El ascenso de Donald Trump y su agenda racista, supremacista, fundamentalista y puritana trastocó el ejercicio del periodismo: atacar al presidente estadunidense forzando la información ha logrado sobrevivir a la prensa del establishment liberal-conservador (síntesis neoclásica). La ex directora del The New York Times, Jill Abramson, acaba de publicar un libro acusatorio contra los medios que usan a Trump para subir ventas: “mercaderes de la verdad”, les dijo.
El caso de Jorge Ramos es de sobra conocido. Su periodismo personalista y agresivo lo convierte en el centro de la noticia, no en lo que quiere informar. En el caso de su frustrada entrevista con el dictador chavista Nicolás Maduro, confundió el periodismo de opinión con el periodismo de indagación y exposición. La pregunta de si debería llamarlo dictador fue provocadora e infantil para que ocurriera lo que pasó. Sólo que Ramos fue más activista que periodista.
Los casos de algunas de las entrevistas de Ramos han servido para clases de periodismo. En una columna de opinión es normal el uso de adjetivos: en efecto, Maduro, los hermanos Castro, Daniel Ortega y Kim Jong-un, entre otros, son dictadores. Pero suena hasta ingenuo preguntarle Maduro: “¿debo llamarlo dictador?” En todo caso, el periodismo de Ramos es activista porque estalla escándalos –como el que actuó con Trump en una conferencia de prensa– para exponer a sus entrevistados. Pero eso sencillamente no es periodismo.
La veta de la entrevista provocadora la agotó Oriana Fallaci en otro contexto periodístico. Aún se recuerda aquella primera pregunta al ex director de la CIA William Colby pidiéndole “los nombres de esos bastardos que han aceptado, en Italia, dinero de la CIA. Italia no es una república bananera de la United Fruit”. Colby sonrió y le dijo que su congreso le prohibía revelar nombres de agentes de seguridad. Y caso cerrado. Hoy en día el desnudamiento de dictadores y asesinos se ejerce con el periodismo de investigación, con el reportaje de largo aliento en que se exponen las personalidades dictatoriales sin necesidad de un reality show. El periodismo de denuncia lo hizo 60 Minutos con investigación, no sólo provocando una respuestas violenta.
El periodismo de Ramos se acercó más al estilo de Laura Bozzo y su programa como tribunal popular sin posibilidades de defensa. Su frase “¡que pase el desgraciado!” ha sido puesta en exhibición en el debate sobre el periodismo al señalar culpabilidades antes del enjuiciamiento. Al final de cuentas, a Ramos se le escapó la información de mostrar, con las técnicas del periodismo televisivo de investigación, la realidad de Venezuela.
Un video de gente comiendo de la basura se puede conseguir en cualquier parte del mundo, inclusive de la tierra adoptiva de Ramos: los EE. UU., y no es concluyente del fracaso de un gobierno o de un sistema político. Ramos no ha grabado esas escenas en los EE. UU. –y otras de zonas de consumo de droga– para hacerlo dudar de que vive en una democracia y que el malo es Trump y no el sistema capitalista de explotación y concentración de la riqueza. Al final, Ramos ha derivado en un defensor del american way of life que prohijó a Trump.
El uso del periodismo acusatorio ha servido a los intereses de Univisión como parte del bloque de poder liberal-conservador –hay otro bloque conservador-liberal– en los EE. UU., sobre todo cuando el dueño de esa cadena fue de los principales aportadores de recursos a la campaña de Hillary Clinton y la hija de Ramos trabajó para la campaña de esa candidata; por ello la política informativa de Univisión fue favorable a Hillary y agresiva contra Trump.
The New York Times ha sabido potenciar su batalla periodística contra Trump violando los códigos del equilibrio informativo y apenas consiguió por esa vía subir el precio de su acción en Wall Street de 4 dólares en 2010 a 32 dólares esta semana, aunque sin llegar a los 50 dólares que tuvo en el 2002. Y The Washington Post se recuperó del tropiezo de ingresos batallando contra Trump y poniendo el periódico al servicio de los intereses de sus dueños Jeff Bezos y Amazon. A eso se refría justamente Abramson: los grandes medios estadunidenses que viven de sus ventas han radicalizado el periodismo de denuncia para recuperar ingresos, no para mostrar la realidad. En el caso de Ramos nos quedamos esperando el gran reportaje sobre Venezuela, no su show con Maduro.
A Ramos sólo faltó gritar como Bozzo: “¡que pase el desgraciado!”.
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