JOSUÉ SALVADOR VÁSQUEZ ARELLANES
⋆ ⋆ ⋆ ⋆ ⋆ Deje todo y corra a verla
El segundo día de fiesta por el VII aniversario de OaxacaCine estuvo marcado por la maravillosa película Cold War (Guerra Fría), la cual según algunas voces podría quitarle el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa a la mismísima Roma; y no es para menos, pues con una composición fotográfica sumamente bella en blanco y negro y una historia de (des)amor magistralmente condensada, Pawel Pawlikowski podría repetir dicho premio como lo hizo con Ida en 2014.
De todas las guerras la del amor parece siempre una constante lucha, y de todos los rostros del (des)amor el del desencuentro es el que parece paradójicamente doblegar los límites del tiempo y el espacio, e incluso, el que logra hilvanar los contrapuestos temples de dos personas que se aman pero que simplemente no logran, no pueden, estar juntas; a veces por su propio temperamento y otras tantas por la mismas circunstancias.
Zula y Wiktor no sólo libran una guerra fría en la que ambos están siempre dispuestos a amarse con un amor combustible y bélico al borde de lo destructivo, con las treguas necesarias que requiere toda afrenta y toda relación amorosa; sino una Guerra Fría de 15 años, desde 1949 hasta 1964, a lo largo de una Polonia, Varsovia y Yugoslavia post Segunda Guerra Mundial, donde el talento musical parece ser la única arma de escape para una cantante y danzante folclórica y un talentoso músico del control soviético patriotista y panfletario, a una París libre donde su talento y amor prolifere y no sea acotado y acaparado por el Estado.
La fotografía en blanco y negro utilizada en Cold War, no sólo embellecen per se la película, sino que logra explorar a través del sistema de zonas la gama de grises, pasando desde el blanco más blanco hasta el negro más negro, para refractar lo gélido de los lugares y la crudeza del frío en los rostros de quien padece una posguerra en medio de la nieve, y al mismo tiempo la tibieza o elegancia de algunos de los lugares en los que Zula y Wiktor buscarán refugio personal y artístico, solos o acompañados. Un blanco y negro tan bien ejecutado y que no necesita más para lograr fijar todo el colorido folclor de los bailes polacos o toda la melancolía viva de los cantos bucólicos, o todo el misterio del cine musicalizado por ejemplo.
Un black and white que en su gama cromática logra transmitir toda la variedad de sonidos habitados en la música que puebla toda la película, que van desde los cantos y bailes campestres, los arreglos de orquesta, hasta llegar al rock’n’roll sin dejar de pasar por el jazz. Y es que si la fotografía es la columna vertebral de esta película, la música es su sistema nervioso a través del cual Zula y Wiktor, al igual que el espectador, gozan y sufren del amor, su (des)amor.
A partir de la historia personal de sus propios padres, Pawel Pawlikowski retoma y replantea en Cold War las imposibilidades del amor ya no se diga coactadas por las avenencias del contexto histórico, sino de las mismas complicaciones que representa el amor mismo presentadas en la película no de una manera progresivamente narrativa, sino gradualmente emocional, donde todos y todo lo demás parece ser un escape y al mismo tiempo una forma de regresar siempre al ser amado.
Un vaivén a lo largo de años y geografías en el que esperamos poder estar en la posición idónea para recibir, encontrar o descubrir al otro, aunado a un replanteamiento constante de nosotros ante el mundo y de lo que queremos de él, para que llegado el momento y de nuevo esa persona, estemos dispuestos a movernos junto con ella y descubrir si desde otro lugar, es posible ver mejor el paisaje.
*Cinéfago: el que tiene el hábito de comer y devorar cine.
@JosueCinefago