspiro. En el patio su hijo menor, Marito, juega con el perro. “Aún es temprano”, dice, suspira.
___ El gobierno, si el gobierno hiciera las cosas bien otro gallo nos cantaría –dijo el hombre.
___ Si, Mario, si –respondió la mujer al otro extremo de la mesa-, ¿pero qué le vamos hacer? –preguntó resignada
El hombre se levanta de la mesa y toma el control remoto del televisor mientras se sienta en el butaque de la sala y bebe su agua fresca.
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Hablé con mi madre en la noche, antes de acostarme, el sábado vendrá Miguel a pedirme, le dije. Mi madre preguntó si aún no estaba muy joven para pensar en el matrimonio. “No madre, estoy enamorada”, respondí.
___ Deja hablar antes con tu padre, como están las cosas tan mal en el negocio no se vaya a enfadar.
___ ¿Por qué se iría a enfadar? Miguel es un hombre bueno y quiere casarse –dije.
___ Ay, hija., todos los hombres son buenos –respondió mi madre
____ ¿Ya ves? Bueno, anda., está bien; platica con papá –respondí.
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___ Miguel, ya apártate del polvo –dijo una voz a mi lado.