Ha triunfado Don Quijote.
CARLOS FUENTES / Geografía de la novela
La novela es la búsqueda verbal de lo que espera ser escrito, dice Carlos Fuentes en su Geografía de la novela (Fondo de Cultura Económica, 1993): “La novela se ofrece como hecho perpetuamente potencial, inconcluso: la novela creadora de la realidad”, afirma el autor de La muerte de Artemio Cruz. ¿Cómo saber del tiempo que nos espera, pasada la emergencia sanitaria? Alcanzo a comprender que la herramienta que tenemos más próxima es la imaginación, recurso ocupado por la humanidad para conocer el futuro.
La maestra Elisa Ruiz dijo, “tienes que platicar con una mujer extraordinaria”; el ataque del coronavirus, apenas se sentía en la Verde Antequera. Año de gracia de nuestro Señor del 2020, pocos sabían identificar el mal, ninguno podía afirmar, “he visto los ojos de un muerto por COVID-19”. La ciudad estaba repleta de dichos y contradichos, versiones; se tenía claro que morir por asfixia era un castigo, una de las peores formas para abandonar el mundo, estirar la pata; por San Martín, Volcanes, Montoya sumaban muertos en silencio, para San Felipe, Colonia Reforma, Centro mantenían la sana distancia, pero registraban contagios. Llegó un día en que los hospitales no se dieron abasto, hubo muertos abandonados en la calle. La pandemia pegó en la antigua ciudad de castas, remarcó su clasismo; caminé unos pasos por el viejo Zócalo, una pregunta resonó en mi cerebro: ¿Qué implica que una mujer ofrezca reconocimiento a otra mujer? Pensé que no era el mismo caso de los hombres -reconocen por temor, interés, sistema de clanes. ¿Qué implica que una mujer hable bien de otra?
Lidia no regresó del trabajo hace dos años, dejó a sus dos pequeños hijos en el cuarto, que rentó en la colonia Casa Blanca; ese día una amiga de ella pasó a recoger a los menores, pero al estar puesta la denuncia de su desaparición, el DIF los recogió, los envió a Tanivet.
– Desde el día de su desaparición formé un grupo de Facebook, Todas somos Lidia, desde aquella fecha no paro de buscarla.
Milca Noemí Morales García es lectora, frecuentó la biblioteca Ventura, en la colonia Emiliano Zapata, leyó el Quijote, la Odisea; a Mario Benedetti, Sor Juana –quiere leer a García Márquez-, en fechas recientes su hija de 16 años decidió fugarse con el novio; ella le dijo que no lo hiciera, pero respetó su decisión.
– Termina tu prepa en el sistema abierto, aunque sea -narra.
– ¿La obedeció?
– Son jóvenes, pensé que le debía poner el ejemplo: a mis 40 años me inscribí en la prepa abierta, le dije: ‘A ver quién termina primero’. Milca vende tortillas y antojitos en la calle Juventino Rosas, colonia Casa Blanca; este es el relato de la mujer que trabaja desde los 13 años, que celebró el 10 de mayo con su marido, sus tres hijas y sus lecturas
“Un día no tuve venta, me puse triste, se quedó mi masa, 25 kilos de maíz; mi hija mayor me dijo, ¿qué tienes? Yo pienso mucho todas las noches en cómo voy a ocupar el dinero. Estaba triste, pero dije: no tengo por qué estar triste, es negocio, sólo hay que dar vuelta al dinero. Al poco rato llegó una vecina, tocó a la puerta, me dijo que había muerto su hermano, pidió si le podía hacer tamales. Le dije que sí, pero con masa lisa, y ella me dijo: sale, pero los quiero a las 7 –eran las 4 de la tarde.
Corre su voz como viento necio que se atora entre las ramas de los sauces, en las riberas del Atoyac; viento que arrebata sombreros, levanta faldas, impertinente.
“Me puse a hacer los tamales de amarillo, de verde, con lo que había quedado del negocio; mi hija me dijo: no los vas a tener listos para la hora que te los pidieron. Yo le dije: vas aue ver que sí. A las 7 en punto entregué mis tamales, me pagaron mil pesos y un día de mal negocio se hizo bueno”.
Viento que se va y vuelve, que insiste, permanece en las calles polvorientas para hacer compañía de la gente cargada de historias y cansancio.
El día de las madres Milca celebró junto al fuego, hace memelas, empanadas de verde y amarillo, quesadillas con flor de calabaza y hongos; tortillas. El compañero de Milca es albañil: “cobraba 50 mil pesos por hacer un cuarto en obra negra, desde el cimiento hasta el colado; con las medidas sanitarias por el COVID-19, la gente dejó de construir, mi marido bajó mucho el precio: de 50 ahora cobra 30 mil, no le alcanza ni para el chalán; los lunes, que es mi día de descanso, voy a la obra para ayudarlo”.
– ¿Desde cuándo trabaja usted?
– Trabajo desde los 13 años, mi madre me abandonó cuando yo tenía año y medio; crecí con mi madrastra, pero ella me golpeó mucho; desde pequeña cuidé a sus hijos, hice su trabajo”.
– ¿A qué edad dejó esa casa?
– Me recogió mi abuela a los 13, con ella aprendí a trabajar; pero sin golpes, con palabras.
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¿Qué son las palabras? ¿A dónde nos llevan, de dónde vienen? Estudio la novela, voy a los autores, busco la imagen mencionada por ellos sobre los días por venir; Ricardo Piglia afirma que el lenguaje literario está entre la verdad y la ficción, tenso punto que nos contiene; Fuentes señala: “la novela proclama la universalidad de lo posible”, el que escribe busca expresar lo no dicho u oculto, dicho a medias -narrar será elidir, dijo Piglia; ante de las lluvias, al pie de Monte Albán, el viento aúlla, con furia golpea muros y láminas, encadenado; allá abajo, junto a la arena caliente corren las aguas pestilentes del río Atoyac, se mueven como escupitajo que se retuerce, se alarga y se contrae, verde y blanco sobre las ramas secas. Tiembla el mundo, el mundo tiembla de pavor y miedo. Que tiemble.