LIANA PACHECO*
Sucedió en Oaxaca, era el año 1999 y yo estaba en una de las reuniones de fin de curso de mi primer año de secundaria. En el patio varios estudiantes charlaban en pequeños grupos, cuando cruzó una chica usando una blusa regional, era mi vecina, fuimos a la misma primaria y, precisamente, esa blusa había sido parte de la indumentaria de un bailable. En cuanto la vieron, un par de compañeras de mi salón le gritaron con burla: “¡Ya empezó la Guelaguetza!” El rostro de ella enrojeció y sus ojos se inmovilizaron en el suelo. Esto emocionó a una de las bullies que continuó sus burlas, no sólo en ese día, sino hasta que terminamos la secundaria.
Por lo que vi en Facebook, actualmente la bully tiene un cargo público y en un par de fotos usa ropa regional, sin ser necesariamente temporada de Guelaguetza. Como dicen, no voy a juzgar el pasado con la sabiduría del presente.
También recuerdo una época en la que la sociedad oaxaqueña tuvo un rechazo, casi discriminatorio, por la ropa regional, que se atribuía únicamente a las personas originarias de comunidades indígenas. Sin embargo, no sé cuál fue el motivo o acontecimiento que generó ese cambio radical: deseo de comercializar y vestirse con blusas bordadas, huipiles y demás vestimenta propia de las regiones de Oaxaca.
No es la aceptación de nuestra cultura textil lo que me molesta. Sino en lo que demeritó la demanda de esta: sobreexposición de la identidad textil de cada región, hasta llevarla al nivel de un producto desechable; plagios a diseños de bordados por marcas de alta costura sin dar el correspondiente crédito a los artesanos. Ya ni mencionar el mal pago por su trabajo.
Finalmente la ironía de los exorbitantes precios de la ropa regional, es que los pocos que acceden a ésta pertenecen al sector de privilegio económico y gente blanca, en su mayoría. Pero no atribuyo la responsabilidad únicamente a ellos, sino también a los espacios que comercializan la ropa como artículo de cultura pop desechable, despojándola de su significado cultural, racial y de identidad de cada región de nuestro estado.
En estos días encontré un video en Tiktok donde un emprendimiento ofrece a los visitantes: “Vive esta gran experiencia y vístete de la región que más te guste. Te maquillamos, peinamos y realizamos una sesión fotográfica…” Y aunado a esta “experiencia de ser oaxaqueño”, el domingo pasado en el andador turístico vi a un par de personas con mascotas, nada fuera de lo común, de no ser por el atuendo que usaban los perros: uno ataviado con un traje de Tehuana y el otro usando un huipil de la cuenca.
Sucede cada año en el mes de julio, un Oaxaca surrealista que vende al turismo la “experiencia de ser oaxaqueño”, con vigencia hasta el cierre de la octava del cerro. Ya que termina se despojan del “disfraz” de bordados o listones de colores y tachan en su lista de pendientes: visitar Oaxaca para “conectar con sus raíces”.