CONSTANCIO CARRASCO DAZA*
Como lector de todo lo relacionado con Orhan Pamuk en Revista de Letras encontré un artículo, en el que Antonio Colom nos recuerda y reflexiona sobre el Nobel.
En el año 2006, que éste fue reconocido con el premio Nobel de Literatura, en la ceremonia llevada cabo en la Sala de Conciertos de Estocolmo, pronunció un discurso que tituló «La maleta de mi padre». A través de esas profundas líneas el novelista otomano reconoce post mortem a su padre, aquel que supo transmitirle la pasión literaria (comerciante fracasado, escritor frustrado, que escribía en las habitaciones de hotel en sus frecuentes viajes a París).
El padre de Orhan era amante de los buenos autores, que atesoró en una biblioteca que había formado con sus viajes a Francia y Estados Unidos, dividida en forma intencional entre el mundo turco y el occidental. Constaba de aproximadamente mil 500 volúmenes, muchos de los cuales, confiesa Pamuk, ya había leído a los 22 años. Dos años antes de morir, su padre le pidió que después de su muerte, leyera los ensayos que había escrito en vida.
Después de mucho meditarlo, Pamuk rompió su promesa y abrió la maleta. Motivado por algunas respuestas pendientes en su vida.
«¿Hasta qué punto conocía a mi padre que siempre había huido de nosotros, de su familia? ¿Habría en la vida de mi padre alguna tristeza que yo desconocía?»
¿Algún secreto que solo hubiera podido soportar expresándolo por escrito? Sin que pasara mucho tiempo comprendió que no se encontraría con esas respuestas.
En el propio año 2006, Pamuk recibió el premio Puterbaugh y leyó un ensayo titulado “El autor implícito”, cuyo contenido lo revela su propio nombre. ¿Qué relación guardan estos magistrales ensayos, con la presentación de la obra de nuestro querido Luis? Ambos contienen profundas reflexiones sobre el proceso de escribir. ¿El por qué escribir? Solamente así es posible acercarnos a las motivaciones que condujeron a escribir a Luis Zárate
La importancia de la literatura en la formación de una vida.
Pamuk nos despeja la duda, escribe por dos razones: Vivir conforme a una vocación, arriesgarse, lo que no hizo su padre, pero sobre todo la necesidad de escribir para confrontarse a sus vivencias, recuerdos, contradicciones, pasiones y sentimientos.
Vivir en la soledad que permite experimentar la libertad frente a la página en blanco. La misma que vive Zárate frente al lienzo en blanco todos los días.
No es nada fácil imaginar un libro. Cómo imaginar que se es otro. Lo más difícil es ser el autor que implica tu libro. Es el libro el que da lugar al autor y no viceversa.
Arrebato de hojas, sin duda está marcado por esas reflexiones.
Luis nos atrapa: “En eso estoy cuando percibo cerca de mis pies los de alguien que llega sobre almohadillas de gato. Los veo, son pequeños. La curiosidad me obliga a recorrer de arriba abajo ese cuerpo menudito y su delantal atado a una cintura estrecha. Me enfrento a la mirada de una joven que apenas me sonríe, con su boca carnosa de dientes blancos y fuertes, deja de hacerlo y retrae los labios, como si tuviera algún defecto. Eso me gustó de ella: su pico y su mirada amplia como si me viera y también abarcara el taller completo. Agrandó sus ojos y se ruborizó un poco. La observé con detenimiento, su pelo dorado levemente ondulado tocaba sus hombros. Hola, le dije, olvidado por completo del espejo negro. Salgamos a tomar un café, no tengas miedo, que no rompo ni un plato venteado de Atzompa… Aunque en ese tiempo el taller de grabado empezó a tener problemas y no podía pagarle. No le hice manita de cuche, sólo buscaba su cercanía. Le dije que sería más divertido hacer monitos y que en el taller de grabado aprendería manías. Imagínate: entintar placas con muñequitas de colores, imitando cuadros».
En Diario de un mal año, el sudafricano Coetzee nos introduce al mundo del personaje central, JC, al describir su encuentro con Anya, una atractiva vecina de origen filipino, a la que conoce en el cuarto de lavabo del edificio, narra: «La mujer me perturba, haciéndome sentir un viejo». Lo único que se le ocurre para atraerla a sí es invitarla a transcribir los textos que viene redactando, le ofrece una buena paga. Ambas narrativas revelan una coincidencia de la que nace un amor o una pasión o ambas o ninguna.
Deambulamos sin rumbo fijo por el gran continente de la casualidad. Del mismo modo que las semillas aladas de ciertas flores son transportadas por una caprichosa ráfaga de viento (A la caza del carnero salvaje).
En el capítulo «Las voces tienen sonoridad de cántaro», Zárate narra: “En algunas ocasiones despliega otras estrategias (no las alas): extiende su mandil de innumerables bolsas donde guarda cuchillos afilados, cortos, largos, con empuñaduras de pájaros, coyotes, jaguares, de cuerno, de marfil y oro y plata, los guarda con cuidado, con un orden preestablecido; al azar los escoge, luego los arroja con una fuerza inusitada.
«A cada cuchillo corresponde un sonido fuerte, cortante, igual que su trayectoria.
«Voces extrañas, gritos agudos que también parten el aire y el alma. Entran en mi cuerpo. Al tocar hueso se detienen, en breve sacudida, aceleran el chorro de sangre y la siguiente palabra detiene mi respiración.
«Antes de perder la conciencia me esfuerzo por entender esa lengua que sale de su cuerpo, oscura, espesa, obscena, estrecha como el filo del siguiente cuchillo con trayectoria oblicua que marca el piso con signos de esa lengua que una y otra vez intento entender. Presiento, primero tengo que entrenarme, aprender a detener los cuchillos en el aire y traducir los sonidos a palabras comprensibles… quizás necesitaré nuevas letras, tal vez dibujos para enviarle mensajes, escribirle canciones de amor para que al oírlas no le quepa la menor duda que la he amado».
En el siguiente capítulo, «Un día cabrón», el autor escribe: “Me pasaron por la cabeza los cuadros de Balthus. Qué ocurrencia la mía. Cuando la joven giró sobre su eje pudo verme, fija con los brazos hacia arriba. A señas le pedí que se levantara el vestido. Sonrío no sin cierta complacencia. Eso lo asumí así porque en los días anteriores de cuando pensé en las imágenes de Balthus, sentada en el sillón de la sala, atrás de mí, recuerdo que me hizo cariños en la piel de la espalda, bajo la camisa, con su pie descalzo. Sin darle mayor importancia, lo tomé como una travesura juvenil, aunque lo hizo a pesar de la presencia de Tao, la arquitecta del equipo de trabajo.
«No se levantó el vestido, pero sí congeló su sonrisa al ver el brinco del perrote asustado por el ruido de la puerta y la fuerza de unos gritos. Ella, asomada en la ventana del baño, me había visto a través del mosquitero, en el reflejo del vidrio de la puerta, haciendo esas señas con las manos, dijo. Fue entonces cuando brotó ese amasijo de palabrotas que se calmaron cuando la chamaca salió de la casa, con sus dos cajas de cartón donde guardó, aprisa, un manojo de nervios, entre sus aspiraciones y sus miedos revueltos con sus ropas deslucidas.
«¡Te largas porque te me largas! ¡Te dije que no te metieras con él…!
«A partir de esa mañana de ese día cabrón, inicié mi largo camino hacia el infierno.”
«La persistencia de un punzón que hiende el aire; la conjetura de la marcha melancólica de un grupo de hienas; la taladrante sensación de algo que cae; la sutura de una herida en el campo de batalla; la caída estrepitosa de un bucle amarillo; la rajadura de un cráneo; la mirada oblicua al empezar el día; la noche adentro de la cabeza; la estallida múltiple; la estallida sin orden. La cólera”. (León Plascencia Ñol)
Acierta Pamuk, la escritura es como una medicina y un consuelo, al escribir uno se encuentra con el placer de estar haciendo una confesión y a la vez el miedo de decir la verdad sobre sí mismo. Eso solamente lo sabe el autor en Arrebato de hojas.
La escritura y la literatura muchas veces se relacionan con una carencia en el centro de nuestras vidas, con los sentimientos de felicidad y culpa.
Las novelas no son del todo fantasías ni del todo realidad, concluye el nobel turco.
La mayor parte de las veces, la razón de nuestra felicidad o nuestra desdicha es, más que la vida que llevamos, el significado que le damos.
*Texto leído por el autor en la presentación de Arrebato de hojas el pasado 19 de julio en la ciudad de Oaxaca.
2 comentarios
la autoria del libro confirma que Luis Zarate es un artista completo,integral y muy cercano al pueblo Oaxaqueño. Felicidades estimado Luis.Un abrazo.
Emilio De Leo Blanco
CDMX
Te felicito, Luis. Espero otras vivencias, especialmente las que pasaste en Santa Catarina Cuanana y alrededores. También de la belleza bárbara de la Sierra Sur.
Abel Ruiz López
Oaxaca de Juárez