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El mapa de Juchitán

El poema cambia la vida dice André Bretón.

 

En los muros, bien común, surge la imagen

-sobre el espacio derrumbado los niños

levantaron un campo de futbol rápido,

en la noche el morillo atravesado

forma la platea.

 

La mirada que se comparte será

lo único que se pueda cambiar

con el poema

 

Pongamos aquí una ventana.

En la ventana un hombre mira el mar,

se ve el mar, el cuadro de las olas.

El hombre está solo en la habitación vacía.

Pongamos que sólo septiembre funciona

con números romanos en el ánimo

que remarca la cifra.

 

___ El traje del sapo (bastante humilde por cierto) lleva la axila descosida.

___ El sapo lo sabe y canta para no llamar la atención sobre su vestimenta.

 

Comparto la mirada, esta capacidad de ver

el muro que se derrumba -la guerra, el amor,

la fiesta, el poema.

 

Intento guiarme entre las calles de la ciudad nueva.

Todos quieren respuestas.

Yo sólo busco preguntas que abran espacio

a las miradas cargadas de artefactos.

 

___ Daré golpes a tu cabeza –Madre.

___ ¿Con qué objeto? –Hijo.

___ Para sacar la sangre tonta que te aflige –Madre.

Cada septiembre vuelven los huracanes.

Me alisto en la ventana a mirar su paso por la ciudad.

En mi cabeza hay una playa, cocoteros, una laguna de agua salobre

o el olvido de esa playa, cocoteros, la laguna de agua salobre.

Los elementos del pasado hacen la tensión interior.

 

Intento orientarme por el nuevo mapa de Juchitán,

busco la forma de resistir lo que se agita,

durante un rato seremos ruinas.

 

Mi padre sale al patio con la camisa sin abotonar, enciende el cigarro.

¿Sabrá ya que en otra tarde volverá con la ofrenda de Muertos?

 

Mientras espero leo noticias en un libro de poemas.

 

Forma de comunicación entre el poema y el lector (la imagen). No el poeta. El poema no es para inspirar al poeta sino al lector (alguien mira). El poema encontrará futuro en el lector (filiación), durante un rato seremos ruinas. En la parte norte de la isla donde la marejada arroja lo que al mar no pertenece aparecen las botellas cargadas con mensajes. Las corrientes marinas regresan a la isla las botellas que lanzamos al mar. El escrito podrá ser encontrado por cualquiera, el mar contiene los mensajes mientras la tierra tiembla. El misterio de la poesía depende de lo que alguien mete en la botella (afiliación), el genio, una forma particular de comunicación. Este sería el comienzo de la poesía, un genio encerrado en la botella (risas, la expresión causa risas entre el público). Cierro los ojos y escribo esta canción que me indica que el lenguaje es sociable, hace transparencia. Esto es, tengo intensidad y conexión con otra persona. A todo esto, mientras escribo estoy al pendiente del teléfono que cargo en la bolsa, esto me aterra, que suene el teléfono, porque esa llamada espantará al genio que se oculta en la botella. La escritura está hecha para que surja lo humano entre lo mágico (filiación/ afiliación). A todo esto las campanas de la iglesia repican en el parque, interrumpen la magia. La botella no está sellada pero el genio que mora en ella se acurruca al fondo, desaparece porque desaparecer es una de las facultades con las que cuenta la magia.

 

___ ¿Qué harán en vacaciones los soldados?

___ Los soldados saldrán a la calle sin entender a la gente.

 

Junto al nuevo mapa de Juchitán me detengo.

Permanezco inmóvil frente al panorama

la mirada puesta sobre la ciudad

derrumbada.

 

La hormiga tapa el sol con sus antenas,

la miro trepada sobre la ventana

-la diminuta hormiga muestra

abiertamente su ira.

 

Lo que queda del gobierno, su recuerdo, son los modelos de autos antiguos. Las unidades en que veloces se transportaban. El tiempo del gobierno renace en algunos almanaques que colgaban del muro con imágenes de mujeres semidesnudas montadas en autos que tanto nos admiraron.

 

La mañana con lluvia, el inmóvil cuaderno azul antes del café. El hombre prevalece en la condición de artesano. ¿Habrá cosa más verdadera?

 

Alguien canta mientras yo deambulo cargado de preguntas.

 

El totopo vuela sobre el aire, suspira de hambre (…),

como la calaca lleva el cuerpo atravesado por agujeros.

 

 

La tribu que anda

entre pecho y espalda

guiada por el hombre casi niño

que desconoce el significado exacto de las palabras

-sólo lleva el rostro contra el viento

acompaña su sonrisa con un gesto opositor

(aire en la cabeza, tienes aire en tu cabeza).

 

El niño que guía la tribu que anda

monta una bicicleta que supone jerarquía

(el destino apretado entre los puños

forma la jerarquía).

 

El niño que guía la tribu que anda entre pecho y espalda

lleva en la bolsa izquierda de la camisa una fotografía

-la camisa blanca que planchó su madre.

Ante la vista de lo extraordinario intento

obtener un signo de relación

entre mi persona y el derrumbe

-descubro que nada me relaciona

con los extraordinario.

 

Los guías deben cargar fotografías

para que no olviden los sueños,

por desconfianza

-para llamar a la suerte no hay nada tan eficaz

como el rostro de una mujer hermosa

pegado al pecho.

 

La fotografía abre el espacio de la cábala.

 

La tribu que anda entre pecho y espalda

tiene un movimiento -sin movimiento

la tribu que anda será olvido

– hay hormigas incendiarias,

atraviesan el camino como perros o gatos

recién paridos,

con los ojos cerrados.

 

Para ubicar a la tribu que anda

entre pecho y espalda debo mirar el espacio,

la luz que dejan caer las horas

en la puesta del sol,

la tarde bermeja.

 

Será la hormiga quien presente batalla,

saldré con ella (el punto final importa, abre

el espacio que nos acerca).

 

El niño que guía desconoce las palabras exactas,

la tribu que anda entre pecho y espalda

con los ojos cerrados como gato o perro

recién parido imagina

una representación antigua.

Tela de araña, la más grande inocencia.

La tela no se mueve, sólo tiembla en el espacio vacío.

Pasa el viento, león de la tarde.

Camina la luz con su bolsa que derrama tostones.

 

El niño que guía llora, padece,

viene del velorio de su padre.

Solo avanza contra el viento que refresca su frente

(aire en la cabeza, tienes aire en tu cabeza).

 

En el regreso donde no pasa el tiempo

vuelve el padre recién muerto.

El niño avanza en el camino o llueve

como si estuviera de vuelta

en el velorio de su padre.

 

Creo en la poesía como forma de la definición aeróbica.

La noche no se cierra, trae imágenes de mujeres

vestidas con falda larga, enaguas oscuras.

 

Flota el olor del atole hervido con canela.

 

Inicio el día curioseando, bien sé que todo está perdido.

Abro la máquina, leo por aquí, por allá. Todo está perdido.

Enciendo un cigarro, nada hay mejor que contaminarse el cuerpo

bajo la luz de una mañana clara,

descansado.

 

Por todos lados brotan mujeres vestidas de negro.

 

Lentamente escupo al aire

las hebras del cigarro sin filtro.

Con el tabaco en el cuerpo me siento preparado, escribo.

No es que diga voy a fumar para escribir, sólo

escribo entre el chorro de humo

que brota de mis labios.

Mujeres vestidas de negro a las que miro disponer comida

-exquisita oposición a la muerte,

andan en el trajín del velorio.

 

Mujeres que ayudaron con sus voces a vestir al muerto,

anda pá, afloja tu brazo.

 

Mujeres que controlan la voluntad de la cera,

el pabilo y su lumbre que no se cansa de agitar los suspiros

-la lumbre de los cirios provoca hambre,

“ven, come”.

 

La enagua de luto cae sobre las caderas del velorio,

el velorio es mujer.

Las mujeres atraviesan el espejo.

 

(Eran tantas las tenazas que hacía grande la oportunidad de trepar por ellas. El reconocimiento de un ligero olor a durazno que flotaba entre el florero y la ventana orientó la fuga. Nunca llegué a saber la posición en que me encontraba en aquella cesta de carrizos. Yo era como un niño de brazos que flotaba sobre el cauce del arroyo, necesitado; casi una ignorancia. Aún lo soy. Hay cierta inocencia entre lo imposible y los milagros. Salir al sol, tocar el aire una mañana de septiembre, el mismo aire de la infancia, dejar de escuchar esa música de las armaduras calcáreas de guerra sin final, el retumbar de la tierra. Un día en un reportaje por televisión descubrí la construcción de las barcas. Del gran tronco, a base de filo y siegas daban sentido a la forma que ya estaba en el árbol, aquélla libertad de la materia que nunca olvida el agua, que avanza sin detenerse. Escuché historias de los caídos, nada más importante para no perder el juicio entre la luz que se cuela por los carrizos que escuchar atentamente esas historias (aire en la cabeza, tienes aire en la cabeza). De otra tierra, otro pueblo, San Dionicio, por ejemplo, comunidad alejada por la multitud de dunas supe que hay piojos en el mundo marino que pertenecen al orden de los crustáceos, Anilocra physodes, el piojo de mar que consume los despojos de los grandes cetáceos, y me hice el muerto. Para salir de aquí sólo esperamos que le vaya mal al prójimo como estrategia de sobrevivencia.)

 

El niño que guía a la tribu que anda

entre pecho y espalda adora a sus padres,

el amor a los padres forman el presente

del gusto por la música, la poesía

-la luz de esta tierra.

 

Desde la oposición anda la tribu que busca el camino

entre pecho y espalda, obstinada como un río hondo

de mezcal (aire, tienes aire en tu cabeza).

 

El niño que guía a la tribu llora, a veces ríe.

Se sabe solo, pero poco importa lo que sabe.

 

El niño guía a la tribu que anda entre pecho y espalda,

desconoce las palabras, habla solo, el que guía

la tribu habla solo.

 

El carácter lo tiene formado en el gusto por el agua,

los puentes, el río, mares

-cruzar el río,

atravesar el monte nocturno en forma de jabalí, tigre o jaguar.

 

 

Juchitán, Oaxaca, septiembre de 2017.



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