Por Abraham Nahón
Las “cabezas alegóricas” de Giuseppe Arcimboldo (1527 – 1593), desenterradas por los surrealistas, cobran vida y se actualizan en estas imágenes que el artista Alberto Aragón nos revela.
A través de estas pinturas, conecta tiempos y sensibilidades desmintiendo la linealidad de la historia y sus severas cronologías. El juego visual y la multiplicidad de significados, sigue atentando contra la realidad ordinaria y el lugar común.
Las composiciones alegóricas realizadas hace cinco siglos, persisten en un sueño recurrente que Aragón traduce en estas cabezas y rostros que expresan incisivas estaciones: la animalidad, la exuberancia, las pulsiones, el misterio.
Lo oculto se transfigura y emerge, desde las profundas edades del ser, mostrando que las preguntas estéticas originarias están vigentes, así como esos trazos –visibles y soterrados– iniciados por los renacentistas.
Ideas, conceptos y símbolos, destellan en una serie en la que Alberto Aragón intenta condensar las inquietudes que lo han perseguido por largo tiempo. Lo extraño, lo extravagante, lo tenebroso y lo aparentemente grotesco, toma formas y significados distintos según la distancia desde (la subjetividad) donde los observemos.
El sueño de Arcimboldo, de Alberto Aragón, forma parte de esa “voz interior” que brota de los socavones de la imaginación y del subconsciente. Parecen imágenes móviles, impresas en lienzos que como veleros, navegan por el mar de los más profundos sueños. Se mueven, entre la ficción y la realidad, lo visible y lo profuso, el mundo interno y el externo, el mito y la fantasía. Son obras, que buscan encarnar a través de estos rostros la metamorfosis del ser: las potencias de lo natural, de lo animal y de lo humano.