Delfino Marcial
Era un hombre noble, con la sonrisa siempre abierta, con esa su voz profunda diciendo a dueto con Sabines que la luna se puede tomar a cucharadas.
Su generosidad lo llevó a compartir su casa con jóvenes pintores, para conducir juntos “La cohetera”, una galería donde recibieron cobijo los afanes creativos de esa juventud.
Lo recuerdo en las tardes interminables con Macario Matus y aquella runfla de finales de los ochentas, en el corredor de la ahora cincuentona Casa de la Cultura o en La flor de Cheguigo.
Lo recuerdo trabajando sobre la madera o el metal para dejar lista la placa, ultimar detalles antes de la impresión (siempre le dije que admiraba la calidad de sus grabados en metal, ante lo cual sonreía).
Lo recuerdo con enorme aprecio. Le agradecía cada vez que me saludaba con esa su voz diciéndome ¡poeta!
Esta mañana, su corazón de niño alegre se detuvo, se detuvo justo el día en que participa en su última exposición colectiva, en el aniversario de la Casa que tanto quiso.
Apenas hace dos meses arribó a los setenta y dos años de edad, con el andar bastante cansado, con la salud bastante disminuída.
Adiós, hermano Delfino Marcial, que las viejas deidades te reciban. Que tu familia encuentre a su debido tiempo la resignación por tu partida. Entrega mi saludo fraternal a Macario, a Jesús Urbieta, a Monterrosa, a los amigos que nos esperan por esos rumbos eternos.
Adiós.