Una forma personal de poseer la geografía de nuestra ciudad, recorrer sus calles, amarla, será a partir de las imágenes que guardamos de los hechos simples; esta tarde de domingo comparto con el lector algunas de estas imborrables presencias.
Se escucha música del Brasil,
Calle Díaz Ordaz (712), Oaxaca Centro.
Alguien baila/ frente a ordenadas
botellas CUISH.
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El mezcal forma la historia, escapemos
sobre tersas botellas de lustroso lomo
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En Oaxaca, a media calle, me aborda la revelación:
No podré bajarte la luna, pero te puedo invitar un CUISH.
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En la barra, mientras bebo mezcal, escucho historias:
Se pierde un mamut en la mixteca oaxaqueña,
los habitantes de Santa Catarina Tayata
dieron aviso al INAH del hallazgo,
a orillas del Río Colorado.
La enorme osamenta de un dinosaurio
arrastrada con la crecida de aguas.
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La imagen de un mamut aguarda sobre la barra.
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Digo la mezca, y salivo.
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El primer mezcal de esta vida lo bebí cuando extravié mi bicicleta (con el mezcal confirma el paso de lo nómada a lo sedentario).
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Con un CUISH se puede constituir el cuerpo tan resistente como para ser uno más de la tripulación en un globo aerostático, un zeppelín, el aeroplano, un barco rompe-hielo veterinario de focas del ártico, osos blancos, leones marinos dorados por los rayos del sol.
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El mezcal es la escritura donde aparece el autor, las plantas que lo rodean y el pueblo que cobija plantas, historias y personas.
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La característica propia del mezcal, que lo describe como sustancia etérea, la persistencia de singulares presencias tras de otras presencias, que explicamos como “lo que no tiene nombre”, aquello que está escrito en el regusto y emerge y flota, el duende que ilumina.
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Para espantar fantasmas nada habrá mejor que una copa de mezcal.