ERNESTO REYES
En el marco del 160 aniversario del triunfo de las armas nacionales en la Batalla de Puebla que, prefiguró después de una feroz guerra, la derrota de los conservadores mexicanos, apoyados por invasores franceses, hay nuevos motivos para seguir insistiendo en la unidad nacional.
Una unidad, en la diversidad de posturas y banderías, que nos lleve a concentrar nuestros esfuerzos en seguir procurando bienestar a los menos favorecidos de una nación tantas veces mancillada por apetitos extranjeros, pero también por la mezquindad del poder político y económico local.
La conmemoración del 5 de mayo, tanto en el país como entre la comunidad migrante de Estados Unidos, me llevó a leer un libro titulado Impresiones de viaje. Traducción libre del diario de un suavo, encontrado en su mochila, en la acción de Barranca Seca, narrativa que recrea, con especial maestría e ingenio, el escritor y político Guillermo Prieto.
Conocedor de las artes de la guerra y literato consumado Prieto, junto con Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio y Francisco Zarco, pertenece a los liberales ilustrados que ponen su pluma al servicio de la patria en una época lastimada por la guerra de invasión americana, cuatro guerras civiles sangrientas y la guerra contra el Segundo Imperio que tiene un momento de paz hasta la Restauración de la República. Estos hombres, al tiempo que luchan al lado del presidente Juárez, emprenden una batalla cultural y educativa, pues persiguen como objetivo la construcción de una Nación. Y por extensión, el nacionalismo que pervive hasta la fecha.
La reconstrucción, enteramente literaria de la batalla de Puebla, permite a Guillermo Prieto, en Impresiones de viaje, ponerse en la casaca del militar francés para describir el horror que significó para los invasores la feroz resistencia de las fuerzas mexicanas que le propinaron una memorable derrota al mejor ejército del mundo, el 5 de mayo de 1862, de la cual nunca se repusieron, aunque las hostilidades en nuestro territorio no pararon sino hasta cinco años después.
En el texto, Prieto reconoce que “los mexicanos, siempre divididos, se reunieron en este día por interés común formando el más extraño y el más formidable de los ejércitos mandado por los generales Zaragoza, Negrete, Berriozábal, Lamadrid, Tapia, Buchoni, Álvarez, Porfirio Díaz, Mejía, Espinosa y otros”.
Leer la descripción, a todas luces ficticia pero muy real, en la voz de un integrante de la milicia extranjera, la piel se enchina: “Nuestras columnas rotas, nuestros soldados fatigados y sangrando, caían y se fundían como el plomo, y la lucha parecía eterna. El clarín suena la retirada y descendemos entre el fracaso horrísono de explosiones subterráneas que estallan a nuestro paso, y como si aún no fuera bastante, los formidables dragones mexicanos, montados en panteras y chacales, agitando sus penachos de plumas y sus lanzas, hacen todavía una carnicería espantosa entre nuestras legiones destrozadas”.
En el prólogo de la obra, Vicente Quirarte hace alusión a la ley del 25 de enero de 1862, para castigar la alianza que con los extranjeros habían hecho los conservadores mexicanos. En el inciso inicial del artículo primero, señalaba que era delito contra la Nación: “La invasión armada, hecha al territorio de la República por extranjeros y mexicanos o por los primeros solamente, sin que haya precedido declaración de guerra por parte de la potencia a la que pertenezcan”.
Cinco años después, dicha legislación se aplicaría para enjuiciar y condenar a Maximiliano de Hasburgo y cómplices, quienes fueron tratados como traidores a la Patria. En aquella época, donde ya se habían definido dos bandos en la llamada segunda transformación, ya se discutía sobre quiénes sirviendo al extranjero, actuaban contra su propio país, los cuales no merecían perdón.
Ciento sesenta años después, en México revive la polémica sobre la definición de quien e considera traidor a la patria, a partir de la votación en masa de la oposición, en la cámara de los diputados, contra la reforma eléctrica.
Impresiones de viaje, fue publicado por entregas, en el periódico La Chinaca, órgano informativo que a partir de 1862, concentró a las plumas de José María Iglesias, Pedro Santacilia, Pedro Schafinno, Guillermo Prieto y Alfredo Chavero, entre otros. Estos tres últimos colaboraron en la elaboración del diario de un suavo, pero el crédito fue concedido a Prieto, la pluma más experimentada y públicamente reconocida. Recurrir a la historia, en este tiempo de transformaciones y definiciones, es muy buen consejo.
@ernestoreyes14