Estaba sentada, la vida se paseaba ante sus ojos haciéndole guiños mientras bebía el café. Solitaria, pensativa, diurna, ávida lectora y falta de pecas. Sujetaba un cigarrillo entre los dedos mientras pensaba en él.
Lo conoció por todas las casualidades que conformaban su existencia, había sido amor y algo parecido al deseo, estaban locos el uno por el otro, no cabía duda, cada que se miraban se decían todo, sus miradas eran reclamos, gritos, insultos, improperios, reconciliaciones, caricias y besos. Sonreían.
Caminaban de la mano por calles y encierros, ambos eran amantes del silencio, les gustaba fumar y no compartían sus cajetillas, pero bebían del mismo vaso, de la misma copa, de la misma taza, incluso del mismo cielo.
La hizo cambiar tanto que a su lado le dio por ser optimista y creer en el futuro, le dio por tener fe, comer mejor y llorar menos. Él renía los dedos largos, usaba gafas y siempre iba acompañado de un libro y un mal consejo, un día la miró a los ojos y le dijo “ya no te quiero”, ella lo observó, le sonrió, “te estabas tardando”, respondió. Recogió sus cosas y se marchó. No hubo dramas, solo silencio.
Está dormida, aún tiene las mejillas húmedas de tantos recuerdos, los labios tiemblan un poco, se aferra a su almohada, está triste y él está solo, hace mucho tiempo le escribió una carta, quiso explicarle todo, la rompió.