Desde los días de Tehuantepec, enero llega cargado de misterios, brujería. Con días que emergen de atmósferas no que vienen de la fantasía. El paso de las horas cálidas a la negrura helada pareciera que no es de este mundo, que emerge de los cuentos de hadas. En el principio del año la gente sueña con hechos difíciles de logar, cuando elevan sus buenos deseos para las horas que vendrán forman la comunidad de novelistas, narradores que confían en la imaginación, la vida extraordinaria. Este ánimo por la narración de hechos irreales viene de diciembre, cuando en el pueblo los vecinos reciben amistades que llegan para las fiestas de Navidad y la Nochevieja. Sí, encuentro que este es el punto que da origen al relato de las horas sorprendentes.
Con las fiestas de fin de año, comidas y cenas, hay trastes que lavar y ahí, en la soledad, el desamparo que produce el agua fría sobre las manos, percibo con claridad la presencia de los elementos que no se dejan ver pero me acompañan.
Me enamoro de mujeres que hablan con los muertos. En los días de Tehuantepec, en diciembre, la gente abría las puertas de su casa a los familiares que se habían marchado del pueblo en los años del petróleo, 1938, cuando llegaron hasta nosotros noticias del sur de Veracruz, de Agua Dulce, Nanchital y las Choapas; Puerto México. Me apuré a lavar los trastes de la cena del 24, en barrio Lieza se hacía la fiesta del Niño Jesús. La gente que vuelve a la tierra traía la alegría del relato, cargados de historias que contar a las personas que se quedaron, que no hicieron el viaje. Allá encontré a Migdalia, sus ojos enormes, los cabellos ensortijados, el jopo en la frente, muy delgada. Los adolescentes se enamoran de la imagen que los acompañan mientras rezongan en el trabajo que les encargan sus mayores. En mis horas del agua fría sobre mis manos, en el lavadero, entre el olor a pollo al horno, en mi cabeza tengo el aroma de las hojas del laurel, las papas al horno, la mantequilla. Las risas de los que comen. El olor de la torreja, la canela. En mi cabeza cargaba esas presencias cuando descubrí a Migdalia, entre un grupo de mujeres, ella con gesto de enfado.
En los días de diciembre y Año Nuevo se elevan deseos de dicha y mejorías, hacemos de cuenta que el largo padecimiento de la abuela terminará con el año que acaba, que los mayores estarán sanos, alejados del dolor y de la muerte.
Los días nada nos dicen de los sueños de final y principio de los males. todo lo contario, para mí era el tiempo de ocuparme del cerro de trastos que lavar, la hora de enderezar con soledad la mugre de los trastes, frente al frío pagar la dicha ajena.
– ¿Cómo te llamas? -dijo Migdalia.
– Ángel -me escuché responder.
– Angelito -dijo Migdalia.
Hablo con las sombras, con la atmósfera que no guarda explicación.
Sé que estoy obligado a recordar los diciembres y las horas de año nuevo de Tehuantepec porque, en mi cabeza, está el hecho extraordinario. El instante impredecible en que las cosas suceden.
– ¿Bailas?
La noche y sus estrellas me miran cuando se escucha sobre la carretera Cristóbal Colón el rugir de las máquinas, que cargan prisa por llegar al otro océano. Salgo al patio en la casa de mis padres, respiro hondo en la noche. En mi cabeza vuelvo a estar ante el olor acanelado que brota de los senos de Migdalia. Hace mucho que murió mi padre, hay días en que amanece conversador y me acompaña en las horas de trabajo con las letras. Mi madre está sepultada en Tehuantepec, en el cementerio de barrio Santa María, el panteón Dolores. Mis hermanos Miguel Ángel, José Luis, María Guadalupe la acompañan. Durante muchos años me resistía a volver a Tehuantepec, me preguntaba para qué volver a recordar el tiempo pasado si ya ninguno de los que conocieron las fiestas de diciembre y Año Nuevo están conmigo.
En casa, con el frío, me acerco a la estufa y preparó el café con canela. Desde los días de Tehuantepec, los instantes de la adolescencia, encuentro que la magua ocurre al cambiar el signo de las cosas cotidianas que realizamos por el relato singular, la brujería. En ese momento logramos que las entidades que nos rodean vuelvan a estar frente a nosotros y bendecirnos, el momento en que se dejan manipular hasta entregar sus más grandes poderes hasta lograr hacer posible que los viejos abandonen el bastón, los ciegos miren y revivan los muertos.