El adjetivo, al subordinar las partes de la entidad gramatical a una palabra, oculta ciertas intenciones del emisor; algunos novelistas, Hemingway, recomiendan evitar el uso de los adjetivos; otros, acertados cuentistas, Borges, marcan el lenguaje (el bien común) con el uso del adjetivo, cansadas lámparas.
Para el que escribe, usar o negarse al adjetivo será traje, el vestir de etiqueta o con harapos en el espacio rural o urbano (el lenguaje escrito hace pueblos, las aldeas).
Una propuesta posible para avanzar sobre la historia del periodismo nacional, y en consecuencia de la prensa provinciana, será adentrarse en la adjetivación.
La realidad se nombra, se califica, se adjetiva como parte de una identidad; las acciones de un conglomerado frente al tiempo se jerarquizan por el uso de los adjetivos en periodismo y literatura; el adjetivo, su uso o repudio, forma parte de la caja de herramientas del periodista. El sistema político, el gobierno, utiliza el lenguaje periodístico para posesionarse en la opinión pública; recordamos el uso de ciertos encabezados: No me pertenezco, me debo al pueblo.
Los malos gobernantes abren la boca para fijar su expresión sobre encabezados jamás para comunicarse con sus gobernados; eligen el uso del lenguaje, cierto grado de truculenta ficción para inventar una realidad que pueden abordar desde sus incapacidades.
Desde las más antiguas formas sociales existe la lucha entre gobernantes y poetas; los primeros, condenados al olvido, luchan por un presente eternizado, graban su nombre sobre piedras; los segundos, trabajan desde cierta naturaleza inmortal, el lenguaje del pueblo -vox populi vox Dei-, en tiempos modernos el sistema democrático condena a los gobernantes a una muerte rápida: Sufragio efectivo, no reelección.
Oaxaca se funda sobre una sociedad de castas, esta definición continúa hasta el presente, con el gobierno de Murat II; ¿qué elaborado uso del adjetivo logró que permaneciera esta forma de gobierno? Sobre adjetivos se levanta la Historia.
En distintas crisis económicas por las que atravesó el país pudimos leer en los medios: aprieta cinturón el gobierno, desaceleración, combate al despilfarro, burbuja descendente, defenderemos el peso como un perro, austeridad republicana; frases que no mencionan crisis, pobreza.
El gobierno interviene la efeméride, las fechas del pasado para evitar el presente (escribo este domingo, 18 de julio, el Fiscal recuerda el día de la muerte de Benito Juárez, la Secretaría de las Culturas, Comunicación social, el municipio: inmortal Juárez). Desde los griegos, el inicio de la literatura en Occidente la humanidad busca el uso del lenguaje escrito para fijar la crónica de sus hechos, lo inmortal de sus pasos; los gobernantes mandaron a imprimir sobre la piedra el paso de su tiempo porque sabemos de la finitud, la amenazadora muerte.
El presente no dista del pasado, el pueblo continúa su viacrucis, escucha sus propias demandas en las Mañaneras (pocos recuerdan al encargado de finanzas o de la obra pública del gobierno de Adolfo Hitler, pero la mayoría recuerda al encargado de la difusión y propaganda, Goebbels).
En nuestro México, a partir de 1905, tiempo de inauguraciones, el dictador Porfirio Díaz puso en práctica para la difusión de su gobierno una innovación científica: la película cinematográfica; pretendía, como la divinidad, estar a un mismo tiempo en distintos lugares, Dios mismo en la tierra (recuerdo la tarde en que observé por vez primera la película de la inauguración del muelle de Salina Cruz en un documento visual en la Filmoteca de la UNAM).
El uso de la técnica del relato cinematográfico funda al gobierno López Obrador, rompen el eje de la narrativa, llevan las palabras de la población al espacio del gobierno, el Palacio Nacional.
Este mecanismo de registro y difusión fue retomado, años después, por Hitler, José Stalin y Mussolini (en las artes se habla de una corriente, una estética de ese realismo, el neorrealismo); la sociedad se construye con narrativas, el uso de catalizadores (la función catálisis, que acelera o retarda el desenlace de la acción narrada, diría Barthes en el análisis estructural del relato).
En la vida cotidiana el adjetivo logra el hecho de la ficción, el acelerar o retardar el recuerdo de ciertas acciones.
Las revoluciones se fundan sobre narrativas, el progreso, la ciencia, la religión; cada adjetivo usado por la opinión pública marca el grado de desarrollo o barbarie de las comunidades. La religión monoteísta se levanta sobre un libro, la Biblia, el Corán; ficción de ficciones, la narrativa primitiva; más terrenal, el gobierno fija con adjetivos lo simple de su tiempo.
En la modernidad tecnológica la anciana retórica vuelve a vestirse con nuevos usos, lenguajes floridos, el uso de la función poética del lenguaje, la aplicación de metáforas para comunicar hechos de gobierno. Cada día, en esta pandemia, nos acercamos sin saberlo al uso de los poemas como forma cotidiana de comunicación social; recurso para nombrar aquello que no tiene nombre o que no alcanzamos a expresar (¿cómo se decía coronavirus antes del coronavirus? Nadie lo sabe).
En tiempos de coronavirus nombramos al padecimiento con una abreviatura: COVID-19 para evitar otra de mayor extensión; nos acostumbramos a un reporte vespertino (datos que suministra el gobierno), hacemos el uso del tiempo cotidiano regidos por metáforas: tercera ola, repunte, picos, mesetas como ubicación puntual de los contagios (en este país de desgracias, en años pasados nos acostumbramos a otros vocablos oficiales para designar al sismo y sus consecuencias: censo, tarjeta, beneficiados, banco); llegamos al tiempo de habitar el lenguaje de la poesía (ficción de ficciones, macrogénero).
La aplicación del adjetivo, ese gusto de resumen en los encabezados, cierta preferencia por adelantar contenidos en busca de la lectura futura viene del uso de la retórica, el hermosear las palabras para convencer al auditorio.
Los lectores recuerdan la expresión “incalificable acto”, por ejemplo, para designar a la violación; nos dice de una época, un registro en los medios, un medio en específico (Casos de Alarma!), tiempos cuando la sociedad enfrentó la violencia en niveles menos cruentos a los que registra la era del “abrazos, no balazos”.
¿A qué refiere esto del uso del adjetivo en el lenguaje de los medios de comunicación?: las sociedades modernas se articulan sobre la lectura futura (los gobiernos actúan para buscar la historia, la aceptación de un tiempo que vendrá).