ANTONIO PACHECO*
«Ciudad dorada es un lugar donde todavía el pequeño dealer puede soñar. Hoy somos perseguidos pero mañana seremos héroes, los Robin Hood de la cannabis, los gangsters del futuro».
La historia transcurre en una “Oaxaca vedette”; y como suele suceder con este personaje en las películas de gangsters, es inocente, obligada a mostrar su mejor rostro mientras los crímenes ocurren detrás del escenario.
Oaxaca es caleidoscópica, como todas las ciudades, como todas las sociedades. La perspectiva depende del ángulo. Y al final de cuentas, somos los que habitamos o transitamos construcciones y calles, vestidos con nuestra triple moral, quienes convertimos a un sector geográfico en referente: “Ve con precaución a ese lugar”, “Ten cuidado con esa gente”. No es pues sólo Oaxaca, cada ciudad y cada pueblo tendrá su sótano, su basura bajo la alfombra o acumulada en el patio, sus sitios sórdidos, sus hijos producto de la sociedad que los formó.
Los gangsters del futuro da cuenta de gente ordinaria que descubrimos extraordinaria al adentrarnos en sus vidas, cargadas todas de infiernos que ocultan o minimizan en un intento desesperado por no ser observados como lo que son, por mostrarse como quienes quisieran ser: el buen padre, el hijo digno de continuar un legado, la mujer empoderada. Pero todos ellos consiguen avanzar en sentido inverso hacia su objetivo, descendiendo sin remedio a otro infierno más ardiente y amplio que el anterior. Es así como Sandro reconstruye en un Frankenstein al hijo perdido, las justicieras se convierten en lo que persiguen y el buen dealer, en su pretensión de no meterse en problemas, se hunde en los ajenos.
Quienes viven en este “Edificio del Vicio” en “Ciudad Dorada”, tienen sus destinos entretejidos, pero van camino a un nudo indisoluble. Aquí se vende mota, se trafica con arte, se tiene el sexo que la suerte provee y, sobre todo, se cuentan las verdades de la vallistocracia (ese término que a los resentidos nos simpatiza tanto). Eso sí, siempre “con todo respeto”, porque lo mejor es no patear el pesebre. Cosa que el narrador, para fortuna del lector, se pasa por el arco del triunfo, y lo que aquellos sugieren con sutileza, éste nos lo cuenta en episodios escabrosos.
Antonio Pacheco Zárate es integrante del Colectivo Cuenteros. Autor de la antología de cuentos Sol de agosto y de la novela Centraleros.