La lengua no deja
de migrar
EDUARDO ISMAEL
ZAGREO YACO*
La semana pasada le dije a mi editora que hablaría de los migrantes. Un accidente fatal en la autopista rumbo a Puebla, donde murieron más de quince migrantes, nubló mi juicio. Pensé que mi opinión tomaría un tinte sangriento, desagradable para una página no especializada en policiaca.
Queriendo evitar el tema comencé a leer un libro al azar. Gran sorpresa, era la Eneida.
Me gusta la Eneida por ser una obra incompleta. Me hace recordar el momento en que pensaba que abrirte las venas para poder hablar con tus muertos era una idiotez. Era joven.
En esa tierna edad no pude entender cómo la Eneida había sobrevivido a nuestra época. Algunos años después, ya en el camino de la escritura y buscando oportunidades para publicar, entendí el peso que ejercen las instituciones públicas y privadas en los libros que se publican o no.
La Eneida también es la obra que habla sobre uno de los más famosos migrantes: Eneas. Mandada a componer por el emperador romano César Augusto, la obra de Virgilio es una de las pruebas tangibles del vínculo entre el Estado, la memoria y la literatura.
Algunos cientos de años después en esta ínsula de perversión llamada Oaxaca nos encontramos ya no con Augusto sino con unos augustillos. A la manera oaxaqueña y salvando las distancias entre Virgilio, encontramos dos ejes visibles que presionan el ecosistema literario en Oaxaca: por un lado Almadía y por el otro la Fundación Harp. Dos entes que fincan su importancia en la posibilidad de financiar eventos y escritores.
Comienza a erigirse un tercer protagonista, menos visible pero no por ello menos combativo. Se trata del cúmulo de editoriales independientes y pequeñas librerías que recurren a cualquier espacio que sea permitido para la manifestación de sus ideas y obras. Este grupo confirma que las empresas literarias comienzan con la mejor intención de llevar a la luz libros y autores que de otra manera sería difícil publicar, ya sea por la nula relación de estos con los augustillos en turno o por la falta de inversión y confianza para publicar oaxaqueñes desconocidos.
Los dos modelos que la industria literaria conoce para acercarse a sus clientes es sabido y probado en el país: tenemos el flamante modelo privado de Guadalajara, proclamada la feria más importante de Iberoamérica, secuestrada por Raúl Padilla, exrector de la UDG, quien se suicidó este año, y sobre el cual había decenas de señalamientos por su manera de administrar la feria del libro. Este modelo es el que tenemos en Oaxaca con la FILO y sus amigos y que representa la manera en que la cultura, no solo la literatura, se ha manejado en esta ínsula de perversión que es Oaxaca: dejando en manos privadas lo que es de interés público: el arte y su relación con quienes lo consumen.
En contraparte a este modelo de negocio se encuentra el ejemplo del Tianguis del Chopo, que en su momento representó el trampolín definitivo para que la llamada contracultura circulara por otros pasillos. Este modelo enfatiza el intercambio y la participación de grupos con menos espacios, lana y posibilidades de pagar grandes sumas por lugares en los centros comerciales de la cultura, que es en lo que se han vuelto las ferias de libro. Ojalá que estos grupos reciban más espacios y financiación para que las ideas de quienes nos dedicamos a escribir sean apreciadas primero desde dentro y después en otros contextos.