LIANA PACHECO*
Las recientes películas de animación parecen estar destinadas no sólo al público infantil, ya que su impacto emocional recae también en las generaciones adultas. Por mencionar, Intensamente, Soul, y Turning Red, una de mis favoritas.
En el último bimestre del año pasado la animación presentó dos estrenos: Pinocho, producción de Netflix, con Guillermo del Toro como guionista y director, y Gato con botas: el último deseo, filme de DreamWorks. Lo destacable entre ambas es el estilo de animación; mientras Pinocho transcurre entre una paleta de tonos sepia y stop-motion, El Gato ostenta una animación 2D, que aunque tradicional es muy colorida y en diversas escenas emplea técnicas y movimientos dinámicos, que remontan al estilo de anime japonés.
Entrando en materia de crítica, Pinocho sigue el lineamiento del cuento que lo inspira: un niño de madera, un viejo carpintero, un grillo a modo de conciencia y el ser mágico que cumple los deseos. En esta adaptación, Del Toro añade el cruel realismo de la guerra así como personajes que enarbolan la avaricia y ambición humana.
Sin embargo, desde el inicio de la película hay un exceso de sentimentalismo. Los buenos sufren, por la tragedia, el duelo, el abuso de autoridad, luego la marioneta es la figura de salvación y redención para ellos o un castigo para los que infringen el sufrimiento. La película profundiza poco en los personajes, lo que no permite conocer sus motivaciones, deseos y ver así un desarrollo justificado. Como espectadora quedé con interrogantes sobre el hilo argumental, aquí señalo dos de ellos: Geppetto quien, al inicio, muestra aversión a la figura enclenque de Pinocho, incluso le grita que nunca reemplazará a su hijo fallecido, de repente tiene un cambio abrupto al verlo perdido, mostrándose dispuesto a recorrer tierra y mar en su búsqueda.
La segunda duda es cuando Pinocho afronta la travesía del circo y del campo de entrenamiento, lo hace sin la compañía del grillo, llamado Sebastián en esta adaptación, que como se sabe es el consejero de la marioneta. A pesar de esto, Pinocho aprende a discernir entre la maldad y bondad humana, ¿la conciencia es algo que pudo desarrollar en forma autodidacta? o ¿fue por el poder del guión?
Hablando de la personalidad del protagonista, Pinocho explaya una ingenuidad e inocencia que lejos de causar ternura, termina siendo irritante. Caso contrario de la personificación del grillo que en este filme es un escritor dotado de un lenguaje elocuente, una diminuta máquina de escribir y un egocentrismo propio de los artistas. Finalizo el análisis de esta película mencionando la magnífica estética del inframundo y los seres mágicos de este universo, se nota ahí el plausible estilo del director mexicano, quizá al tomar la referencia de un cuento clásico tuvo poca oportunidad de ampliar el argumento y convertirlo en una historia sobresaliente.
El primer día del año 2023 acudí al cine a ver la segunda entrega del Gato con botas, personaje que tomó popularidad con la saga Shrek. Admito que llegué a la sala en total desconocimiento sobre la trama, lo cual hizo que disfrutara aún más la película. Desde los primeros minutos la novedosa animación de la cinta acaparó mi atención, a diferencia de Pinocho que despegué los ojos de pantalla en el primer acto. El argumento es simple: El gato ha perdido ocho de sus nueve vidas. Cuando se entera de que hay una estrella que cumple un deseo, decide ir por ésta, pero al mismo tiempo que otros personajes: Kitty Softpaws, Ricitos de oro, Jack Horner y un desaliñado perro.
El conflicto se muestra pronto, así como el antagonista del Gato: un lobo. Sin embargo, este no es una imitación del conocido en los cuentos clásicos. En la película es una personificación oscura, estratega y atemorizante, haciendo que por primera vez se muestre la vulnerabilidad del protagonista. Aterrado, el gato huye para hacer un entierro, literal, de su indumentaria y se resigna a un retiro como uno doméstico. En este plano hay una buena representación de la depresión: los días del Gato transcurren entre comer y dormir, descuida su aspecto físico, terminando con una enorme barba que lo aleja de su arrogante imagen de héroe.
Conforme la trama avanza, nos adentramos en un argumento que no teme mostrar las dualidades de los personajes: la vulnerabilidad física o emocional, así como la negativa a aceptar lo que sienten y quieren. Vemos al Gato aterrado porque el Lobo sigue sus pasos. Una Ricitos de Oro, que a pesar de ser líder de la manada de osos, desea en secreto una familia humana, cuántos no hemos experimentado la sensación de incomodidad dentro de nuestro nido familiar. La película destaca conflictos propios de nuestra naturaleza humana: el deber ser, la autoexigencia para cumplir expectativas. La escena que más me conmovió fue cuando el Gato sufre un ataque de ansiedad y pánico, no sólo por la carga emotiva del Perrito siendo solidario con él, sino por el sentido de identificación. Recordé los momentos de mi vida entre la exigencia del deber ser y la preocupación por cumplirla.
La moraleja de la película llega de voz del perro, quien nos recuerda que, a diferencia de los gatos, sólo tenemos una vida, con la certeza única de que la muerte sigue nuestra sombra, espléndida idea que se haya representado como un Lobo caza fortuna y no la típica estampa que conocemos.
El Gato con botas: el último deseo es un filme que brinda un, ya conocido, mensaje motivacional: disfruta la vida. Pero es el modo subversivo el que lo hace relevante. Para mí, el cine es un espacio de recreación, sin embargo, me complace salir de la sala reflexionando. Si no es tu caso, al menos será una entretenida hora y media de ver animales enfrentando la emotividad y emocionalidad propia de la naturaleza humana.
*Liana Pacheco, narradora oaxaqueña, integrante del Colectivo Cuenteros, es autora del libro de cuentos “Dualidad de Caos” (Seculta 2021).