ANGEL MORALES*
Si bien el 2020 fue bueno en cuanto a la cantidad de libros publicados por oaxaqueños, este año llama la atención el crecimiento en las publicaciones y autopublicaciones, la diversidad de géneros y temas: hay desde antologías, ensayo filosófico, crónica, libro de arte, novela histórica y poesía en lenguas indígenas; además, algunos de los autores han merecido premios nacionales. La lista es larga, seguro hay ausencias, pero me enfocaré sólo en mencionar los libros sin ningún orden específico. Reseñarlos es un trabajo amplio que no llevaré a cabo. Y, por las viejas reglas del periodismo, usaré la palabra escritores para englobar a escritores y escritoras, etc.
Comenzamos con la Secretaría de las Culturas y artes de Oaxaca (Seculta), que entregó los libros de la convocatoria Parajes: Aproximaciones a la desmesura del alma: Crónicas personales de 10 artistas de Oaxaca, de María Elisa Ruiz Hernández; Dualidad de caos, de Liliana Pacheco; Partituras sobre la nieve, de Yendi Ramos; La Fuerza Hidráulica de las Plantas & Flores del diccionario, de Alan Vargas Mariscal; Ramas del aire, de César Rito Salinas y Chi Jindiñ Jo’oñ Jiy Dikaya Dibaku. Cuentos breves para niños rebeldes cuicatecos, del colectivo Los Dibakus.
Editoriales independientes
Colectivo editorial Pez en el Árbol presentó seis libros: la novela Perder el reino, de Israel García Reyes; la antología Verbo Raíz. Poesía originaria de Oaxaca; los poemarios Poesía en transición y Pido no ser yo, de Daniel Nizcub Vásquez; Los adioses y otros cuentos, de Concepción Núñez Miranda e Indigenismo, violencia y despojo, de Francisco López.
La editorial Almadía, por su parte, publicó Furia, de Clyo Mendoza; Señales distintas, de Antonio Vásquez y Caballo fantasma, de Karina Sosa, estos dos último fueron galardonados con el premio Primera Novela y el Premio Bellas Artes de Narrativa de Colima para obra publicada, respectivamente.
Géneros publicados
La novela fue el género más publicado y se debe mencionar Memorias tullidas del paraíso, de Ingrid Solana, editorial DharmaBooks; Retrato de mi padre, de Enrique Arnaud, editorial La luz del barrio; Centraleros, de Antonio Pacheco Zárate, con Matanga Taller Editorial; Mentiras europeas y cinco cuadros robados, de Alonso Aguilar Orihuela; Los gánsters (sic) del futuro, de Rodrigo Islas Brito; el Libro de mentiras del señor Moonge, de Manuel Matus, con 1450 Ediciones, y El futuro presidente, de Esthela Bennetts, con la editorial Cantera Verde.
En cuento aparecieron los siguientes libros: La lengua de los osos polares, de Sabina Orozco, editorial Osa menor y Obsesión, de Trinidad Olvera, editorial Letrame. Se suman, en el género de ensayo, el menos practicado, El siglo solitario, de Guillermo Santos, editorial Zopilote Rey, y Cuatro maestros del abismo, de Alejandro Beteta, editorial Avispero, aunque éste se publicó por ahora sólo en su versión digital.
En las antologías se cuentan Vamos al perreo, editado por Patricia Salinas y Juan Pablo Ruiz Núñez, publicado por Libros UNAM y Editorial Fruta Bomba. Además de Salud y literatura, de la Editorial Pharus, y Apuntes históricos sobre San Pedro y San Pablo Teposcolula, con la editorial Cuatro Triángulos. Y mitos zoques, El Conejo y el coyote, de Kevin Hernán en la editorial de Animales y Fábulas.
En los libros de arte se debe mencionar Un filo de luz, de Efraín Velasco, Ricardo Pinto y Daniel Flores, editado por El Colectivo Sombras, y Rituales Nocturnos, del pintor Esteban Urbieta, con textos de Sergio Huerta. En la parte académica hay nueva edición de Imágenes en Oaxaca. Arte, política y memoria, de Abraham Nahón, publicado por la UABJO.
En poesía, Transcurso, de Azael Rodríguez, fue reeditado por editorial Girku; Juchitán tiembla, libro conceptual de Efraín Velasco, con editorial Grafógrafxs; Zedagulue ‘na xieelade, Vengo a desnudarme”, de Héctor Li, apareció en 1450 ediciones; Alejandro Tenorio publicó Textimonio y Evelin Acosta Decimario, diez años de décimas.
Así, la lista suma más de treinta obras. Años atrás, los libros en su mayoría eran publicados por escritores de otros estados que llegaban a vivir a Oaxaca. Y si la década pasada fue de revistas y antologías, ésta parece ser de libros. Es inevitable cuestionarse sobre el fenómeno, quizá merezca un ensayo. Y quien pretenda hacerlo debe considerar varios factores. ¿La pandemia? Tal vez, pero es una respuesta insuficiente. Un libro no se escribe en un año. Por ejemplo, hay que considerar el impulso de instituciones como el CASA, la Fundación Alfredo Harp, Seculta y el IAGO; la migración para estudiar en la CdMx, la múltiple creación de editoriales independientes; quizá el Instituto de Investigaciones Estéticas y la aparición de la carrera de Filosofía en la UABJO. Y claro, prestar particular atención a lo que genera que “esté” en Oaxaca la editorial Almadía y su Feria del libro.
Muchos autores
La literatura oaxaqueña aún está lejos de alcanzar la resonancia de la pintura, pues entre otras cosas, no tiene una punta de lanza. Pero si a esa lista del 2021 le agregamos la cantidad de escritores que han publicado en años recientes, me parece que es un catálogo grande, y no sólo del centro de Oaxaca: comienzan a sumarse muchos autores de otras regiones. Por eso el trabajo que hace la librería 1450 Estación de las artes, de reunir obra de oaxaqueños, es loable. Y es interesante, además, que en Oaxaca exista una línea de proyectos editoriales sobre luchas sociales y la revitalización de las lenguas indígenas.
¿Cómo llamar a esta generación (que no es una sino tres)? Creo que hay algo a destacar: a la gran mayoría se le vio en talleres o cursos del CASA, IAGO, la Fundación Harp, Seculta o independientes, aunque después quieran negar la cruz de su parroquia. Es natural entonces que luego de algún tiempo comiencen a verse resultados. No hay una facultad de letras en Oaxaca, pero cada año hay una inmensa cantidad de talleres. Por ello me atrevo a llamarla: La generación de los talleres.
Hay que advertir que muchos de los autores son jóvenes, y deben tener cuidado de no despegar los pies del piso ni caer en el autoengaño de medir la calidad de su trabajo por la cantidad de seguidores, likes o comentarios de familiares. También parece que lo mismo que ocurre en Latinoamérica y México comienza a suceder en Oaxaca: las escritoras empiezan a ponerse a la cabeza. Y si preguntan sobre la calidad de los libros, invito a que los lean y cada quien se forme su propio criterio.
En cuanto a los comentarios anónimos y malintencionados que se leen en internet, los reproducimos aquí, pero los ignoraremos: “Cómo puede publicar su libro con tantos errores, y dice que es periodista.” “Nunca cita a los otros antropólogos y ni escribe literariamente, lo suyo es el activismo.” “A los jóvenes los ponen a opinar de todos los temas, y luego ni los conocen.” “Nunca pudo estructurar bien un cuento, menos lo hizo con su novela.” “Es literatura de jóvenes para jóvenes, son temas que no nos tocan.” “No sólo traducen a Tolstói al zapoteco, lo corrigen y le agregan.” “Sólo manejan un género y se creen escritores, apenas intentan otra cosa y ya muestran sus carencias.” “Los jóvenes de ahora escriben novelas que no tratan de nada”.
Se dice que para que se cree la literatura de algún lugar, es necesario que existan cientos de libros malos, acompañados de unos cuantos buenos libros; tal vez, pero un movimiento literario también debe ir acompañado de crítica que lo explique. Falta aún que se reseñen muchos de esos libros y se discutan. Es hora de pasar del ninguneo a la lectura, de lo extraliterario a lo literario, del chisme de coctel a la publicación de artículos críticos. Aunque eso implique leerse entre oaxaqueños. Lo peor que puede pasar es que se organicen para realizar un bloqueo e incendien la ciudad. Lo más seguro es que no ocurra nada, salvo algún comentario en internet. Por si las dudas, lanzo un primer cerillo.
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