MTRO. BULMARO VÁSQUEZ ROMERO*
Hay varias clases de libros, entre ellas están los libros que hacen de la literatura una de las bellas artes a través del cuento, la poesía y la novela, fundamentalmente.
No hay duda que cuando leemos cuento, novela o poesía llegamos a vivir lo que leemos; esto significa que estas lecturas se nos meten al cuerpo y al alma, impregnan nuestros sentires, nuestros pensamientos y, si somos persistentes en este tipo de lecturas, pueden llegar a marcar nuestras vidas, es decir, sin que nos demos cuenta de ello, van dejando su marca en quiénes somos, qué soñamos, qué anhelamos, qué amamos, qué creemos, qué pensamos.
Hay en los libros de la literatura, entonces, un poder casi increíble. Recuerdo que Gabriel Celaya escribió diciendo que: La poesía es un arma cargada de futuro. De ese poema suyo cito ahora unos cuantos versos:
Cuando ya nada se espera
personalmente exhaltante
más se palpita y se sigue
más acá de la conciencia
fieramente existiendo
ciegamente afirmando
como un pulso que golpea las tinieblas
que golpea las tinieblas.
Poesía para el pobre
poesía necesaria como el pan de cada día
como el aire que exigimos trece veces por minuto
para ser y en tanto somos
dar un sí que glorifica
porque vivimos a golpes
porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno
estamos tocando el fondo
estamos tocando el fondo.
Yo puedo decirles hoy, después de haber pasado mis ojos sobre muchas novelas, cuentos y algo de poesía, que en realidad la lectura es un arma indispensable en el presente, si es que queremos que haya un futuro que incluya las identidades de los pueblos y comunidades indígenas de los que venimos los mexicanos.
Esta idea no es descabellada, o sea: no es una jalada. No, porque el mundo en que vivimos hoy, nuestra realidad contemporánea pues, realmente nos está homogeneizando, nos está haciendo “iguales” al resto del mundo. Pero no iguales en derechos, ni en riqueza material ni cultural, sino igual de indiferentes ante la destrucción del planeta que es nuestra casa común, la que nos da el agua, el aire limpio, la tierra para obtener nuestros alimentos.
Sí, la formación que hoy nos “da” el mundo nos está homogeneizando en el sentido de destruir nuestros orígenes culturales, de perder nuestras identidades originarias, de olvidar nuestras lenguas indígenas y, con ellas, perder el sentido comunitario, cooperativo, solidario de vivir como indígenas contemporáneos en interacción con el resto del mundo.
Vivimos un mundo lleno de desigualdades sociales, de injusticias, de discriminaciones, de abusos, de desprecios y de pérdidas. Pero, por esto mismo, tenemos que leer de nuevo nuestra realidad, es decir, tenemos que hacer de la lectura nuestra arma para interpretar y cambiar el mundo que vivimos.
No hay tiempo que perder. Es hora de leer libros que nos ayuden a darnos cuenta de lo que de verdad nos hace falta para defendernos, para resistir a la homogeneización y luchar creativamente para dar nueva vida a las creencias y prácticas culturales indígenas, esas creencias y prácticas que nos hacen ser comunitarios, ser juntos, ser pueblos.
¿Hay alguien aquí que dude del valor de lo que se está perdiendo hoy en día al perderse nuestras lenguas y culturas originarias?
Y, ¿puede haber alguien aquí, en esta casa de formación de los maestros indígenas oaxaqueños, que no se dé cuenta del tipo de educación que hay que impulsar en nuestros pueblos y comunidades para que continúen con vida las creencias y prácticas que nos hacen ser indígenas en primer lugar y después también ser en relación e intercambio con los otros, los no indígenas?
¿Cómo entender entonces la educación indígena e intercultural contemporánea?
Personalmente creo que ese es el gran reto y la gran necesidad que hay que atender en esta casa de formación. Y también creo que son muchas las tareas, acciones y maneras en que creativamente se puede ir avanzando en la construcción de esa educación indígena e intercultural contemporánea.
Y una de ellas es precisamente leer y escribir libros como éste. Voces del Zempoaltépetl es un ejemplo muy claro, muy elocuente y potente acerca de lo que se puede hacer para fortalecer en la formación de profesores indígenas contemporáneos la recreación de las lenguas originarias, ligadas a la defensa de las creencias y las prácticas culturales que le dan a cada pueblo indígena en Oaxaca y en México su sello distintivo y único en cada caso, su identidad cultural propia.
Dice una de las leyes espirituales del universo: lo que siembras, cosechas. A partir de ella puedo respetuosamente preguntar a los estudiantes y a sus formadores de esta casa: ¿cuánta energía, cuánto tiempo de cada día, de cada semana, de cada mes estamos dedicando a leer y escribir en nuestras lenguas originarias el modo de ver, de creer, de hacer, de pensar, de sentir, de crear y de compartir que nos heredaron nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos?
Los invito pues a leer Voces del Zempoaltépetl, como un paso más para retomar con brío y entusiasmo la lectura y la escritura en cada una de las lenguas que viven todavía en esta casa. Estoy seguro que esta noble tarea equivale a sembrar nuestra cultura indígena para que florezca y nos siga dando vida y alegrías con nuestros niños y niñas indígenas de Oaxaca. Como bien nos dice el maestro Federico Villanueva:
Tu palabra
Emplea tu voz, tu palabra.
Habla, platica.
Haz que el papel también hable.
Deja plasmado tu pensamiento.
Despierta, extiende tus conocimientos.
Cultívate.
Vive.
*Catedrático de la Escuela Normal Intercultural Bilingüe de Tlacochahuaya.