GUADALUPE ÁNGELA
Un libro lleva a otro libro, una historia a otra, una disciplina a otra. La poeta busca un motivo para expandirse, para explayarse, para extenderse. La lectura de El Banquete, la ha llevado a otro, aquel donde están servidas las palabras. La escritora transmuta en la voz lírica de la flautista, lejana en tiempos, cercana en humanidad.
La primera frase: “soy la que llega con su flauta al banquete del amor”, es el punto de partida para el pensamiento. Aunque la obra retome la escena de El Banquete de Platón, este poema de largo aliento trata de la mujer creadora, la que produce música al igual que la poeta. Este poema habla del proceso creativo, de las preguntas que a diario nos hacemos sobre el amor, el erotismo, lo que el otro quiere de mí, el deseo. “Soy la única mujer” en un espacio donde sólo hay hombres. ¿Acaso la poeta recordó una escena similar cuando leía en una mesa llena de varones? No ha cambiado tanto ese escenario.
“Prometieron: vendrá aquel que no conoce otra cosa del amor”. Estamos condenados a buscar respuestas en el otro, como si el otro supiera de nosotros, creemos que es en el otro donde está la respuesta. Aunque la flautista sabe del amor, espera las palabras de ese gran otro.
“Hago música, poesía. Eso es la poesía: hacer”. Hacer es lo más difícil, llevar esa melodía a las palabras, a las notas, concretizar aquella nube de ideas y emociones, hacer de ellas armonía. No es fácil hacerse cargo del deseo de escribir. “Mi música es aire dulce, suspendido e ignorado en el fondo de la conversación” ¿quién reconoce aquello que hago? ¿quién escucha lo que tengo que decir? ¿quién me lee? El acto de escucha es un acto de amor. “Mi hacer seduce, encubre, sin embargo, nadie lo celebra”
Un paralelismo se dibuja entre la flautista y la poeta. Ambas mujeres, creadoras, solitarias, deseantes de amor, de escucha. Ambas seductoras con su música, aquella que viene de sus jardines internos.
“Han lamido mis senos buscando a su madre en la embriaguez”: Los hombres buscarán la madre nutricia, querrán volver a ese estado donde eran protegidos, alimentados, cuidados en el erotismo velado de la madre, querrán de nuevo ser arrullados por el canto y beberán simbólicamente de los senos la ilusión de estar completos. La flautista intuye el don que tiene: “yo no podría cultivar lechugas ni albahaca ni amaranto, pero una campesina me dio de comer y después recostó su cabeza en mi pecho para escuchar el nacimiento de mi voz”; intuye lo que sabe hacer, intuye lo que no puede dar, sabe llamar: “seré hábil al inventar el alfabeto más sutil” sabe que lo que tiene no es cualquier cosa, no es prosa, sino poesía: “encontrará en mi pubis yerbabuena”. Ella sabe aún más que quien dice saber del amor, ella sabe de su propio erotismo y de las posibilidades del amor, lo ha soñado en todos sus detalles, lo ha tocado.
Ella, la flautista, la única mujer.
*Texto sobre el poema de largo aliento de Araceli Mancilla La mujer del umbral, publicado por Mano Santa Editores en Guadalajara, Jalisco, comentado el jueves 8 de septiembre del 2016. Puede adquirirse en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO Alcalá y Juárez) y en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo.