Lo tengo claro, lo importante de la comunicación son los sonidos lenguaje escrito, puestos en las historias, las escenas que permanecen sobre el tiempo. El cerebro humano fue diseñado para olvidar por eso requerimos del lenguaje escrito que, como un virtuoso mago, esconde y hace aparecer a su antojo ciertas atmósferas que anclan en los sonidos y parecieran olvidadas.
¿Cuál es el sonido más profundo que perseguimos a lo largo de la vida? El latir del corazón de nuestra madre, los sonidos de su digestión. Cuando conversamos los silencios nos emocionan, nos obligan a interpretar el significado de las palabras, a comprender los gestos. Toda comprensión viene del silencio. El cerebro humano necesitó miles de años para desarrollar el lenguaje oral. En un principio la especie fue muda.
Pienso esto: ¿cómo la literatura puede ser el medio ideal para intercambiar palabras? Se lee de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. ¿Cuándo sacaremos a la literatura de la página? Leer es relacionar indicios con la experiencia propia. La lectura forma indicios. Como la luz, la comprensión se levanta desde el silencio (eso lo supieron los pintores y los cineastas, los community manager).
Hace 500 años un orfebre, Gutenberg, descubrió los tipos móviles, la imprenta. Imagino a Gutenberg afanoso una mañana sobre su mueble de trabajo, puedo ver sus minúsculas herramientas, sus ojos cansados sobre los metales: sobre las letras, como si elaborara una pieza, un zarcillo, un pendiente, la discreta gargantilla. Para él cada letra era un adorno, un significado que debería imprimirse intercambiarse antes de imprimirse.
Aprendemos a leer junto al olor de nuestra madre. Con el descubrimiento de la imprenta llegó el libro, que se puso a recorrer caminos, ciudades, naciones. Nunca como en el libro la Biblia fue dueña del aire, Dios se volvió Dios, no necesitó de lo humano para esparcir su palabra; ningún género literario más necesitado de tecnología que la novela.
En francés, novela de gran formato se dice roman, traducción. Las lenguas romances se hicieron más hermanas con el libro y las novelas, verdaderas creaciones multinacionales. Miguel de Cervantes habla de que su versión de El Quijote es una traducción de un documento moro encontrado en un mercado, traducido al castellano por un árabe. Recordemos los inicios del Quijote, en Londres. La tecnología formó parte del lenguaje escrito.
San Agustín descubrió la riqueza de la lectura en silencio, las bondades del atril; los griegos leyeron para el auditorio, en voz alta. De los rollos griegos, de Pitágoras, Aristóteles, Filóstrato, que tuvieron la práctica de la lectura en voz alta, a la lectura en silencio hecha por los padres de la iglesia. La Edad Media nos dejó esta forma de leer. Lo dicen distintos autores, toda comunicación parte del diálogo. El diálogo -silencios y palabras y gestos- hace la comunicación. Julia Kristeva tiene un hermoso libro sobre ese extraño, el lenguaje. En todos los tiempos buscamos la forma dialógica, desde Platón. El diálogo propuesto desde distinto embalajes, soportes. Con letras. Con imágenes en movimiento, el cine, con producción de audio, la radio.
La televisión llegó en la segunda mitad del siglo pasado a comunicar al mundo solo, que venía de la guerra. Considero que de los 20’s a los años 80’s como el periodo de mayor presencia de la literatura en la historia de la humanidad. Para Latinoamérica permanecen los nombres de Mistral, Neruda, García Márquez, Octavio Paz. Borges, Rulfo, Onetti. El objeto llamado libro apoyó esa extraña forma del diálogo que va de la mirada al corazón, al pensamiento. Y llegaron las nuevas tecnologías, el comercio del uso del tiempo. El producto a comercializar fueron las personas, el tiempo del individuo. Imágenes, palabras, música juntas en busca de un like. Me pregunto si el cerebro humano puede procesar esta falta de silencio. Si entendemos.
Bien visto tal parece que cuando encendemos una lap o un dispositivo pareciera que estamos frente al mar que nunca se calla. La tecnología nos transporta. En este medio, ¿qué pueden hacer las letras? ¿sumar palabras al ruido? Se dice que hay escaso número de lectores, que las nuevas generaciones ya no comprenden el lenguaje escrito en su propia lengua (ni en cualquier otra, aprenden idiomas por Sky). Nos encontramos en tiempos de cambio, de nuevas versiones tecnológicas, debemos elaborar un nuevo formato para las palabras escritas -como Gutenberg- donde tengan cabida la nueva tecnología que combate al silencio. Pienso en Gutenberg, sí, sus herramientas de orfebre, sí.
Bien mirado a todos nos cuesta trabajo leer aquello que fue publicado en 2018 y más atrás; esas letras no tienen nuestro interés. ¿Qué pasó ahí? Nada, en tiempos de la pandemia nos acostumbramos al Zoom, a la lectura de los fragmentos en PDF, al e-book, a la educación a distancia. A practicar la sana distancia como forma para conservar la vida. ¿Y esta obviedad no la podemos llevar a las letras, la literatura?
Me quedo con esto: los lectores actuales demandamos historias, lo dicen los millones de suscriptores de Netflix. Frente a esto, ¿qué nuevos productos se deben formar desde los géneros literarios? ¿Qué cuento, qué novela, qué poema? Cada día los lectores buscamos con ahínco textos que digan de nosotros, que refuercen nuestra experiencia, que nos dejen un “pensamiento”. Lo dijo Bajtín, lo repitió Sholovski y Iuri Tiniánov, Tomashevski: la literatura es una sucesión de pleitos, camarillas que luchan por imponer su tradición literaria.
El lenguaje literario ahora está en los circuitos masivos. Habrá que escribir buscando los ojos del lector, dejando de ser nosotros para ser todos. Los lectores tienen los ojos puestos sobre su dispositivo y no en las páginas de los libros. Si, de alguna forma murió el autor como lo dijo Barthes en los 60’s , a la manera de Foucault habrá que preguntarse no por la muerte del autor sino por el sitio vacío que dejó esa muerte. La novela está en el fragmento, en una serie de citas de la cultura. Ya no hay autores, todo resulta contextual comunitario. Estas ideas me quedaron del año de la pandemia, el primer año de la muerte por asfixia: el conocimiento se levanta desde lo colectivo, ya no en lo individual ni en los talentos. El tiempo de la emergencia sanitaria nos lo confirma.
*Texto a propósito de la presentación de la novela Ramas del Aire (Seculta 2021), en el marco de la XI Feria del Libro en el 45 aniversario del CEDART Miguel Cabrera, en Oaxaca, celebrada el miércoles 3 de noviembre de 2021.