VÍCTOR ARMANDO CRUZ CHÁVEZ *
Las palabras y sonidos de la obra musical surgen de una invocación ante la hoguera de la vida. El compositor invoca entre las llamas de la duda, entre las fisuras del dolor, bajo los latigazos del deseo y el recuerdo. Se invoca una respuesta a los cataclismos y a los paraísos que duran un instante, como diría José Emilio Pacheco. Así compone Olimpia Silválvarez ante la hoguera de sí misma, así contempla la existencia en la palma de la mano y hace revelaciones que son a veces festivas, a veces tersas como una flor nocturna o profundas como una herida que sangra licor amargo.
Poeta del festín de la vida y poeta de altares para la ausencia, sus canciones son a veces susurros, jolgorios nocturnos y caricias bajo la borrasca del ser. Todo ello está en sus dos discos que vienen a derrumbar mitos sobre la composición en Oaxaca y sobre el quehacer de las mujeres en la agenda musical contemporánea. Olimpia Silválvarez viene a demostrar que mueve con maestría el ajedrez de la creación, con una bella voz y una poética que es, a la vez, euforia, serenidad y cicatriz de quien ha vuelto de guerras consigo mismo.
Puente entre acantilados, esta propuesta musical une el ayer con el hoy, la luz con los eclipses del alma, la rabia con la melancolía, la ternura con el grito de júbilo al calor de una taza de café. Disco para danzar, zapatear y gotear abrojos de la memoria en la copa de vino. Disco para celebrar la vida mientras se baila un bolero con la reina de la noche.
El mérito también radica en que los discos de Olimpia Silválvarez son producto de la autogestión, siempre en la independencia, en la audacia de crear y promover su obra al margen de instituciones o sellos, como desafío para romper lanzas como mujer y artista de gran originalidad.
*Escritor, editor, músico y gestor cultural. Es cronista del Barrio de Santo Tomás Xochimilco.