Por SOL ÁLVAREZ
Arthur Miller ha rasgado el velo de Maia. Ahora su pintura es sagrada. En el Origen de la tragedia. Del espíritu de la música, Friedrich W. Nietzsche explica, a partir de su veneración por los principios filosóficos de la Antigüedad griega, es decir, a aquélla que se encontró fusionada al mito, al rito y por ello nos habla en términos que parten de conceptos divinos, creados con base en las cualidades que distinguen a dos sorprendentes dioses, que: la evolución progresiva del arte es el resultado del espíritu apolíneo y del espíritu dionisiaco.
Dos instintos, antagónicos, caminan parejo. La forma delimitada y concreta que proyecta la plástica contiene la esencia del espíritu apolíneo. Por el contrario, toda manifestación asociada a las emociones y por lo tanto desprovista de cuerpo, de forma, como es el caso de la música, emana del espíritu dionisiaco. La fusión de ambos conceptos da origen a los principios del teatro griego, de la tragedia, la cual proviene de la poesía acentuada por ritmos marcados por báculos, producto del tiempo de los Dioses, de cuando Apolo recibe, en su templo, a Dionisos. La misma unión convertida en unidad no sólo atañe a todo proceso creativo, sino también a la mayor y más perfecta manifestación consciente concebida por el mudo heleno: el ser humano.
El conjunto de piezas que exhibe Arthur Miller, en la muestra que la Galería Arte de Oaxaca presenta y que lleva por título Lo que fue. Lo que es resulta el producto de los instintos apolíneo y dionisiaco en su proceso creativo. El primero, delimitado y reconocido mediante nuestros sentidos, ya que es concreto y trascendente, y por lo tanto funciona como continente del contenido del segundo, que es etéreo e inmanente, que conecta con el mundo de las emociones, con el ritmo dentro de cada pieza, así como entre una y otra obra de la colección.
Habla Apolo en la pintura de Miller. Habla Apolo, y Arthur, polilingüe, recibe. Luego transmite. El mayor de los logros del pintor no es su pintura. El mayor de los logros del pintor es el haber hecho consciente el contacto con su inconsciente: su contacto con Dios. Su ser Dios. Única y exclusivamente se rasga el velo de Maia de esta manera, y el maestro lo ha hecho a lo largo de toda una vida, en cada tumba maya, en cada pincelada. Arthur Miller se ha fundido con los elementos de la Naturaleza. Ahora, él es Agua. Él es Viento. Él es Tierra. Él es Fuego. Él es ritmo. Él, color. Él, matiz. Él, textura. Él, pintura. Velo de Maia rasgado es él. Velo de Maia rasgado es también Dionisos hablando en el mensaje alojado en la pintura de Miller. Habla Dionisos, y Arthur, polilingüe recibe. Luego pinta el mensaje recibido. La obra, concretamente, es forma, es tangible, es apolínea. El mensaje de la obra es dionisiaco: hay música en el contraste y armonía entre los grises, entre los rojos. Hay frecuencia en el oro. Pareciera como si Arthur pintara música para sus padres sordomudos (de ahí que el maestro se comunique tan específicamente como lo hace): ellos, desde lo alto, escuchan admirados la música en la pintura de su hijo.
Expresa Pablo a los corintios en el versículo 13:11 de su Segunda epístola que, cuando era niño pensaba como niño, actuaba como niño, y que cuando llegó a ser hombre comenzó a pensar como hombre; dejó atrás las cosas de niño. Ser hombre implica haber rasgado el velo de Maia. Es ser iniciado. Es lograr que el lóbulo frontal tome consciencia del inconsciente. Apolo es la mente consciente. Dionisos en la mente inconsciente y su contacto divino; es el lugar donde las emociones se funden con la Naturaleza, con el Universo. Apolo estaba envuelto en su velo de Maia; al rasgarlo pasó a otro Universo, al de Dionisos. Apolo, nos dice Nietzsche, no pudo ya vivir sin Dionisos. La mezcla perfecta entre lo apolíneo y lo dionisiaco se llama el perpetuum vestigum. Ser iniciado también es entender que hemos venido a aprender a manejar nuestra energía. Es ser Dios. Arthur Miller es iniciado y además es un puente; por eso recibe, luego transmite.
En El mundo como voluntad y representación, Arnold Schopenhauer hace aparecer, al centro del selecto grupo cultural decimonónico de Weimar, al que también pertenecieron su madre y Hegel, un importante legado que tomó de sus lecturas védicas: el velo de Maia. De ahí que se le conozca como el pequeño Buda de Occidente. Casi nadie volteó la mirada. El aparente fracaso valió la pena, ya que algunos años más tarde un ejemplar, que se salvó de la destrucción de tantos por un editor enojado, llegó a manos de Nietzsche, quien nos muestra en El origen de la tragedia. Del espíritu de la música la asociación helénica entre Apolo y la ensoñación; así como entre Dionisos y la embriaguez; personificados en las letras, en la poesía, el primero, en Homero; el segundo, en Arquíloco.
En el ámbito apolíneo del ensueño todo hombre es un artista completo y experimenta la apariencia de plenitud y belleza del mundo. Se complace por la comprensión inmediata de la forma. Sin embargo, el hombre que es dotado con un espíritu filosófico intuye que detrás de la realidad en la que habita hay otra, completamente distinta, y por lo tanto, la primera es sólo una apariencia. Al darse cuenta de ello cae en un mundo de dolor; pero aún se mantiene impasible y se sostiene sereno debido a su confianza en el principiuum individuationis, su ego, en otras palabras, se mantiene apolíneo. En su aprendizaje vital, errores en el manejo de su conocimiento, en el manejo de su energía debido a que se le subió la hibris, como lo explica Nietzsche, lo hacen caer en confusión; se pierde. Se encuentra cuando desde lo más profundo de su ser emana una agradable embriaguez, la asociación helénica entre el hombre y Dionisos, y se funde con la Naturaleza, con el Cosmos. Ha rasgado entonces el velo de Maia y ahora se reconcilia con el Todo. En ese momento el principium individuatonis cae. Sólo el encanto de la magia dionisiaca trae el concilio más elevado del hijo pródigo: se hace uno con Dios.
Arthur Miller, iniciado, maneja su energía y da uso al arte en tanto herramienta. Bien lo sabe el maestro, ya que es arqueólogo. El arte conecta con la parte más sagrada de la humanidad. En otras palabras, es la vía por la cual accedemos a lo divino dentro de nosotros, a un estado superior de consciencia. El arte genera realidad, además del resultado del proceso, el cual se concreta en la obra plástica. En el mundo griego de la Antigüedad, el teatro, que en su raíz etimológica proviene de Dios (thea) fue el espacio reservado a lo divino. Por ello, argumentaba Platón, que era iniciado, que en su República iniciática no debía de haber teatro y que éste no era cuestión para que cualquiera lo usase, debido al fuerte poder que contenía su representación: erróneamente entendido, los no iniciados lo usaban como forma de descarga y no como acto de creación. Arthur Miller, en tanto artista iniciado, tiene una misión, y la cumple al conducir al espectador de su obra a generar contacto creativo, contacto divino, y lo invita a interactuar con su pintura, mientras recorre el camino del tiempo de los Dioses en Lo que fue. Lo que es.
Un tiempo mítico, un tiempo mágico es lo que nos devela Arthur Miller, cuando nosotros, como espectadores rasgamos el velo de Maia al ver su obra. Sus temas son filosóficos. Los números primos en el mundo heleno son los más nobles, distinguidos y excelsos. Las formas geométricas en su pintura nos conducen a la Antigüedad, al descubrimiento de medición de la Tierra. Los dorados, a la más elevada noción del ser uno con Dios. Los rojos y los negros a la dualidad humana, apolínea, dionisiaca. Los calendarios al contacto con la filosofía ritual. Los intentos de Sísifo, a los planos del Hades. Las pirámides, al contacto sagrado. Los agujeros negros, al Cosmos, al origen y al fin. La obra de Arthur Miller es universal y nos conduce a que rasguemos, nosotros mismos el velo de Maia y nos unamos, junto con él, al tiempo de los Dioses.
Ευχαριστώ Απόλλο. Σας ευχαριστώ Διονυσο
Σολ Άλβαρεζ