Aunque en esta etapa preparatoria los análisis sobre la designación del candidato presidencial del PRI para el 2018 se enfocan desde la perspectiva de las élites, en el fondo las decisiones presidenciales en las sucesiones desde 1976 ha sido la economía, la crisis y el modelo de desarrollo.
Y la situación sucesoria en el PRI se coloca en una etapa de emergencia por el proteccionismo de Trump, la revisión crítica del tratado de comercio libre con México y el avance del populismo asistencialista neoliberal de López Obrador. En este sentido, en el 2018 se definirá el futuro del modelo neoliberal instalado en 1977.
El arranque formal del proceso priísta de designación del candidato presidencial estará determinado por variables duras y determinantes y mucho más allá del carisma en el candidato. De ahí que las evaluaciones en los altos niveles de los sectores que dominan la política y economía mexicanas se hagan análisis basados prioritariamente en la economía.
Las candidaturas presidenciales priístas se han resuelto en el binomio política-economía: López Portillo-Moya Palencia, Miguel de la Madrid-Javier García Paniagua, Carlos Salinas de Gortari-Manuel Bartlett, Luis Donaldo Colosio/Ernesto Zedillo-Manuel Camacho Solís, José Angel Gurría/Guillermo Ortiz/Francisco Labastida-Roberto Madrazo y Enrique Peña Nieto-Manlio Fabio Beltrones. En todas, la decisión se tomó en función de la economía y su modelo neoliberal.
Los factores del 2018 también oscilan entre la crisis política interna por la incapacidad del PRI para mantener una cohesión y varios datos de la crisis económica: el aislacionismo de Trump, el fin del tratado de comercio libre, la dependencia mexicana de la globalización, la amenaza del populismo aislacionista y asistencialista de López Obrador y el agotamiento del modelo de desarrollo neoliberal salinista.
La única diferencia del 2018 con las seis sucesiones priístas 1976-2012 radica en que hoy las precandidaturas económicas aparecen debilitadas por la falta de competitividad en una sociedad no priista: Luis Videgaray Caso y José Antonio Meade carecen de fuerza social y política en un sistema electoral abierto; en cambio, el aspirante político Miguel Angel Osorio Chong no representa al viejo PRI populista como los anteriores sino que pudiera aparecerse como la garantía de continuidad del sistema económico sin regresar al populismo.
Después de las derrotas priístas del 2000 y del 2006 y de la base electoral lopezobradorista 2006 y 2012 y sus primeras tendencias de las encuestas, el presidente Peña Nieto –el gran elector priísta– tendrá que escoger a un candidato que garantice cuando menos tres perfiles: continuidad de modelo económico, imagen no rechazable entre el electorado y capacidad para configurar un bloque de gobierno para negociar con Trump y redefinir nuevos caminos para el desarrollo mexicano.
El principal desafío de Peña Nieto radica en la decisión de López Obrador de asumir el neoliberalismo salinista como proyecto de gobierno en función de las exigencias de Wall Street, la inversión extranjera y el Fondo Monetario Internacional. El compromiso del tabasqueño de “conservar el equilibrio macroeconómico” –esencia del proyecto neoliberal salinista– ya comenzó a prefigurar la construcción de un nuevo bloque dominante, curiosamente con la plutocracia fabricada por Salinas, aunque ahora al lado de López Obrador, comenzando por Carlos Slim Helú, y seguida de funcionarios de gobiernos neoliberales anteriores.
El grave problema del 2018 es que ya no basta el perfil hacia el interior de los intereses dominantes, sino que se requiere el carisma para amarrar votos. Y ahí Peña Nieto tiene pocos prospectos.
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