CAPÍTULO I
-¿Me vas a besar?
-No, no te voy a besar. No lo hagas más difícil.
Ella sintió que sus mejillas se llenaban de rubor y que sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Así que sonrió y bajó del auto. “Hasta mañana”, le dijo. Y una vez dentro de su recámara comenzó a llorar. ¿Qué había pasado? ¿Por qué dolía? ¿Por qué sentía? ¿Qué había cambiado?
Se conocieron porque el destino es caprichoso y a veces a la vida le da por echarse volados. Él irrumpió en su vida una madrugada de marzo. En medio de la tormenta que era su llanto, ella alcanzó a responder los mensajes de un amigo que no recordaba haber agregado. Escribieron, ambos estaban tristes y recordando. Se convirtieron en compañeros de dolor sin ceremonias ni acuerdos consumados. No volvieron a cruzar palabra hasta siete meses después; ella quería ir a un concierto y su amiga le había cancelado una hora antes.
No lo conocía, pero su amigo insistió en que debería salir con él. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Así que en un acto de valor se decidió a escribir. La respuesta llega cinco minutos después. No, no podía acompañarla al concierto, pero sí podían tomar un café juntos la próxima semana.
Leyó el mensaje, dos, tres, cuatro, seis veces… aceptó.