La lluvia cae. Escribo, organizo mi experiencia temporal (Ricouer), encuentro sentido a las horas a partir de las palabras escritas. Las historias comienzan con palabras cotidianas, suaves, generosas que corren libres sobre la pantalla. El trasto de las palabras. Escribo hasta topar con el muro que levantan tiempo y palabras ya dichas que, en su permanencia, se vuelven pesadas y dificultan el entendimiento de esto nuevo que escribo y que usted, amigo, lee una mañana con sol.
Entonces nos asiste a usted y a mí, llega para rescatarnos la técnica del relato, la estrategia que nos dice de la forma para conseguir expectación en el lector, el recurso de la retórica puesto en marcha por el autor, que obliga al lector a continuar con su lectura desde los tiempos de Aristóteles.
Pasado el primer párrafo llegan las preguntas que revientan en el pecho del que escribe, ¿cómo seguir? ¿desde dónde se escribe? ¿para qué seguir? Existe un formulario ya conocido que periodistas consagrados, escritores con trayectoria y nuevos en la escritura conocen. Al saber las preguntas que iremos a responder nos olvidamos de un hecho: la pregunta espontánea.
El que escribe enfrenta espontaneidad.
Por seguir el formulario nos olvidamos de nuestra propia experiencia, el sentido de aquello que escribimos. Levantamos preguntas para entender porque, a través del entender, ubicamos un sentido de la escritura, que no es más que aquella representación de nuestras horas.
Hay diaristas que buscan la verdad sin saber que la única verdad es la palabra escrita, el espacio donde cada uno puede poner su propia visión sin el temor de imponer su presente. El espacio. La escritura es tiempo, comprensión del devenir, el transcurso, lo inmanente. La escritura es punto de partida y espacio abierto a las interpretaciones.
Las palabras repetidas.
Los oficios y las prácticas forman un lenguaje estable (Mijaíl Bajtín), escribimos lenguajes estables. Del amor o de la noticia, del lejano Oeste o del policial. Nadie inventa nada, todo ya fue escrito previamente. Para no extraviarnos en las repeticiones solo basta leer un periódico de 1984, y otro de 2005 y uno más de 1960, nos parecerá que todos dicen lo mismo (dicen de los mismos hechos, fijaron su tiempo).
Para entretener sus tristes vidas los tunde máquinas, los periodistas fueron conocidos en el siglo pasado con este mote, ubicamos teorías, influencias, escuelas y capillas; nos apegamos a lo que creemos nos da el oficio, la escritura.
¿Por qué será que en cada intento trae ropajes de lo recién descubierto?
Luego viene la lluvia, la sequía, los golpes de estado y las revoluciones que nos deslumbran por su “novedad”, y de eso escribimos, con ese hecho, esa realidad, respondemos las preguntas previas que carga toda escritura.
Pero ¿escribimos?
Criticamos al gobierno por poner estrategias, sistemas y programas para dar respuesta a la demanda social. En la crítica al gobierno encontramos el sentido de la escritura Repetición de repeticiones, el gobierno, muchos que obedecen sin cuestionar, uno el que manda, la escritura.
Y llegan a la ciudad ponentes para dar cursos, a decirnos si, bien, así y asá, bien, pero es por acá, pon allá; lávate las manos después de ir al baño, no fumes, no bebas, come frutas y verduras. Escribe claro, soy uruguayo y no entiendo la escritura tan de los Valles centrales, tan de Oaxaca ( y uno se queda sin protestar porque recuerda los poemas donde venían epígrafes en latín y uno son conocer la lengua muerta, sin poder defenderse de ese imperialismo real que es la palabra escrita).
Y uno se queda así, callado junto al montoncito de palabras que no entienden los uruguayos, los argentinos, los habitantes de la misteriosa Ciudad de México. Y para que nadie se violente a la escritura del formulario con las preguntas obligadas le pone palabras de extranjeros, ese español de allá, de otro lado, que no entiende el vecino, la señora de la tienda, la joven que habita nuestra cuadra y todas las mañanas nos dice buenos días.
Ponle más mezcal al gato, que la identidad no es asunto de retratos sino de relatos.
Hay una manera de comprenderse y comprender el mundo del otro, la lectura.
Y vuelve la lluvia a caer con gotas finas, suaves que acarician el rostro, como las palabras conocidas, cotidianas que escuchamos en la infancia y llevamos grabadas en la memoria.