El poema cambia la vida, dice André Bretón, la desgracia cambia la vida. La luna alumbra en el patio, pero la pena no cierra los ojos ante la desnudez de la señora luna. De igual forma descarada la pena nos mira como un pez que nada en el agua oscura con los ojos ciegos, abiertos permanentemente.
El poema habla con una solución técnica visual, la del foto reportaje –un registro para la hemeroteca. El poema intenta trascender la desnudez y la pena, integrarse y trabajar desde la oscuridad como un mago. El poema gira descolocado por el uso de las buenas costumbres, esa claridad falsa; el poema no se acostumbra del todo a lo doméstico. Hay poetas que ganan becas y durante un año se meten a beber café por las tardes al restaurante, atrás de los lustrados cristales miran correr el viento, la gente, los vestidos y sus botonaduras mientras engordan.
El poema en este caso, hablo de Juchitán, no busca los oídos púdicos y castos de las buenas conciencias, esa luz falsa, ni los oídos de artillero de los políticos y su gusto por el rojo listón inaugural. Ya existe mucha gente que canta los triunfos del gobernante, ¿para que sumar la voz al viento que arrastra la polución al mar? Las formas apelan a la movilidad, se mueven las cosas, nosotros nos movemos sobre la múltiple variedad de las interpretaciones.
El poema canta a las piedras, la tallada y la sin bruñir, el cascajo.
¿Cómo nombrar esto? Todo gira en colores y sonidos sobre muros no institucionalizados. ¿Qué nombre poner a lo que surge de la desgracia? Nadie quiere respuestas, sólo llevan el pecho repleto de preguntas. Las preguntas forman una nueva forma de amar la tierra, sus cambios repentinos. Las nuevas imágenes que surjan de las preguntas traerán alegría, como en la adolescencia.
El poema en este caso no busca los oídos púdicos y candorosos de las buenas conciencias que se roban a sí mismos. Trabajo en el gobierno, tengo dinero mal habido, lo oculto en la bolsa derecha de mis pantalones y lo paso sin que nadie lo note a la bolsa izquierda. Le digo a mi joven mujer que construiré su casa pero por deformación profesional, trabajo en el gobierno –eso nunca se olvida-, engaño en la compra de materiales. Le robo a la bolsa izquierdo y en lugar de una monto dos casas, una para mi joven mujer y otra para la querida, soy el rey de la ventaja, nadie me derrota en ese terreno del engaño. Llega el sismo y lloro sobre dos montones de piedras, el de la casa de mi joven mujer y el de la querida. Sufro doble. Llega el gobierno y me entrega dinero, construyo dos casas.
En tanto las nuevas imágenes cambian la vida, debo hablar de la desgracia.