A veces pienso en Eusebio Ruvalcaba como embajador del mezcal. Una tarde lo encontré sentado en la banqueta, en la calle de Doña Tina, en San Martín. Tenía los ojos enrojecidos, de perro callejero, me dijo, “quiero que me sepulten en Oaxaca”.
Cuando voy del lenguaje de la tradición oral al escrito fallo, me vuelvo incierto. Escribir es traicionar. Pienso en Eusebio, nuestro embajador del mezcal. Su nombre fue puesto a una librería del Fondo de Cultura Económica; ya es marca registrada.
Escribir es traicionar, más cuando lo hacen las personas que te aman. Los que te quieren buscan tu bien. Un día, al salir en la boca del Metro en una colonia popular, entristeció, dijo: “quisiera que leyera un poema mío el hombre atacado por mil demonios”. Teníamos urgencia por llegar a la cantina, pasamos junto a un hombre que pedía limosna; Eusebio lloró.
La escritura se realiza para gente sin futuro, para los que no tienen mañana; el autor de Un hilito de sangre bien supo de las palabras bálsamo, aquellas que pasan la prueba de fuego cuando son leídas por la persona que muere de resaca. Si se pronuncian las palabras que hacen compañía al que sufre las palabras no tienen futuro. La desgracia es pasajera. Algunas veces arrojo mi mezcal a la tierra, atacado por el recuerdo de los días de la borrachera con mi querido hermano Eusebio, nuestro embajador del mezcal.