El nombre de Warburg
se encuentra relacionado hoy día
con una biblioteca.
EL RENACIMIENTO DEL PAGANISMO | Prólogo Kurt W. Foster
El periodista Juan Carlos Zavala me invitó el fin de semana a un evento social en Brenamiel, en un espacio que se dedica a organizar bodas, quince años, bautizos. El sitio carecía de señalamientos, letreros. El amigo taxista buscó la ubicación en Google Maps y terminó -como hace muchos años- preguntando a un peatón. De San Martín por la Secundaria a Brenamiel me extravié y el señor taxista también.
La ciudad de Oaxaca, entrada la segunda década del siglo XXI, carece de una geografía de la ficción, lo cual, me parece, más que una carencia un espacio de búsqueda y experimentación para los narradores y poetas.
¿Para qué sirve una geografía de la ficción?, ¿de qué sirve a lectores y escritores el definir un espacio?
Para la difusión, herramienta principal en el proceso de comercialización de textos y productos.
Recordamos a Gregorio Samsa, al Coronel Aureliano Buendía, a Mercedes la Bella o a Pedro Páramo.
Iré con cuidado, para no dar salidas en falso.
A los personajes literarios los forman las atmósferas que lo circundan, no con sus nombres. Recordamos escenas porque guardan relación con nosotros, con nuestro tiempo y con nuestra memoria.
Menciono el caso del Centro de Convenciones. Ahí se comercializa cada año, en noviembre, las Canteras resultan el espacio de la Feria Internacional del Libro, el sitio donde de realizan las transacciones comerciales de compra y venta de libros y materiales de lectura, pero no se construyen ahí escenas de la literatura.
Sin geografía y su atmósfera no hay narración ni poesía.
Cuando el lector, la lectura, nos dice no lo entendí es que no encontró el punto que relacione el lenguaje escrito leído con su experiencia de vida.
Para transmitir escenas imaginarias, de la ficción, y la crónica de hechos reales -la escritura de la no ficción- se debe contar con un espacio común entre el que lee y la escritura dentro de las figuras gramaticales y su forma.
Un sitio que tenga calles y costumbres, que huela a mezcal y a comida. Que muestre gestos (el lenguaje está fundado por gestos, intenciones no concluyentes).
¿Qué digo cuando digo te amo? Un gesto, un momento, una atmósfera cargada de deseo. Pero ¿por qué recurrir a las figuras del realismo? ¿Es eso necesario?
La escritura que conocemos como científica o futurista está llena de espacios de realistas o naturalistas.
No, pero, nadie habrá en su sano juicio que se atreva a ir contra el espacio ya difundido. Oaxaca tiene, quiero pensar, cinco mil años de difusión desde los zapotecas que fundaron Monte Albán hasta los tiempos del crimen y la violencia que habitamos.
¿Por qué los escritores iríamos contra lo ya conocido? En la experiencia relacionada se prioriza el tiempo, el mecanismo por el cual nuestro cerebro obtiene un juicio y una acción en el menor tiempo posible.
Montoya, Puente Valerio, Riveras, puente Bicentenario, Puente Amarillo, la Central, zona de frutas de la madera o de la comida. El Mercadito. Espacios ágrafos, sin letra.
Lo que nos habla de una escritura racista, de castas, donde solo aparece -si bien le va- el Centro.
En la dinámica del comercio se adquiere algo que impacta nuestros sentidos y nos remite a algo ya conocido por nosotros, con un registro ya en nuestra memoria.
Guardamos en ella muchas cosas, tal vez el peso exacto de las esculturas o de la torre Eiffel, pero desconocemos -no nos interesa- la ruta que sigue el mototaxi.
Si no se nombra no existe, si no guarda registro escrito carece de tiempo.
Y habitamos un tiempo y un espacio en caos, ¿dónde encontraremos un orden? En la lectura. Así sea un dispositivo de última generación o una muñeca inflable, el comercio digital o el hacer la despensa sin salir de casa, tiene su forma de ser contadas y nos relacionan con la experiencia.
¿Qué pasa con la lectura?
¿Qué pasa con la escritura?
Alterar un lenguaje es dotar a un hecho de perspectiva, para eso sirven los autores y sus productos, su escritura.
Si no se integra la ciudad en la que vivimos al espacio de la función poética del lenguaje, habitaremos el no mundo; el mundo del pasado donde los productos se elaboraron por tradición familiar.
Se trata de los productos del comercio. Y el lenguaje escrito es un producto que hace el comercio. No estoy hablando de calidad ni de grandes soluciones, las historias memorables. Hablo del lenguaje escrito y la memoria. El uso específico del lenguaje.
Pasará un año y pasará otro.
Las jóvenes generaciones de escritores que hoy nos maravillan serán pronto ancianos precoces. Y no habrá literatura oaxaqueña que acompañe el proceso de auge comercial (pienso en el París de Baudelaire o en el Oaxaca de Porfirio Díaz, sus álbumes fotográficos).
La ciudad de Oaxaca cuenta ya con tradiciones literarias, puedo afirmar, existen ya ciertos productos de narrativa y poesía que se identifican con un territorio.
Hablo de la literatura sanmartina (de San Martín por la secundaria, por el arroyo). Me llama la atención que una zona marginal, San Martín Mexicapan (con n no con m para usos literarios) cuente ya con literatura en oposición contraria, digo, a lo que manifiesta la Colonia Reforma o San Felipe, los espacios del poder económico, del poder político y la blanquitud.
Esta realidad nos ubica dentro de una tradición popular. Las calles donde se trasmite la aparición de libros y columnas periodísticas por vía de la tradición oral, de boca en boca. Entre ebrios y gente desempleada, mujeres del trabajo doméstico o de la limpieza, batallones y batallones de albañiles y sus chalanes.
Pero Xoxo o la colonia Figueroa -o la Heladio Ramírez López o Santa Rosa se mantienen como el resto de la ciudad, ágrafas.
Hay intentos, como Xochimilco, el centro o los barrios llamados “mágicos” -la gentrificación nos dejó ya sin memoria, ya lo que se escribe no busca expresar una atmósfera, un tiempo común sino el comercio lo que se ofrece a bajo costo-, donde se escribe y publican libros de memorias o de entrevistas de personajes, a más crónicas, pero deberíamos cuestionarnos si eso es literatura.
Así las cosas
Porque la memoria no contó con referencia de lecturas, porque la ciudad no está marcada por personajes literarios. La ciudad negada, excluida de la memoria.
Citaré un ejemplo. En París la gente busca el puente que atraviesa el Sena desde el cual se arrojaban los suicidas, los enamorados. Y porque Julio Cortázar le hizo un homenaje al poner candados sobre la malla para señalar en su novela Rayuela el momento de la desesperación y el arrepentimiento. La ciudad marcada por los territorios de la ficción, el sitio que habitamos.
¿Quién no ha recibido un beso en un jardín público, en una calle, bajo un alero oscurecido?
Para eso sirve la literatura, para hacer una apropiación del lenguaje y de la experiencia donde no existe diferencia entre ficción y realidad y la vida cotidiana. A esto me refiero con un territorio narrativo, a un uso específico del lenguaje y su apropiación para cambiar la realidad, renombrarla.
El lenguaje es forma.
Aquello que define la experiencia -la vida- es la memoria.
La presencia de la forma.