Todo empezó con una copa de vino. Estaba sola en el departamento, a su lado las memorias de un pasado que no daba consuelo, los espejismos de un futuro incierto y un presente que lucía desolado, gris y enfermo.
-Estoy sola- susurró
-Estoy sola- dijo…
-Estoy sola- gritó… y rompió en llanto.
Tenía la mirada perdida, los ojos hinchados y la nariz roja de tanto llorar; la observé, quise hundirme en su mirada y descifrar sus pensamientos, sentir su dolor, sufrir con ella, maldecir con ella.
Le recetamos tiempo al tiempo, dieta, ejercicio, vino, y ataques de llanto cuando fuese necesario.
-De amor nadie se muere- le dije- eso te lo aseguro.
-Lo sé- respondió- lo aprendí muy bien la última vez. Es solo que el primer paso es siempre el que cuesta más trabajo. Me hace falta el empujón.
-No hay empujón esta vez, querida. Ahora se trata de ti, de tomar decisiones, de decir “Hasta aquí” y seguir.
-Suena tan sencillo- suspiró.
-Suena a que es necesario, por ti, solo por ti, él ya no está y nosotros, los que te amamos no importamos.
-Pero ¿y nuestra historia? ¿dónde queda nuestra historia?
-Aquí- respondí- Aquí.