La pregunta no deja de ser maliciosa: ¿en qué se parecen Donald Trump, Nicolás Maduro, Evo Morales, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador? En que han tratado de ocultar liderazgos bonapartistas personalistas detrás de un discurso de democracia directa vis a vis el fracaso, dicen ellos mismos, de la democracia representativa.
El twitter, la plaza, el indigenismo, los vicios de la democracia y las consultas quieren revalidar el modelo de la democracia directa que nació, dice John Dunn, con la Grecia de Pericles y que luego tuvo dos expresiones fundacionales de formas de la democracia: la revolución americana del federalismo y la revolución francesa de la representación popular y los derechos del pueblo.
La victoria electoral de López Obrador en México y su mayoría absoluta en el congreso contrastan con su regreso a la democracia directa de consulta al pueblo para saber el destino de la construcción de un nuevo aeropuerto en la capital de la república. La contradicción es obvia: ¿por qué usar el camino de la consulta directa al pueblo si tiene la mayoría absoluta en el congreso? Los plebiscitos y los referéndums han buscado siempre ratificar en consulta al pueblo decisiones tomadas en las estructuras de la democracia representativa.
La respuesta en los casos citados –Trump, Maduro, Morales, Bolsonaro y López Obrador– se localiza no tanto en el fracaso de la democracia representativa que tiene en los procesos electorales su expresión más afinada, sino en la intención de construir liderazgos personales. En los EE. UU., Venezuela, Bolivia, Brasil y México los sistemas de división de poderes y de ratificación de autoridades vía elecciones han funcionado al grado de que todos estos líderes llegaron al poder por la vía electoral. La decisión de poner la consulta directa al pueblo por encima de las instituciones de la democracia representativa responde, más bien, a afanes tipo bonapartistas, usando la expresión de Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Y Marx dio la respuesta: no tanto la conquista del poder político, sino el poder personal.
Por tanto, lo que estamos viendo en América no es el regreso de la democracia representativa de finales del siglo XVIII a una democracia directa de hace más de dos mil quinientos años –en la Grecia de Pericles en el siglo V a.C.– en el ágora social, sino la utilización del concepto de democracia directa para fortalecimiento de liderazgos personales. Mal que bien, todos los gobernantes que se fortalecen por la democracia directa llegaron al poder por la democracia representativa.
La democracia directa es la simplificación de las reglas de la convivencia equitativa en una sociedad. En México existen ejemplos de cómo la democracia directa en realidad no cumple con las exigencias de la democracia –la representación de todas las ideas–: en Chiapas se han establecido municipios autónomos con gobiernos indígenas y en Oaxaca el 75% de los municipios eligen sus autoridades por usos y costumbres, una forma tradicional de democracia directa en donde autoridades sin elección democrática definen las reglas de selección de gobernantes en función de tradiciones y no de competencia.
El problema, sin embargo, radica en el hecho de que en ambos estados del sur de México con fuertes tradiciones indígenas existe una pluralidad social que no había en siglos anteriores. Por tanto, la representación político-administrativa tradicional no responde a la pluralidad de las clases y sectores sociales, entre ellos la más importante: comunidades indígenas con comunidades mestizas. Lo mismo ocurre en sociedad políticas donde conviven tradicionalistas con modernos.
La democracia representativa nació justamente para democratizar la representación social. A mediados del siglo XIX, cuando México reorganizaba su orden constitucional en medio de invasiones extranjeras, fueros religiosos y pronunciamientos rebeldes, el constitucionalista Mariano Otero estableció la democracia representativa: que la composición del congreso represente la pluralidad de la sociedad. Esta teoría de las minorías obligó a abrir espacios de representación en las instituciones precisamente a los menos.
La democracia directa suele prohijar dictaduras personalistas. Desde el derrocamiento del dictador Porfirio Díaz en 1911, México ha tenido fases brillantes y oscuras de democracia representativa; sin embargo, el modelo de la representación plural ha alejado el fantasma de la dictadura personal. Aún con trampas autoritarias, las grandes decisiones mexicanas –sobre todo las que fueron llevando a la democracia electoral– pasaron por las instituciones de representación.
Lo grave ocurre cuando se dice democracia directa existiendo reglas de mayorías en democracias representativas. La consulta de López Obrador sobre el aeropuerto la hizo su partido, sin control de boletas, sin representación de opositores, sin debate; las boletas eran del color de su partido y las urnas las pusieron sus militantes. La Constitución mexicana contiene reglas estrictas para consultas involucrando a los tres poderes y ninguna fue cumplida.
Por tanto, lo que hacen algunos mandatarios populistas es manipular la democracia directa para no tener que pasar por la democracia representativa y erigir dominios totalitaristas, eludiendo las reglas y equilibrios de toda democracia formal o real.
Así que lo que practican los aspirantes a dictadores no es democracia directa (Pericles nos libre), sino formas autoritarias de imposición de decisiones moviendo a las masas lumpen. Hay que releer el Dieciocho brumario para entender que la democracia representativa está siendo atacada por la lumpendemocracia de los pobres para erigir dictadores.
@carlosramirezh