Uno
Camino por las calles de la ciudad, en cada esquina encuentro la destrucción. Levanto entre las ruinas el ladrillo de lo que antes era vivienda, quiero aprovechar su experiencia térmica para levantar del cascajo el Templo.
Soy pecador, en la noche del terremoto me encontraba bebiendo, treinta, sesenta, noventa días seguidos pegado al alcohol; no sé, tres borracheras por día. Todos los días.
Me abandonó mi mujer, mis hijos, a nadie le gusta salir a buscar a su padre hasta encontrarlo sumido en el vómito, la borrachera; en la inconsciencia me sentí a gusto en mi suerte, el desprecio. En mis tiempos de marido bueno fui maestro, trabajé con los alumnos para conquistar un futuro mejor. Luego vinieron los desengaños, la mala suerte, nadie se escapa del destino; acepté la primera cerveza, por cansancio, por fastidio, para variar, luego mil o un millón de copas no fueron suficientes. Me convertí en marido malo, incumplido. Terminé en la calle, expuse a mi familia a la vergüenza y al desprecio. Perdí el trabajo, me corrieron. Para justificar mis ausencias por el malestar de la bebida inventé la muerte de mi madre, mi esposa, uno de mis hijos. Mi abuela. Maté a mi familia, inventé desgracias.
Con el terremoto del jueves murieron todos, ahora no tengo cara para pedir apoyo. Muchas veces me apoyaron. En la noche del temblor, ese jueves, había bebido por la Séptima, allá por la capilla del 3 de Mayo. “Temprano para terminar temprano”, decía para empujarme la primera copa de la madrugada. Traía la botella de medio litro en la bolsa trasera de los pantalones, previsor, escondía el trago. En la madrugada la cruda pega bruto. Me recosté a la entrada de la capilla, ahí nadie llegaba a molestarme. Eran como las diez; había gente en la calle. Pegué el último trago y dije, “un poco para mañana”.
Entré al blanco sueño del alcohol, soñé. En el sueño yo hablaba con Dios, me daba instrucciones, en el mismo sueño pensaba qué buena borrachera me cargo. “No te creo”, dije en el sueño, “Dios no existe”. “¿Quieres una señal?”, preguntó Dios en el sueño. “Claro”, dije, “tú no eres Dios”. Todo esto lo recuerdo. Tengo cinco años que ya no vivo en mi casa. Mis hijos, que los dejé niños, ahora son jóvenes; uno de ellos trabaja en el municipio. El otro es transportista del mototaxi; el shunco estudia. Son gente de bien, pacíficos y trabajadores, dos de ellos ya me dieron nietos. Cuando se me baja la borrachera los veo en la calle, me entraban los nervios por la vida que llevaba; sólo agarraba la botella. Un día sí y el otro también, yo mismo reconozco que era un perdido, que no tenía voluntad para dejar de tomar. Pero llegó el temblor, y antes del temblor llegó el sueño, mi sueño. En el sueño me habló Dios, yo que soy el más perdido de los perdidos en este pueblo. Yo que he robado, mentido por conseguir alcohol. Me habló a mí, en el sueño, yo que cometí el mayor de todos los crímenes, abandonar a mis hijos. Soy altanero, ese fue el primer problema con mi esposa, la mamá de mis hijos. Le pedí al Señor una prueba de su poder, no lo hubiera hecho. Desperté por los orines en mis pantalones, pensé que el mezcal se había derramado. Alcancé a sacar la botella y con la tapa en la mano, a punto de dar el primer trago, tembló.
Escribo esto como una forma de llegar a la verdad a través del concepto. Dios, la tierra, el poder de Dios sobre la tierra y el tiempo para enmendar el camino. Hago esta narración porque es la forma que tengo, la única, de conocer el futuro. Me interesa el futuro de esta gente. Dios todo lo puede. En el sueño Dios me pidió que construyera su iglesia, nuestra iglesia. Que la forma de limpiar mis pecados era ponerme a recoger en la calle ladrillo por la ladrillo, hasta amontonar el volumen requerido para levantar los muros. Pidió una gran iglesia, una iglesia enorme. Las palabras de Dios me recordaron a mi madre, cuando era niño. Ordenó que yo hiciera su iglesia con mi sudor y mis lágrimas, con mis manos y mi sangre, me lo pidió a mí, yo, el más grande pecador. Ahora recojo escombros día y noche; levanto ladrillos, lo que pueda servir para testimoniar el poder divino, su fuerza, y el tamaño de mi arrepentimiento y la medida de su amor por nuestra gente, su más grande amor de padre eterno; nuestra iglesia.
Dos
Alabado. A los tres días de dejar la bebida tuve convulsiones, las brigadas médicas, los socorristas, me ayudaron. Todo estaba en el plan de Dios, el divino Padre. Hizo que se cayera todo para que llegara al pueblo el socorro. Los médicos brigadistas que me curaron. Ahora, pasados ya algunos días del derrumbe, cuando todo vuelve a la normalidad y la gente maldice y grita; roba, insulta y pide apoyo y aquí estoy para dar prueba de que Dios existe. Soy el futuro de la humanidad, la nueva religión que emerge de los escombros.
Sé lo que vendrá, el Padre me lo dijo. Por la conducta sin razón de los hombres, por su insano juicio; no diré completas las instrucciones que Dios me dio en aquella medianoche del sueño antes del terremoto sólo doy aquí mi testimonio.