Un lunes por la mañana usted puede salir al zócalo, mirar el gallardo caminar de las palomas por el atrio de la catedral, el cabizbajo andar delas personas que van al mandado, a una gestión en las oficinas del gobierno; una ley municipal ridícula obliga a los establecimientos a no vender alcohol en cafés y restaurantes antes de las doce horas, que la gente incumple.
Si entra usted de Este a Oeste a la Alameda de León podrá observar -frente a la puerta principal de catedral- la estatua de Antonio de León, colocada un 8 de septiembre de 1885. El monumento se encuentra en el descuido, las palomas cagan de manera puntual sobre el tricornio del general que encabezó la defensa del Castillo de Chapultepec, en batalla contra los invasores norteamericanos.
El espacio arquitectónico guarda una disposición encontrada, de confrontación, donde liberales y conservadores pelean hasta este tiempo la plaza. Antonio de León guarda una postura en alerta, el pie delantero adelantado, con la mano en la espada. A sus espaldas está la casona del arzobispado, que recuperó el obispo Eulogio Guillow; pero Antonio mira desafiante a la puesta de catedral, desafía a los servidores de un poder extranjero, El Vaticano.
No habrá un oaxaqueño sin causa y sin espacio para el esparcimiento. Habrá una lucha y se sumará a esa causa otra más, en una espiral infinita donde se pierde el motivo9 de origen de la primera causa, torcidos hasta para morir. Antonio de León, originario de Huajuapan (1794) muere en la conocida Batalla del Molino del Rey, cuando intentó resguardar a los Niños Héroes; su derrota en el cumplimiento del deber logró la hazaña que se conmemora el 13 de Septiembre.
Cuando Antonio de León fungió como gobernador tuvo como secretario a un tal Benito Juárez; la actual Alameda, en uno de sus extremos que colinda con la avenida Independencia, se ubicó la Plaza de los Cántaros, donde llegaban los indios a comercializar sus productos. Antonio comentó con Benito que sería bueno dar a la ciudad un mejor aspecto, y mandaron quitar a los indios, el proyecto se ejecutó en 1840.
Le agregaron un jardín, que fue inaugurado el 13 de octubre de 1843, con el nombre de su promotor, Antonio de León; al espacio lo dotaron de un jardín, que tuvo como primer nombre parque inglés, que fue reinaugurado en 1845.
Descripción de la pieza
El general Antonio de León está de pie, pierna y rodilla derechas flexionadas mientras la mano izquierda sostiene el sable; eternizado en bronce por Miguel Noreña, en la Alameda de Oaxaca, luce achaparrado, viste ropa militar, cubre el torso con una casaca de cuello alto, ornada con charreteras donde penden canelones que caen desde los hombros. Al cuello lleva colgado un medallón cruciforme y en el pecho, sobre el lado del corazón, dos condecoraciones de guerra, se levanta frente a Catedral, como si la estatua se integrara al paseo del domingo.
En mano izquierda, empuña el sable, que va colgado de su cintura; con el pulgar puesto sobre la parte alta de la empuñadura, el brazo pegado a la cadera, de la montura del sable brota el cordón corto vertical que cuelga sobre la pierna, enfundada en pantalones con bordado a los bordes; vista de espaldas, la casaca está también bordada a la altura de la cintura, desde donde cuelgan los faldones de la casaca. El escultor quiso dotar a esta pieza de mirada apacible.
La escultura descansa sobre un pedestal de piedra cantera rosa, “piedra de pito”, diseñado por Roselli, escultor de origen italiano, que muestra en cada costado planchas de ónix con inscripciones que indican el porqué del homenaje al general: al frente, la inscripción señala: “Al benemérito del estado Gral. Antonio de León 1886”. A la derecha del monumento, la siguiente placa señala su nacimiento en Huajuapam en junio de 1794; aquella que se encuentra en la parte posterior del pedestal, consigna que consumó la independencia en Etla junio 29 de 1821; en la última, puede leerse que murió “defendiendo la integridad nacional. Sept. 8 de 1847”.
Letras para el general
En los dosmiles hay gente que pierde su tiempo en los libros para encontrar la escritura de este tiempo; bien podrían acercarse a mirar en el espacio abierto de las estatuas y monumentos, en las estructuras que acogen en el espacio público la forma de las letras (el grafiti).
En Oaxaca, la estatua en homenaje al general Antonio de León fue inaugurada por el gobernador del estado, general Félix Mier y Terán, en 1886, un 8 de septiembre, fecha del aniversario del fallecimiento del homenajeado, ocurrido durante la Batalla del Molino del rey, en 1847.
Este es un caso de las letras en el espacio público. Se puede ver en la estatua del general Antonio de León, sobre el pedestal diseñado por Roselli, escultor de origen italiano. Y sobre la plancha de ónix, la que mira hacia la Av. Independencia, sostenida por cuatro remaches de bronce, las letras rezan: NACIÓ EN HUAJUAPAM JUNIO 4 DE 1794. Sobre esas letras otras letras que levantan su trazo infantil, cargadas de alegría: rayas y puntos escritas con plumón tinta negra.
Las letras trasminan de otras letras (se amplían en el espacio público), remarcan que toda escritura es sombra de su antecesora. “Nada surge de la nada”. La Dra. Paola Ambrosio Lázaro, dentro del “Seminario Permanente Literatura y otras disciplinas”, ofrecido por la Facultad de Idiomas, la Coordinación de Posgrado y el Núcleo Académico Básico de la maestría en Lengua, Literatura y Traducción de la UABJO, mencionó en su conferencia “Pueblo y Literatura; de la gráfica a la construcción narrativa en las aleluyas” la frase arriba citada.
Hagamos un breve recorrido por la escritura rebelde, popular. Las hojas impresas, literatura de cordel denominadas aleluyas, que eran leídas en mercados, barrios y cantinas, pulquerías resultaron primordiales para difundir el gusto por la literatura dentro del pueblo analfabeta; en la Oaxaca del presente, el graffiti podrá tener referencia con la gráfica popular. Se puede poner como ejemplo el trabajo de José Guadalupe Posadas, que hasta el final de sus días laboró en talleres para imprimir cancioneros y aleluyas.
La característica de la literatura popular fue la de irreverencia, rebeldía; presentadas con una enorme capacidad de síntesis, de recurso cómico. Oaxaca recibía, a finales del siglo XIX, miles aleluyas que llegaban desde la Ciudad de México. Desde ese periodo, las letras abordan el espacio popular. En este siglo, las generaciones de escritores-grafffiteros, producen la letra irreverente, sostenida por otros embalajes, rebasada la ambición de “meter en un papel” las narraciones.
El objeto de la poética, dice Genette, no es el texto considerado en su singularidad, sino el architexto, la architextualidad del texto.[1] La Dra. Ambrosio, al momento de exponer las aleluyas -estampas sueltas-, confirma que en este país hay una preferencia por la letra irreverente que se asume sobreactuada (a partir del espacio público), propia de la comunidad en la emergencia.
El tiempo cambia, sólo en su apariencia. Las letras permanecen. El tiempo de los generales regresa a la nación (en realidad nunca se fueron), como a finales del XIX. Las letras, en emergencia, también permanecen para mostrar rebeldía; están sobre el ónix de las estatuas de los generales.
[1] Gerard Genette, Palimpsestos la literatura en segundo grado, Taurus, 1989.