JORGE PECH CASANOVA*
En el verano, Romina visita a su abuela Sonia y su gato Fito. Viven en una casa cerca del mar. Todos los días pueden ir de paseo a la playa, cuando el sol resplandece, o si saluda la luna al mundo desde la noche estrellada.
Romina adora el verano por los paseos que da en la playa con su abuela, mientras Fito las sigue correteando entre las rocas o las dunas. Todos los días, a cualquier hora, las pueden ver en la playa. Disfrutan la brisa que pasa y repasa sus dedos por la arena, entre las olas, por las alas de las aves marinas o arrebujando los cabellos de abuela y nieta.
Las aves vuelan al horizonte. El gato salta de roca en roca, de duna en duna. Romina corre por el litoral, donde no es agua ni arena la orilla del mar. Eso recita la abuela Sonia mientras avanza a paso lento, viendo con gozo a la niña rauda. Entre tanto, el sol se tiende con sus fulgores a cielo abierto.
Romina corre, salta Romina, vuelca Romina su cuerpo al agua. Nada que nada, bucea, flota, vuelve a cubrirse bajo las olas. Huye del agua, vuelve a mojarse, deja en la arena sólo las huellas de su alborozo.
En la casa de la abuela, tras el paseo por la playa, Romina juega. Romina canta. Romina lee cuentos, se los repite la abuela Sonia. Es el verano y las dos se abrazan para dormirse, cuando la luna cuelga como una hamaca tras la ventana.
Un día van por la playa, cuando la abuela Sonia descubre un barco en la lejanía. Se queda quieta observando esa nave minúscula, cómo se aleja hacia el horizonte hasta que es un punto y, después, nada. Romina tuerce la cabeza para observar a su abuela, tan quieta de súbito frente al océano. Una mirada de preocupación le desdibuja el semblante. Pero el sol refulge sobre la vida, las aves cruzan el plácido azul del cielo. Sólo se oye rodar a las olas sobre la arena.
—¿Te preocupa el mar, abuelita?
—Sólo recordé que debo hacer pronto un viaje muy largo.
—¿Muy pronto? ¿Cuándo?
—No lo sé aún, pero cada día que pasa lo siento más próximo. Me llevará un barco muy muy lejos.
—¿A dónde vamos a ir?
—Tú no irás conmigo, mi niña. Debo hacer sola el viaje.
— ¡No quiero que vayas sin mí!
—Yo tampoco quisiera, pero así será, cuando llegue el momento.
—Yo voy contigo. No te vas a ir sin mí.
La abuela Sonia se inclina para abrazar a Romina. Un largo abrazo. Luego se alza para acariciar la cabeza de su nieta. Le sonríe.
—Sólo yo subiré al barco. No puedes ir conmigo. Un día (y será dentro de mucho tiempo) tú harás ese viaje también. Nos reuniremos entonces, te lo prometo.
Mira Romina, extrañada, a su abuela. No entiende por qué se irá sola, cuando podría llevarla, y también a Fito. Se pone triste. Al fin sonríe al ver en los ojos de su abuela el amor que le reserva. Se van de la playa cuando el sol comienza a declinar entre el tumulto del oleaje.
Otro día amanece. La abuela Sonia se ha quedado en cama. No quiere comer, ni juega ni sale a la playa. Tose con una tos muy débil, a ratos. Le dice a Romina:
—Ve a la playa sin mí. Ten cuidado, y no te preocupes. Sólo estoy cansada. Quizá tenga que llamar a tus padres.
Romina sale a la playa. Camina con desgano. Una vez ante el mar, siente la falta de su abuela. Inclusive Fito permanece próximo, como si buscara suplir a la compañera que se quedó en casa. Del paseo vuelven antes que de costumbre.
La abuela Sonia se pasa los días en la cama, sin comer casi. Habla poco, sigue tosiendo con suavidad. El verano está muy próximo a concluir.
A la casa llegan hermanos y hermanas, tías y tíos, primas y primos, parientes y más parientes. La mamá y el papá de Romina llegan también. Toda la familia viene a ver a la abuela Sonia por unas horas. Luego la dejan, aún en su cama, en compañía de Romina y de sus padres.
El verano ya casi termina. Por la noche, la mamá de Romina entra a la habitación de su madre. Ahí se queda un largo rato. Cuando sale, sus ojos brillan, humedecidos. Papá la abraza. Se van, en silencio, a dormir. En su habitación, Romina sueña en paseos junto al mar.
El último día del verano la abuela llama a Romina, a su mamá, a su papá. La encuentran de pie junto a su cama, ataviada con su vestido más sencillo, un chal que la calienta, una maleta sobre el lecho. Les dice:
—Vienen a buscarme. Están junto a la playa, esperando por mí. Acompáñenme.
Romina no entiende la prisa. Ve a mamá y papá echarse en brazos de la abuela. Romina se une al abrazo. Después, todos salen hacia la playa. Apenas hablan en el camino.
El sol resplandece en medio de la mañana. En la playa todo está igual que siempre, salvo por un barco de absoluta blancura cuya ancla lo mantiene cerca de donde el mar se convierte en costa. Una barca de remos espera en la playa, con dos marineros. Antes de subir a ese bote, la abuela se inclina para besar a Romina y abrazarla. Le dice entonces:
—Será un viaje muy largo, muy muy largo, mi niña. Te encargo que cuides a Fito. Voy a extrañarte mucho y tú me vas a extrañar a mí. Tienes que ser paciente porque este viaje lo harás también, tú sola, igual que lo harán mamá y papá, cada quien dentro de muchos años. Te parecerá difícil, pero está bien que sea así. Me alegra mucho haber pasado tantos veranos contigo. Vuelve a la playa siempre que lo desees y, cuando pasees allí con Fito, recuerda que yo en mi viaje estaré pensando en ti, en el amor que nos tenemos.
La abuela Sonia sube al bote. Enseguida, los marineros impulsan con fuerza los remos; ya la barquita está alejándose entre las olas. De pie sobre la nave, la abuela agita el brazo. Exclama:
—¡Deséame buen viaje! ¡Búscame en las estrellas por la noche!
Romina no habla, tampoco mamá y papá, sólo agitan la mano viendo a la abuela alejarse en el frágil botecito, que parece más pequeño junto al navío de absoluta blancura. Ya embarcada la abuela, una nube oscura cubre el cielo. Con repentina llovizna helada, les recuerda el otoño su llegada. Romina, mamá, papá se alejan de la playa. Han comenzado a caer gruesas gotas.
Romina se va a su casa, lejos del mar. Fito le hace compañía, pero extraña mucho a la abuela Sonia. A veces llora. Mamá y papá la abrazan. Una noche de invierno, cuando hace mucho frío, Romina tiembla de tristeza. Mamá le dice:
—¿Recuerdas lo que la abuela te dijo antes de subir al bote? ¡Abrígate y vamos a buscarla en las estrellas!
Salen a la noche. La luna navega en la oscuridad, como un barco brillante en medio del mar. Alrededor titilan las estrellas. Cerca de la luna curva, un lucero más brillante que los demás refulge. Romina, con Fito en sus brazos, siente esfumarse la tristeza al recibir la cálida luz del lucero. Al fin descubre por donde viaja la abuela Sonia. Vibra su voz en el silencio:
—¡Mamá, abuelita nos manda su resplandor!
2017-2022
*Jorge Pech Casanova nació en Mérida, Yucatán, en 1966. Es ensayista, crítico de arte, poeta, narrador, periodista, traductor, editor y documentalista. Ha publicado ensayos en diversos libros de arte, como el que dedicó al pintor y escultor Mario Martín del Campo en el libro Alucinaciones (2019). El escritor publicó en 2017 la novela Juntos en el infierno (Ediciones B). En 2019 escribió el guion y produjo para la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca el documental La Marcha de los Diez Mil, sobre la caravana migrante de Centroamérica que recorrió México entre octubre y noviembre de 2018. Asimismo, coescribió en 2019 el libreto de Plegarias para días de estrago, cantata para coro y ensamble de metales, con música de Julio García. Su libro más reciente es Cañón largo, acabado azul (FR Editor, 2023). En este mismo año escribió el guion y realizó con Alfonso Martínez el documental Sobrevivimos a la selva oscura para Ex Hacienda San José Espacio Cultural.