ERASMO GUZMÁN VENTURA*
Fortino López era un hombre amante de la aventura nocturna o “la paseada” como le llamaba, esta incluía: mujeres, amigos, bohemia y mezcal. Tenía una mamá estricta que supo, a punta de varazos educarlo, porque a muy temprana edad su papá murió, dejándola a cargo. Así que, por más grande que fuera Fortino, lo que su mamá mandaba, obedecía.
El hecho de que Fortino no tuviera papá fue detonante para que desde chamaco conviviera con muchachos más grandes o con señores que gustaban de las andanzas nocturnas. Así, siendo un adolescente se colocó una pequeña cobija que cubría medio cuerpo, para mitigar el frío; pero también para ocultar su filoso machete que llevaba en el brazo izquierdo al igual que su lámpara, y en la cabeza su eterno sombrero negro de lana. Así se iba a la “paseada” a vivir la vida, muy a su estilo.
Era mujeriego por naturaleza, tenía suerte con las damas, tanto que tuvo hijos en cada barrio. Durante sus paseos vivió de todo, romances, pleitos con borrachos, sustos por las emboscadas que encontraba en su camino. Varias veces se enfrentó a contendientes hábiles para jugar con el machete. Fortino siempre les ganaba, manejaba con destreza el machete, como si fuera un consumado espadachín de una novela de Alejandro Dumas. En una ocasión, un matón lo retó para que se enfrentaran, sin trampas, en un combate mano a mano. Fortino aceptó el reto, el cual se desarrolló en el monte, solos los dos; ahí empezaron a tirarse de machetazos, cada quien propinaba sus mejores golpes, pero nadie podía cortar a nadie, los dos eran muy buenos gallos, hasta que con una finta maravillosa asestó un machetazo en la mano a su oponente cortándole un dedo, por esta razón soltó su arma. El matón al verse herido, sin dedo y sin arma y olvidando su valentía para otro día, se echó a correr como poseído hacia el pueblo. Al conocerse esta acción, consideraron que era el mejor para jugar al machete y le dio fama de hombre bragado y valiente.
Fortino desde niño no tenía miedo a nadie, ni a los espíritus chocarreros, pero sí respetaba a las ánimas que venían una vez al año. Cuando le preguntaban por qué, contaba la siguiente anécdota: en una ocasión, un sábado, cuando tenía 14 años y empezaban sus aventuras nocturnas, fue a la famosa corrida de gallo, con sus amigos llevaron serenata a las muchachas del pueblo, durante la noche. Finalmente regresó a su casa por la madrugada, cuando iba entrando al cuarto donde dormía, vio que su mamá estaba sentada esperándolo para regañarlo por llegar tan tarde. Como castigo lo mandó a misa. Le dijo: —el que es bueno para las maduras también lo es para las duras. No le dio oportunidad de cambiarse de ropa, así como venía, se dio vuelta y se dirigió al centro de la población donde se encontraba la iglesia. Al llegar, vio que ya estaba abierta, lo que le pareció de lo más normal, porque pensó que era la tradicional misa de las cinco de la mañana, entró y se sentó en la última banca ya que las primeras estaban ocupadas por personas que no distinguía. El sacerdote oficiaba la misa y todo parecía estar bien, aunque por más que se estiraba para reconocer al sacerdote no podía. Fortino quiso comulgar, pero algo lo contuvo y no se movió de su lugar durante la repartición de hostias. Cuando la misa terminó, se hincó haciendo un pequeño acto de conciencia, en esa posición estaba cuando vio que las personas salían de la iglesia, sin querer alzó el rostro y reconoció que muchas personas que iban saliendo eran difuntos, algunos los había conocido en vida y a otros no. Un escalofrío empezó a recorrer su cuerpo y su miedo y desesperación aumentó porque tuvo que esperar, en un lapso que se le hizo eterno, que los asistentes salieran para que pudiera hacer lo mismo. Cuando llegó a su casa, todavía estaba oscuro, le platicó a su mamá lo que había pasado, ésta llegó a la conclusión de que había estado en una misa de almas, a las cuales Dios le da permiso de venir a la tierra una vez al año. Como en esos tiempos no había reloj su madre se había desorientado y lo había enviado a misa a la media noche, ya que después de que regresó tardó en amanecer. Su mamá, al verlo asustado y temblando, lo roció con agua bendita y mezcal, santiguándolo. Tiempo después despertaba sudoroso y gritando palabras confusas que despertaban a su mamá quien lo iba a calmar. Ante esta situación, su mamá llamó a su madrina Josefa, la mejor curandera de espanto del pueblo, y con ocho curadas de cera, le quitó el susto, pero la experiencia le quedó marcada para siempre.
Erasmo Guzmán Ventura nació en Santa Catarina Juquila, Oax., ha dedicado más de 21 años a la educación en los niveles de bachillerato y secundaria. Su pasión por la lectura y la escritura, y sobre todo por el anhelo de que las raíces de su pueblo no se perdieran con el paso del tiempo, lo llevó en 2009 a publicar su primer libro “Juquila. Memorias de mi pueblo”; en 2018 “Puro Cuento. Cuentos y leyendas de Juquila”, traducido al chatino en las variantes de San Miguel Panixtlahuaca y Santiago Yaitepec; y en 2021 “Tingüiliro. Contando el cuento”, del que es parte “Misa de almas”.