Para Renato Galicia Miguel
en la hora de Apolinaria
Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda).
JOSÉ EMILIO PACHECO, Desde entonces
Albo satín.
En los pliegues de la tela que forra el ataúd
está la letra, el signo que relaciona
lo que queremos decir y lo que decimos,
la poesía.
Una mujer llorará mi muerte, clamará al cielo
por el escaso tiempo del que dispone
para descargar su ira
contra mi nombre.
En los árboles estará el aire, que hace la dicha.
Un amigo pondrá su mano sobre la oscura madera
en mi velorio.
Habrá viento o sol o frío, poco importa la atmósfera.
Al día siguiente, otro amigo, ofrecerá
su hombro para conducirme
a la sepultura.
No tendré pies, ni manos, ni ojos,
seré acaso el bagazo que corre
entre los labios
de los que me nombran
El enterrador anónimo verterá la tierra
sobre mi rostro.
Una lápida al nombrar dará al olvido
a la fecha
de mi nacimiento.
¿Dónde quedará la poesía?
Donde siempre aguarda, lejos de la mirada
de la gente.
La poesía es el no lugar, el no destino,
el sitio del regreso.
O la interpretación equivocada del oráculo
(más valdría no haber nacido).
Albo satín, ribete, impostura.
Claridad que nos acompaña
hasta en la muerte.
Hubo una edad (siglos atrás, nadie lo recuerda)
dice Pacheco en Desde entonces.
Hubo una edad, cierto es,
en que todos fuimos queresa.
Nadie lo recuerda,
en aquel tiempo
aprendimos
el canto.