JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
Italia registró un nuevo deceso. No fue por Covid-19, fue una muerte que por un momento enmudeció y quitó el aliento al mundo entero del cine: hoy a los 91 años Ernio Morricone dejó este mundo terrenal para transfigurarse en lo que ya desde hace mucho era: una leyenda.
El silencio causado por su partida se rompió rápidamente, por todos lados se comenzaron a reproducir, una y otra vez, varias de sus composiciones musicales, generando un loop musical de memoria, recuerdo y nostalgia; pues su música no sólo acompañó a legendarios filmes, sino que llegó al verdadero corazón de lo que define a una película: su público.
El genio de Ennio Morricone fue tal que con una melodía de sólo dos notas, simulando el aullido de un coyote, nos hizo imaginar el Viejo Oeste que vimos en El bueno, el feo y el malo (1966); y que junto con una flauta dan un cuerpo musical al Hombre sin Nombre, junto con una ocarina a Ojos de Ángel y junto con voces humanas a Tuco; pues para él la música formaba parte del carácter de los personajes.
No por nada una de sus composiciones es catalogada como la mejor banda sonora de la historia del cine, la que realizó para Érase una vez en América (1984) de Sergio Leone. El virtuosismo de Ennio Morricone radicó en que al ser una película contada en tres tiempos de manera no lineal, es la música la que ubicaba al espectador en el pasado y presente de los personajes, hilvanando un hilo narrativo fino pero sólido que lo vuelve un drama indisoluble. Sin embrago no fue nominado al Oscar al no aparecer su nombre en los créditos.
El spaghetti wéstern no hubiera sido el género que fue sin la música de él, y prueba de ello es Por un puñado de dólares (1964) de Sergio Leone, que junto con Por unos dólares más (1965) y El bueno, el feo y el malo conforman la “Trilogía del dólar”. La banda sonora para Ennio Morricone no era un mero acompañamiento musical, sus melodías muestran, develan y acentúan las motivaciones de los personajes dotándolos de un sentimiento y sello ‘wésterniano’ que acabarán de conformar el clásico arquetipo de vaquero: desenfundar pistolas, rodear y dar vueltas amenazantes, acechar en una emboscada, ‘disparar’ con la mirada, alejarse en el horizonte, etc.
Y si no fuera suficiente, logró hacer que con una sola melodía recordemos una de las más entrañable amistades del cine: la de Alfredo y Totò. Con solo oírla, sabemos que se trata de Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore. Quizá la emotividad de la banda sonora se deba a que Ennio la compuso junto con su hijo Andrea Morricone, quienes hicieron de la música una cápsula de tiempo en la que se sintiera cómo el cine fue, es y puede seguir siendo un lazo entre dos o más personas; pero también, una forma de armar y construir sueños.
Así pues, no es de extrañarse que un genio dotado del favor de la musa Euterpe, lograra trabajar con directores de la talla de John Carpenter, Barry Levinson, Brian De Palma, Mike Nichols, Terrence Malick, Roman Polanski, Pedro Almodóvar, Wolfgang Petersen y Oliver Stone, ofreciendo un trabajo tan sólido y constante que aun las nuevas generaciones lo llegaron a oír en Los Soprano (1999), o las películas de Quentin Tarantino: Kill Bill (2003), Bastardos sin gloria (2009), Django sin cadenas (2012) y Los ocho más odiado (2016), que le dio su segundo Oscar (entregado por el ‘vaquero’ Clint Eastwood) después del honorario que había recibió en 2006; o en el homenaje-parodia que Los Simpsons hicieron a la escena de los besos en 2010:
https://www.youtube.com/watch?v=aJBFJgh4x64
Muy difícilmente el tiempo nos volverá a dar a un grande como Ennio Morricone, capaz no sólo de componer la música para un poco más de 500 películas, sino de tocar las notas exactas de la emoción y los sentimientos, no sólo de los personajes, sino de un público que gracias a él navega en un sinfín de historias: desde el wéstern hasta las comedias, pasando por el giallo italiano; dando vida a cataratas jesuitas como a ‘intocables’ de Chicago.
Ennio Morricone no sólo musicalizó películas, musicalizó gran parte de nuestra vida. Alimentó con su música nuestro espíritu, construyó con sonidos y silencios la Capilla Sixtina de la banda sonora cinematográfica, y aunque hoy su voz se apagó, sus melodías sonarán más fuertes que nunca, hasta el fin de los tiempos, hasta el final de esta película llamada vida. Así que no sólo decimos Descanse En Paz, sino hasta pronto, hasta siempre. Chao a Ennio Morricone, chao a ‘Il maestro’.