Odio armar muebles
Observa la pantalla del teléfono sin saber qué hacer, no sabe si abrir el mensaje y dejarlo en visto o responder con un aire de frialdad, apaga el teléfono, siente que no está lista, que si responde todo terminará en reproches. Tiene mucho qué decirle, quiere reclamarle todo el daño que le hizo, quiere llorar y maldecirlo, llamarlo y gritarle que se siente usada, triste, torpe; quiere decirle que sus amigas tienen razón, que no la merecía, que no la quiso. Y lo que más le duele es creer que no la quiso. Pero entre creer y sentir hay un abismo.
Porque cuando la abrazaba, cuando le tomaba la mano, cuando la besaba, cuando pasaban noches planeando su futuro hablando de viajar juntos, vivir juntos, estar juntos; sentía que la quería, sentía que podían luchar contra todo, que de nada valdrían los miedos, ni los malos ratos, creyó que todo lo malo se desvanecería con la llegada del futuro.
Y duele, siente que su corazón late más despacio, que algo le oprime el pecho y le destroza los sentidos, sus labios tiemblan, sus ojos comienzan a humedecerse y el dolor comienza a escapar en forma de sollozos.
-¿Me quería? ¿O fue un sueño? ¿Imaginé todo eso? ¿Imaginé que quería estar conmigo?- pregunta al silencio.
Pero nadie responde, solo esa voz en su cabeza que le dice “Sí te quiso, te quiere, aun te quiere, nadie deja de querer así como así, nadie puede olvidar de un día para otro, te quiere, créelo, te quiso, te quiere, todavía te quiere.” Esa voz, la misma que minutos después le recuerda todo lo que él dijo, todo el dolor que dejó tras de sí, el llanto, las mentiras, las promesas incumplidas, los planes no consumados.
-Odio armar muebles.
-Pues alguien tiene que hacerlo, y cuando vivamos juntos no seré yo- le responde ella con una sonrisa en los labios.
-Pero cuando vivamos juntos compraremos otro tipo de muebles, no de los que se arman- replica él muy serio.
Ella lo besa, no le importan los muebles, lo quiere a él, como venga, con lo que tengan, ya habrá tiempo para tener muebles y discutir por ellos.
Así es el amor, desinteresado, torpe, ingenuo. Y ella lo amaba tanto que no le hubiese importado armar muebles o discutir porque no eran del color adecuado. Esos son los recuerdos que la hacen pedazos, los de la casa que nunca compraron, los del perro y el pez que nunca llegaron, los de una vida que en un “ya no quiero estar contigo” se esfumaron.
Pero el tiempo no se detiene y los recuerdos son solo pasado, deben evaporarse, desintegrarse, ser olvidados. De recuerdos no se vive, se vive el presente, se vive de esperanzas, de futuro, de nuevos planes que hay que ir dibujando.
Está dormida, mañana será un nuevo día, un día más de amigas que la incitan a seguir viva, de un trabajo que la mantendrá ocupada y con suficientes responsabilidades para no tener tiempo de recordarlo. Mañana seguirá tratando de olvidarlo, tratando de creer que no la quería, que nunca la quiso, que nunca la valoró, que nunca le importó… aunque su corazón insista en seguirlo amando, en susurrarle que creer no basta porque lo que sintió fue mágico, que el cariño existió, que es verdadero y es tan cierto… que él la está buscando.